Los médicos le llaman neoplasia, neo más bien, seguro que para no alarmar más de lo debido a quien se sienta al otro lado de la mesa cuando las pruebas son concluyentes. Palabra temida y tabú, enfermedad llena de variables y capaz de devorar vida, amigos y familia, tiene ahora una nueva perspectiva, la que tan bien ha sabido entender la actual ministra de Sanidad, Ana Mato.
Los enfermos oncológicos cuestan una pasta, ha concluido ella, así que no podemos financiar los tratamientos. Se acabaron los esfuerzos por personalizar pastillas, quimios, medicación intravenosa y no digamos el apoyo psicológico o el traslado hasta el hospital del más débil desde el punto de vista económico o social.
La atención que viene es aquella en la que, en vez de elegir lo más adecuado en función de la enfermedad, optará por lo más económico, aunque machaque las venas y el ánimo sin necesidad, aunque suponga abandonar el tratamiento. Quién juega con el precio de una enfermedad es aquel que desconoce su valor. Postear en el día del cáncer sobre estas cuestiones es, sobre todo, triste, que no resignado.