El otro día el alcalde aprovechó la euforia de la capitalidad cultural para opinar un poco sobre cine. Fue de refilón, como que se le escapó, pero no es la primera vez que arremete contra un cierto tipo de cine que se ve, junto a otros, en el Festival. En el acto de celebración por la selección de San Sebastián entre las seis candidatas para el 2016, estaba Odón Elorza hablando sobre el problema de convivencia en Europa, cuando aprovechó para alabar la “extraordinaria” película que había clausurado el Zinemaldia, en referencia a ‘La llave de Sarah’. Y añadió “…con esa película te reconcilias con el cine después de tres o cuatro petardos que hemos visto, porque tanto cine de autor…”. Y él mismo se autocensuró y no siguió por ahí, probablemente por alguna mirada recriminatoria, a juzgar por el gesto que hizo. ‘La llave de Sarah’ es una película que está muy bien, dentro de un cine convencional, con sus truquillos para mantener en vilo al espectador, y gustó mucho al público, entre ellos el alcalde, que tiende a asociar, al parecer, el cine de autor con ‘petardos’.
Por su parte el director del ICAA, el siempre dispuesto a hablar a cinco columnas Ignasi Guardans, a la hora de reordenar el reparto de subvenciones, también defendía el cine más comercial frente a un cine de autor que contribuía a identificar con cuatro caprichosos haciendo películas que nadie quiere ver. Y por eso ahora se da más dinero público a las películas que más ganan en taquilla, curiosa manera de ayudar al desfavorecido y fomentar la diversidad cultural.
Sorprende esta afición de los políticos a opinar de cine y atacar precisamente a los autores que tratan de innovar y crear algo distinto a lo convencional, a lo que ya domina el mercado y el escaparate cultural. Sorprende porque los políticos tienen siempre a pedir de boca las palabras innovación y creación, mientras por otro lado ponen en cuestión lo diferente, y también porque no se atreven a hacer eso con otras disciplinas. Muy al contrario, aceptan sin rechistar lo más extremo del arte contemporáneo, y se fotografían gustosos con el bebé bobalicón de Isabel Coixet en la expo de Shangai o junto a unos escombros artísticamente dispuestos en algún museo de arte contemporáneo.
Habría que recordar que ese cine de autor predomina en los festivales de Cannes y Berlín, esos a los que tanto queremos que se parezca San Sebastián, y que las películas que han ganado este año el Oso de Oro y la Palma de Oro entrarían probablemente en esa categoría de petardo, a falta de una definición más precisa por parte del alcalde. ¿O es que sólo vamos a envidiar la alfombra roja y el número de flashes de esos festivales?