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Ricardo Aldarondo

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Reencuentro con Ocean Colour Scene y Javier Sun

No tenía claras las expectativas, porque no he atendido sufientemente a Ocean Colour Scene en sus dos décadas, a pesar de que compartimos algunas devociones, entre ellas la obra, la ética y la estética de Paul Weller. También algunas cosas del llamado brit-pop, con el que OCS se pueden identificar. Pero el concierto del viernes en Intxaurrondo me convenció, me ganó poco a poco, y acabó siendo una hermosa celebración de pop-rock sólido para goce de fans, pero no sólo.

Abrió la noche un pletórico, como siempre por otra parte, Javier Sun sin banda (aparentemente). Solo con la guitarra acústica, muy distinto en principio al formato de trío eléctrico de hace unas semanas, y sin embargo con la misma actitud. La broma de la última canción (que se puede ver en el vídeo) presentando a su banda imaginaria, como un niño que juega con sus amigos invisibles evidenciaba la fuerza y la entrega que se gastó, como siguiendo aquella teoría de Billy Bragg en sus inicios que decía que aunque tocara solo con su guitarra acústica, él se sentía como si tuviera detrás a The Clash. Javier Sun en realidad sí tuvo a su banda, o algo de ella, entre el público: su bajista habitual Mundu le hacía coros a distancia y toda la peña fiel coreaba y jaleaba algunas de sus canciones, como La avenida del adiós o esa Tres son demasiados que desveló una vez más cuán bonita canción es.

Ocean Colour Scene sonaron brillantemente desde el primer instante. La gran calidad de la voz fue lo primero que me llamó la atención, seguido por algo que creo no haber visto nunca: el batería tuvo a su lado un señor sentado durante todo el concierto dedicado exclusivamente a secarle las baquetas con una toalla, traerle alguna bebida y, creo, porque no le veía bien, tocar alguna esporádica percusión.

Había muchas chicas en primera fila. Y parejas de treintaytantos que revelaban una inequívoca emoción: la de reverdecer unos años juveniles en los que las canciones de Ocean Colour Scene les acompañaron, les dieron vidilla durante un verano o más. Emoción y entrega desde el principio para coronar el bonito ambiente que había en el Centro Cultural Intxaurrondo, prácticamente lleno (y con calor excesivo, como siempre).

Las primeras canciones, más melódicas, y muy celebradas por los seguidores, como The Circle o So Low me resultaron simplemente agradables, con el placer, eso sí de escuchar a una banda impecable, sólida, traspasada de vez en cuando por las vibrantes guitarras de Steve Cradock. La temperatura, y el reto del grupo para no quedarse en lo melodioso, subió con Riverboat Song, un temazo que hicieron con creciente intensidad, de lo mejor de la noche, que por alguna extraña razón me hacía pensar en Eric Burdon.

Bromista pero lo justo, simpático pero sin peloteos, Simon Fowler siguió mostrándose vocalmente tan sensible como poderoso y anunciaba de vez en cuando una canción nueva. Y ese fue otro de los puntos a favor, porque el material nuevo estuvo entre lo mejor de la noche, que incluyó otros buenos momentos como Hundred Mile High City, hasta llegar al cántico comunitario hippy pero no tanto de Profit in Peace con su repetido mensaje We Don’t Wanna Fight No More, convenientemente coreado.

Al comenzar el bis, se vio salir a Simon con voluntad acústica. Una chica a mi lado pedía una tras otra Robin Hood, y bien que lo celebró cuando empezó a sonar, repasando cada frase junto al cantante, que la hizo con devoción y entrega. La cosa acabó en gozo colectivo y coral de nuevo, con The Day We Caught the Train. Ellos se despidieron tras la cortina y aún seguían las voces del público repitiendo el “oh oh la la la”, una y otra vez…

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Sobre el autor

Periodista de Cultura y crítico de Cine de El Diario Vasco. Colaborador de Rock De Lux, Fotogramas y Dirigido Por...


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