Vaya por delante mi sorpresa por la enorme atención que ha despertado la publicación del nuevo disco de David Bowie, The Next Day. Hacía diez años que no publicaba nada y es Bowie uno de los más importantes nombres para la música, la estética y hasta la filosofía del último medio siglo y por tanto es atractivo todo lo que haga, y más después de un largo tiempo de ocultamiento. Pero ya era todo eso en los 20 años anteriores entre 1983, fecha de su último disco realmente bueno, Let’s Dance, el final de la ristra de obras maestras, una tras otra sin fallo, que hizo desde Space Oddity en 1969. Y en esos 20 años no despertaba tanta expectación, o la fue despertando cada vez menos, hasta casi el desprecio, en buena parte ganado porque hizo desde los chirriantes discos de Tin Machine hasta álbumes irregulares tirando a flojos, entre los que solo Heathen (2002), que yo recuerde, nos hacía reconsiderar a un Bowie heróico y genial.
Sea por ese silencio de diez años, que está claro que provoca más morbo y curiosidad que los quince anteriores trabajando e intentando mantener el nivel precedente, o sea por esto de que las redes sociales todo lo magnifican y parecen mayores las expectativas, el caso es que el disco de David Bowie The Next Day es uno de los acontecimientos musicales del año. Bien es verdad que, también muy propio de los tiempos, todo se inunda con la ‘noticia’, el ‘llega el primer single’, el videoclip en volandas de la llamada viralidad, pero luego tampoco veo/oigo hablar mucho del disco en sí, de su hora y 26 segundos de duración (¿demasiado tiempo para estos tiempos?), que ya está en todos los espacios, físicos y siderales.
Las primeras señales fueron excelentes y desconcertantes, al mismo tiempo. El single inicial, Where Are We Now? es una canción preciosa que nos devuelve a un Bowie lógico para este momento: a sus 66 años, hubiera resultado incómodo, incluso patético, que hubiera querido abanderar una nueva estética, una nueva actitud, como hizo con cada uno de sus discos entre 1969 y 1983, cosa que le granjeó el chirriante y pegajoso calificativo de ‘camaleónico’. El Bowie de la reaparición se mostraba frágil y dubitativo, en el Berlín que en otros tiempos le inspiró y le otorgó otros renacimientos. Es Where Are We Now? una canción reflexiva y hermosa que sigue brillando ahora en la quinta posición de las 14 canciones, 17 si vas a por la edición especial, de The Next Day.
La otra señal inicial era una portada que nos creímos que era una broma, una momentánea treta promocional, una boutade hasta que estuviera preparada la verdadera y definitiva. Pero no, la probablemente más absurda y fea portada de la historia de la fonografía, es esa, la misma del legendario disco de Bowie Heroes (1977), pero con el título tachado y el centro de la portada ocupado por un cuadrado blanco en el que se inserta el nuevo título. ¿Qué demonios quieren decir el diseñador y el artista con esto? ¿Que Bowie ya no está para heroicidades? ¿Que la vejez de alguien que se caracterizó por el esplendor estético le lleva a ocultar su rostro? ¿Que no quiere que el peso de sus obras maestras del pasado condicione su presente y se cisca en ellas? Serían mensajes más bien burdos y expresados de forma tan plana como, simplemente, fea. Curioso, en tiempos en que ofrecer un producto estética y hasta táctilmente atractivo es la única esperanza para vender unos pocos discos. He intentado buscar el nombre del diseñador entre los ilegibles créditos apelmazados (los textos de las canciones llevan una letra minúscula y rosa sobre marrón que los hace aún más ilegibles, por lo menos son coherentes en el absurdo) pero no lo he conseguido.
Pero dentro del disco, lo importante, hay buenas noticias, empezando por que está producido por Tony Visconti, el productor de la mejor parte de su carrera, y el propio Bowie. El comienzo es espléndido. De hecho, la primera canción recuerda poderosamente al inmenso Scary Monsters (1980), el último disco que le produjo Tony Visconti antes de su reencuentro en Heathen (2002) y Reality (2003). Ese The Next Day, lleva unas poderosas guitarras, que remiten al mismo tiempo a los gloriosos tiempos de Carlos Alomar y Robert Fripp (uno de los guitarristas es David Torn, cercano al universo Fripp). En la misma línea se mueve Dirty Boys, con un cortante contrarritmo, comandado por el bajo de Tony Levin y el saxo de Steve Elson, que también podría pertenecer a aquel efervescente final de los 70, entre Talking Heads y el propio Young Americans (1975) de Bowie. Su voz acusa un poco la edad, algo más cascada y fina, pero sin la transmutación que ha sufrido Dylan, por ejemplo. Solo un matiz de fragilidad que le da sentido, por otra parte, a este momento en su carrera.
The Stars (Are Out Tonight) es otra pieza en la que se reconocen todas las esencias de Bowie sin efecto retroactivo, sin un quiero y no puedo reverdecer glorias pasadas. Es el segundo single (o segundo videoclip, más propiamente, con Tilda Swinton y dos minutos ‘cinematográficos’ antes de que empiece la canción en sí) extraído del disco, y ofrece un contrapunto a Where Are We Now? más representativo del álbum. Porque The Next Day, aunque varía mucho de tonalidades, es más bien un disco fuerte y guitarrero (Earl Slick y Gerry Leonard también se ocupan del instrumento predominante), con un Bowie dispuesto a expresarse en voz alta, enérgicamente. Love Is Lost parece empezar como balada, pero una guitarra-sierra y la desgarrada forma de cantar-recitar de Bowie (“Di adiós a las emociones de la vida / cuando el amor era bueno / cuando el amor era malo / Di adiós a la vida sin dolor”), mantienen el fragor emocional.
No todo es tan sólido y brillante como esas canciones iniciales, quizás Bowie podría haber pulido un poco el disco seleccionado entre esas 17 piezas. Pero los graciosos coros cincuenteros y las guitarras abrasivas de How Does The Grass Now?, el guiño psicodélico en la melodía de I’d Rather Be High (“Preferiría estar colgado, muerto o loco, que entrenando con esas armas a esos hombre en la arena”, dice), el tono mainstream de ese título que mezcla dos de las palabras más emblemáticas de su carrera, Dancing Out in Space, los riffs rockeros de (You Will) Set the World On Fire, o el misterio de Heat, en la que recuerda en el tono al Scott Walker reciente (pero en melódico, no se asusten) nos devuelven al mejor Bowie en dos décadas, a sus composiciones vitalistas y valientes, a sus ejército de músicos con personalidad en arreglos imaginativos pero contundentes, sin filigranas; a su magnetismo. Nada hacía presagiar este regreso en tan buena forma pero ahí está. Y lo celebramos. Ya solo falta que Bowie se decidiera a volver a los escenarios en una gira.
Los tres temas añadidos en la edición especial del CD no son precisamente de los mejores, más bien solo para completistas. Y para los fans del vinilo, se edita en doble elepé el día 25.