El abucheo forma parte de la tradición de Cannes. Incluso cuando, como este año, el nivel general ha sido notable. Pero cada año hay un par de películas que provocan bronca. Quizás es un gesto feo y descortés. También cabe pensar que si se admiten las ovaciones habrá que cargar con los rechazos. Además siempre hay algún aplauso valiente: ponerse a la contra, defender causas perdidas o extravagancias locas es el deporte preferido en Cannes.
Se abucheó a Olivier Assayas, más por decepción que por odio a su errática pero no desastrosa Personal Shopper, y también a Nicolas Winding Refn, cosa que siendo un ‘enfant terrible’ siempre provocador, era previsible. Algunos nos pusimos de su parte: la asombrosa estética digital y el diseño visual de su The Neon Demon casan muy bien con el mundo plastificado y aséptico de mujeres diseñadas con bisturí, esclavizadas por el mundo de la moda y canibalizadas entre sí en busca del éxito. A Winding Refn se le va la olla, sobre todo en la parte final, pero su extravagante e hipnótica apuesta tiene el valor de lo insólito, y una coherencia con el mundo que describe. La aparente superficialidad de The Neon Demon dice mucho de unos seres humanos convertidos en diseño hipercompetitivo.
Más estupefactos nos dejó The Last Face, de Sean Penn, que utiliza las guerras en África, las matanzas a inocentes y especialmente a niños en primer plano, como mero trasfondo para contar una relamida y rebuscada pasión amorosa entre dos médicos, interpretados por Charlize Theron y Javier Bardem. No hay ningún desarrollo de personajes nativos, su sufrimiento sangrante es solo un bombardeo de imágenes sin contenido, sobre la que cabalga la belleza e intensidad de los protagonistas. Visualmente, remite a lo más discutible del cine ONG de Iñárritu, Terrence Malick y Angelina Jolie. Moralmente, es incomprensible. Aunque haya discurso final para concienciar al mundo del sufrimiento de África, la puntilla del dislate.