Tres pequeñas experiencias en tres días, quizás insignificantes, quizás reveladoras:
1. Un amigo me cuenta que ya han abierto en Madrid (abierto, repito) una nueva librería de La Central en pleno Callao. “Qué bonito y acogedor”, dice. “Un edificio de tres plantas en el que solo venden libros. Una locura maravillosa”.
2. Entro dos veces en una semana en una misma librería, más bien pequeña e independiente. Como las dos veces no solo no me la he encontrado vacía, a pesar de tratarse de anodinos días entresemana, sino que veo que entra gente de continuo y compra, pregunto cómo va la cosa en este momento de supuesto desastre para las librerías, entre los apocalípticos que parecen gozar proclamando la defunción instantánea del papel y la crisis salvaje general. Y me cuentan que para cómo están las cosas, no les va mal, que no están viviendo una debacle, que los buenos clientes de siempre siguen fieles, y los otros no han desaparecido, y que y entre la literatura y los libros relacionados con estudios, están viviendo un otoño más que decente.
3. El kioskero, este domingo, espontáneamente: “Este fin de semana he vendido periódicos a manta, tenía todo esto lleno a primera hora y ya no me queda nada”. Llovía y estaba la Behobia, aunque hasta el día siguiente no se publicaría el cogollo de la información sobre la carrera, que puede atraer a un número de lectores mayor de lo habitual. Pero él mismo tenía una teoría, sacada como es lógico de lo que ve e intuye en el día a día: “Con esto de la crisis, hay gente que se sigue comprando el periódico, precisamente porque con poco dinero tiene entretenimiento para todo el día”.
Pues nada, que ahí quedan esos apuntes, que a lo mejor esto de leer y comprar libros y periódicos ni está obsoleto ni ha dejado de interesar a la gente, a pesar de todo.