En la revista británica Uncut le pusieron cinco estrellas, y en Mojo, cuatro. Y decían maravillas del nuevo disco de Bon Iver, esa banda que parece un cantautor. Ya me pasó con el anterior disco ‘For Emma, Forever Ago’, y me vuelve a ocurrir con el segundo, titulado simplemente ‘Bon Iver’, aunque es bastante distinto al anterior: no logro encontrar ese derroche de talento. Resulta esforzado el intento de Justin Vernon y los suyos de buscar una identidad propia a esa especie de folk desdibujado hasta hacerlo parecer por completo otra cosa. Si el anterior disco tenía un tono confesional, en ‘Bon Iver’ buscan caminos que a veces les hacen asomarse al abismo. Concretamente, al de un revival del AOR ochentero, o sea, sonidos adocenados y melifluos muy alejados de la vanguardia ‘indie’ que se supone representa en estos momentos la banda americana.
Esas voces tan sobreproducidas, que se superponen hasta el empalago, dominan todas las canciones, recordando demasiado a los experimentos vocales de Animal Collective y a las estructuras musicales de Sufjan Stevens. Peor que eso es una tendencia a los teclados sintéticos de los 80, no de la rama techno-pop, sino de las marismas del pop mainstream, con alusiones casi directas al Peter Gabriel menos interesante y atrevido, el de canciones como ‘Don’t Give Up’ y posteriores. O así le suena a uno esta colección de canciones que no terminan de cuajar, o que parecen ensayos o vericuetos para llegar a la única pieza redonda y memorable de todo el disco, ‘Calgary’. He intentado en diferentes escuchas encontrar otra canción a esa altura, pero no consigo evitar una y otra vez la misma sensación: que la portada es mucho más bonita y sugerente que el disco.