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Ricardo Aldarondo

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Monjas en el cine negro: 'Tempestad en la cumbre', de Douglas Sirk

Vi Tempestad en la cumbre (Thunder On the Hill, Douglas Sirk, 1951) a principios de los 80, dentro de un fabuloso ciclo sobre Douglas Sirk que programó TVE, con una veintena de sus películas, y acompañando cada una de ellas con un fragmento de una larga y ya legendaria entrevista de Antonio Drove al cineasta (plasmada luego en su valiosísimo libro Tiempo de vivir, tiempo de revivir). Y luego ya fue imposible volver a ver la película durante décadas: aún no teníamos vídeo para haberla grabado, no se reponía en televisión (cuando en la televisión ponían cine clásico todos los días), no se editó en vídeo Beta ni VHS, ni luego durante muchos años en DVD. Tenía ganas de comprobar si el recuerdo de aquella primera impresión ante una película ambientada en un convento-hospital de monjas, pero con un ambiente extraño, oscuro y melodramático, era producto de la mitificación del paso de los años, o realmente esta película de la primera etapa del gran director Douglas Sirk era algo especial. Finalmente, El Corte Inglés la editó en su exclusiva colección Grandes Clásicos hace poco más de un año, y luego se distribuyó de forma normal.

Y, se confirma, Tempestad en la cumbre sigue siendo una deliciosa rareza, dentro del cine de producción normal de 20th Century Fox de los años 50. Uno tiene debilidad por las películas que sin pertenecer en principio al cine negro, tienen rasgos estéticos profundamente enraizados en la estética noir: entre los ejemplos, cabe citar los westerns Sangre en la luna (Robert Wise, 1948) y Filón de plata (Silver Lode, 1954), o el alucinante y alucinado drama histórico El reinado del terror (Reign of Terror / The Black Book, Anthony Mann, 1949), todas ellas realizadas en el mismo periodo.

También Tempestad en la cumbre está bañada de estética noir, pero va mucho más allá. Basada en una obra teatral de Charlotte Hastings, plantea una pequeña intriga a partir de una condenada a muerte (Ann Blyth) por el asesinato de su hermano que está a punto de ser ejecutada a pesar de que se declara una y otra vez inocente. Lo interesante es que ella, como muchos de los habitantes de un pequeño pueblo, tienen que refugiarse en un convento-hospital que se halla en la cumbre del título español, huyendo de unas inundaciones provocadas por días de tormenta. La monja interpretada por Claudette Colbert se interesa por esa mujer atormentada, porque ella tiene su propio trauma familiar, que le empujó a meterse monja. Y ahora se convierte en una especie de investigadora que trata de averiguar antes de que sea demasiado tarde si la condenada es inocente o no.

Así planteado puede sonar rocambolesco y no negaremos que de algún modo lo es. Pero lo fascinante de Tempestad en la cumbre es cómo mezcla una intriga en un espacio concreto a lo Agatha Christie, el melodrama de la mujer pecadora y/o sufriente, el drama de una comunidad asolada por la enfermedad y la tragedia con lo que tiene de tensión y esfuerzo colectivo, una estética de terror basada en los continuos truenos y relámpagos y en las formas góticas de la arquitectura, una iluminación noir de contrastados blancos y negros, la elegancia formal ya desarrollada por Douglas Sirk y que culminaría posteriormente en sus magníficos melodramas en la Universal, la variante de cine negro psicológico y hasta personajes propios del terror como un ayudante mentalmente inestable y el mad doctor. Los decorados, tanto en el interior del convento, entre escaleras, claustros, estancias hospitaliaria y, como no, el campanario, se combina con una salida al exterior en un recorrido en barca sobre las aguas, entre la niebla, con un decorado deliciosamente evidente. Y todo ello manteniendo como base el carácter de película de monjas y el enfoque de woman picture que podían tener los dramas que interpretaban Barbara Stanwyck o Susan Hayward como mujeres sufrientes y al borde de la desesperación.

Douglas Sirk no tenía demasiado aprecio por esta película que, desde luego, no alcanza la maestría de su etapa formada por las magistrales Escrito sobre el viento (Written on the Wind, 1956), Siempre hay un mañana (There’s Always Tomorrow, 1956),  Ángeles sin brillo (The Tarnished Angels, 1957), Tiempo de amar, tiempo de morir (A Time To Love and a Time To Die, 1958) e Imitación a la vida (Imitation Of Life, 1959), ni la sutileza dramática de algunos de los films de su etapa alemana, sobre todo La golondrina cautiva (Zu neuen ufern, 1937) y La habanera (La habanera, 1937), aunque ya había apuntado esa tendencia noir dramática en sus primeras películas americanas, especialmente El asesino poeta (Lured, 1947) y Pacto tenebroso (Sleep, My Love, 1948), también estupendas. Pero Tempestad en la cumbre contiene una especie de extravagancia subterránea, bajo una apariencia de total coherencia y de producción rutinaria de estudio, que la hace especialmente fascinante.

No me puedo resistir a incluir esta foto que he encontrado en la muy recomendable página web Cinema Treasures, con fotos de cines de todo el mundo, y que pertenece a un pase especial solo para monjas de Thunder On the Hill, en el Uptown Theater de Chicago en 1951.

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Sobre el autor

Periodista de Cultura y crítico de Cine de El Diario Vasco. Colaborador de Rock De Lux, Fotogramas y Dirigido Por...


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