La ministra de Sanidad, Ana Mato, está enfadada. No, no es porque no le cuadran las cuentas de su departamento, ni porque no puede dormir pensando en qué les ocurrirá a muchos enfermos de males terribles con sus recortes implacables que les alejarán de la salud o de una vida digna. Ni siquiera el supuesto enfado es por que su ex, el que fue alcale de Pozuelo de Alarcón, el ya célebre Sepúlveda, no le avisó de que tenía un Jaguar, sabiendo la envidia que les hubiera dado a los vecinos verles a todo motor por la ‘urba’.
No. Ana Mato, esta mujer que disfruta cuando ve al servicio vestir a sus niñas, que cree que las fiestas infantiles no se pagan y que cuando uno contrata un viaje no hay que abonar ni el refresco de la zona VIP, siente que las acusaciones que ha recibido hoy en el Congreso a quien afectan es a los derechos de las mujeres. Vamos, que las críticas a su actuación no respeta a décadas de lucha por la igualdad en las que seguro que ha estado inmersa, a la pelea porque la mujer no sea culpable de lo que hace el hombre, objetivo que también habrá sido fundamental en su existencia personal y política.
Hay cosas que deberían dar verguenza y reivindicar desigualdades seculares porque al ex marido de una le han descubierto gozando de lo que, de momento, habrá que llamar privielgios es una de ellas. Ese “ni me he enterado ni tenía por qué hacerlo”, no revela a una persona independiente si no a un modelo que han puesto tan de moda los programas del corazón. Sí, esos en los que una tonadillera famosa y de pelo largo afirmaba que no sabía por qué se le ingresaban miles de euros en una cuenta corriente desde que se besuqueaba con un tipo con bigotes y pantalones sobaqueros. La pera.
Llama la atención que quien no es capaz de resolver su situación personal y política en la cúspide de un poder que ya la ha arrollado, se envuelva en la bandera de dignidad feminista para argumentar que nunca supo el dinero que entraba en casa.