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Ricardo Aldarondo

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Morrissey en el Radio City Music Hall de Nueva York

Llevaba 30 años queriendo ver a Morrissey en directo: desde que llegó a mis manos el entonces recién publicado single de The Smiths en octubre de 1983 y desde que en mayo de 1985 nos quedamos estupefactos y desesperados a las puertas que nunca se abrieron del Polideportivo de Anoeta donde iban a tocar The Smiths pero suspendieron el concierto por razones nunca aclaradas y con el público en la calle. Luego, en toda la carrera en solitario de Morrissey, por una cosa o por otra nunca había conseguido verle. Por fin, el pasado día 10 de octubre, y en mi sala favorita del mundo, el Radio City Music Hall de Nueva York, se dio la ocasión. Y para constatar que Morrissey está en plena forma.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fotos: Chris La Putt via Brooklyn Vegan.

Aunque no haya vuelto a igualar el extraordinaro You Are the Quarry (2004) y los últimos años hayan sido algo erráticos y siga, al parecer, sin contrato discográfico, el directo de Morrissey en la amplia gira que está haciendo por Estados Unidos es espléndido. Con el que probablemente sea el mejor grupo de acompañamiento que ha tenido desde The Smiths, comandado por el fiel Boz Boorer y con cuatro jovenzuelos más, mucho mejores que los rockabillys de mucha actitud pero poca técnica que llevó en sus inicios en solitario, Morrissey fue un dechado de solidez, elegancia, ironía, expresión dramática pero ajustada y con una voz plena de potencia y matices.

Primera sorpresa: comienzo con la dramática balada Last Night I Dreamed That Somebody Loved Me, de The Smiths que en otras ocasiones sirvió para cerrar el concierto y ahora sonaba con todo el público ya en pie: no usamos en los 90 minutos ni por un momento los asientos del maravilloso teatro modernista de Manhattan.


Lo siguiente fue arrollador: You Have Killed Me, The Youngest Was the Most Loved, You’re the One For Me, Fatty y I’m Throwing My Arms Through Paris sonando como nunca, con un Morrissey especialmente rabioso y expresivo en The Youngest Was the Most Loved y los músicos (todos americanos excepto Boorer, todos con una camiseta que decía “Killjoy”), en total cohesión y contundencia. A continuación, el delirio con Shoplifters of the World (segunda de las cinco canciones de The Smiths que ofreció) y el imperecedero hit Everyday Is Like Sunday.

Camisa turquesa, hecho un señor en el mejor sentido, entre la elegancia de quien sabe ser distinguido hasta para dar palmas y la caída de ojo de Raphael, Morrissey es tan consciente de sí mismo que puede parecer artificioso, pero al mismo tiempo pronuncia cada frase de las canciones como si se confesara por primera vez con absoluta sinceridad. Se constató de nuevo en Ouija Board, Ouija board, Black Cloud y Spring-Heeled Jim.

Su repertorio siempre cambiante incluyó una canción nueva, People Are the Same Everywhere, no especialmente inspirada, y To Give (The Reason I Live), una versión de Frankie Valli, quien precisamente estaba  de doble actualidad en Nueva York, porque además de que se está representando un musical sobre su trayectoria junto a The Four Seasons, él mismo daba unos conciertos en un teatro de Broadway.

En medio, otra incursión en The  Smiths. Y heladora. La pionera canción contra el maltrato de los animales Meat Is Murder sonó en una larga y casi terrorífica versión, con una ampliada parte instrumental en la que el grupo se quedó solo poniendo angustiosa música a las ya sobrecogedoras imágenes de matanzas de animales que se sucedían en la pantalla. El batería usó a gusto el enorme gong y el timbal que tenía a su espalda.

La alegría y las pasiones humanas regresaron con Let Me Kiss You y Morrissey desatado en su show de irónica autoadoración: se quitó la camisa, como es ya preceptivo, sin miedo a mostrar su torso algo fondón, y la tiró al público entre el delirio previsible de las primera filas.

El concierto también tuvo eso que se agradece tanto: redescubrir la grandeza de canciones que uno no tenía entre sus favoritas y que en directo se ganan el puesto; ocurrió con The Youngest Was the Most Loved, y de nuevo con Speedway. Y I Know It’s Over fue otra constatación de lo bien y pertinentemente que recupera las canciones de The Smiths, tan inmarchitables, y sin escoger de forma oportunista los hits del grupo. Tampoco recurrió a la típica traca de éxitos para cerrar el concierto y prefirió dos temas de su último disco, Years of Refusal (2009): One Day Goodbye Will Farewell (otro que pasó a la categoría de temazo por la pasión con la que lo cantó) y I’m OK By Myself.

Y el bis fue el éxtasis total, el ritual de pleno. Still Ill de The Smiths, con Morrissey estrechando la mano a los de la primera fila, mientras algunos trataban de subir al escenario a abrazarle. ¡Y el primero fue un niño! (Luego le vimos a la salida y llevaba cazadora y camiseta de The Smiths y Morrissey. Y no era el único infante fan).  La vieja costumbre, que en los primeros conciertos en solitario se convirtió en un delirio non-stop que incluso acababa con varias camisas desgarradas, es ahora una especie de reto con la complicidad algo sádica del propio Morrissey. Varios ‘gorilas’ gigantes flanqueaban a Morrissey y se mezclaban entre el público intentando que nadie subiera. Al que lo lograba, lo lanzaban abajo sin piedad. Morrissey se saltaba buena parte de las frases entre el fragor de una adoración que le encanta. En la última parte de la canción ya era realmente arriesgado retar a los mastodónticos y nada delicados guardianes, pero un espectador más logró el abrazo, entre los vítores del público: emoción y diversión con la mítica Still Ill que destapó hace casi 30 años el magistral carrerón de The Smiths, y ahora cerraba una sesión de melodías grandiosas.

 

 

 

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Sobre el autor

Periodista de Cultura y crítico de Cine de El Diario Vasco. Colaborador de Rock De Lux, Fotogramas y Dirigido Por...


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