No contento con haber aportado la película más redonda de la competición de este Cannes que ya entra es su recta final, Paterson, Jim Jarmusch presentaba ayer fuera de concurso otra película, un documental sobre “la mejor banda de rock & roll” de la historia, The Stooges. Con ese convencimiento, y armas para demostrar que si no fue la mejor, la banda despegó Iggy Pop como un cohete peligroso es, desde luego, única, mítica y con una capacidad de influencia a posteriori abrumadora.
En su faceta de amante de la música y documentalista, Jarmusch vuelve a volcar su maestría. Como concepto de documental, ‘Gimme Danger’ es casi clásico: una entrevista actual sin desperdicio a Iggy Pop es la columna vertebral (no torcida, como la del protagonista), de un relato modélico, con un montaje de imágenes admirable, rápido y conciso, pero que evita la tan habitual acumulación que aturde. Jarmusch revela como un grupo que ni siquiera tuvo el reconocimiento posterior de The Velvet Underground, rompió todos los esquemas, con un desafío sin igual a todo lo establecido. Y además sin ninguna intención política, social o trascendental. Abocados al peligro, empujados por un nervio eléctrico, capaces de hacer con dos acordes música de vanguardia.
Las zambullidas de Iggy en el público que él inventó, su frotamiento con el escenario hasta sangrar o los visibles desfases con las drogas darían para mucho morbo, pero Jarmusch abomina del espectáculo gratuito: esto es rock & roll salvaje auténtico y desde dentro. No solo hay imágenes documentales de un grupo de oscura trayectoria, Jarmusch construye con flashes de series, noticiarios o escenas de animación realizadas para la ocasión lo que Iggy y los otros miembros del grupo van contando, hasta sacar a la luz magnificament e la historia y el pulso interno del grupo y también de la época que marcaron. La forma sencilla, visual, rotunda, de explicar cómo en los Stooges está el germen del punk, entre otras cosas, resulta modélica. Y que uno de los cantantes con imagen más peligrosa y enloquecida se revele tan lúcido, preciso y apasionante en todo lo que relata, es tan asombroso como el carácter de superviviente que exhibe entre el orgullo y la risa. Ahí está, coleando en el centro de la imagen, mientras Lou Reed y David Bowie, con quienes se cruzó en un momento determinante del Nueva York de los 70, tristemente sucumbieron.