A veces ocurre y es lo bueno de propuestas como Gaztemaniak!: vas a un concierto triple por un solo nombre, y acabas disfrutando más con otro. Para mí el objetivo central del concierto del martes era Laetitita Sadier, que tuvo a bien recordar su anterior visita a Gazteszena con Stereolab. Pero esta vez venía sola. Demasiado sola. Su voz sigue siendo maravillosa, sus canciones en solitario heredan los acordes inusuales y las estructuras inesperadas que ya practicaba con Stereolab, pero la traducción de todo eso al directo se quedaba excesivamente desnudo: sola con guitarra eléctrica, tocó menos de media hora y enseñó de forma muy esquemática las virtudes de su primer disco en solitario en temas como ‘One Million Year Trip’ o ‘Statues Can Bend’. Fue bonito mientras duró, pero nos convenció de que este formato solitario que se va imponiendo cada vez más sólo puede alcanzar verdadera intensidad y entidad en casos concretos: Damien Jurado, Peter Hammill, Mark Kozelek, Jeff Tweedy y poco más.
Antes otra chica, la noruega Silje Nes demostró que tampoco tres son multitud, sobre todo si los dos acompañantes se limitan a hacer minimalistas arreglos sobre unas canciones tan agradables como, al menos en una primera escucha, anodinas. La guapa Silje se excedía un poco en su pose de fragilidad, pero el intimismo de su propuesta fue al menos acogedor.
Así que, después de tanta bella austeridad, el desborde instrumental y estilístico de los neoyorkinos Mice Parade fue un revulsivo. No eran tantos en escena como se había prometido (seis, incluída la cantante japonesa; siete cuando se sumó Laetitia Sadier para una estupenda intervención), pero se multiplicaban: el excelente batería tomaba el bajo, el guitarrista y cantante se pasaba a la segunda batería colocada en el escenario y finalmente ambos juntos empujaban a la banda a uno de los momentos más intensos de la noche, que podía recordar a los Genesis de finales de los 70, con Chester Thompson y Phil Collins dándoles a los tambores al unísono. Es lo que tiene el post-rock, y es lo que tienen Mice Parade: lo mismo te remiten al rock sinfónico o el jazz-rock intelectual, que parece The Delgados con las voces, mientras en el centro permanece Dan Lippel con su guitarra acústica con sonido de mandolina y esencia folk y clásicas, cual alumno formal de Robert Fripp. En un solo minuto pueden pasar de ponerte más que alerta con sus ribetes de flamenco y músicas latinas y su exceso de intelectualismo, o arrastrarte con excitante oleadas de rock y electrónica, descontando el algo atorrante final. No me entraron ganas de comprar sus discos a la salida, pero su directo es estimulante.