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Ana Vozmediano

No soy una bruja

El dirigente acomplejado

No es fácil ser un dirigente político, no lo es. Y tampoco estar preparado para las contingencias que esta dedicación depara. Puede pasar, además, que pases de ser el príncipe mejor preparado del planeta a un hombre desconfiado, rodeado de una familia llena de secretos, palacetes, millones o vete a saber qué, sobresaltado cada mañana por un lío espantoso de correos electrónicos.
No, no es fácil. Un hombre como José María Aznar, por ejemplo, tuvo que aprender a hacer que esquiaba para que no le pillaran fuera de la entrañable y ya desaparecida foto de Baqueira. Incluso se sacrificó para que el Ayuntamiento de Madrid le pagara clases de golf, no fuera que tuviera que tratar algo en privado con un dirigente catalán, único idioma que hablaba en la intimidad como él mismo y su acento en inglés reconocieron.
Mariano Rajoy, tan hábil para hacer oposiciones a los 24 años para algo tan aburrido como registrador de la propiedad, se ha convertido en el rey de la comunicación con esas ruedas de prensa que consisten en que le aplaudan los suyos y en largar un discurso a través de un plasma. Alguien descubrirá un día que se trata de grabaciones sucesivas, como pasa con los concursos de televisión, que el hombre no habla en directo sino que realiza diferentes tomas en las que se limita a cambiar de corbata o chaqueta para que parezcan días distintos. Este modelo es partidario de que no necesita aprender nada que no sean técnicas para distanciarse de los demás, de esa plebe a la que recuerda que él no está en política por dinero. No sea que le confundan con un par de tíos que conoce y que le hacen mucho la pelota.
¿Qué clases debe recibir un político para estar bien preparado? No parece que montar a caballo o atizar el palo de golf sea lo más necesario. Más allá de quiénes pagaran determinados cursillos es curioso que aquellos que defienden la privatización de lo público sean tan fieles defensores de pagar con dinero público lo que es privado. Y todavía es más chocante un concepto de mandatario que puede que no hable inglés y no le importe, pero en cambio, sí sienta complejo por no practicar deportes ligados a determinadas clases sociales o que crea que saber de vinos resalta más su figura intelectual que hilar un buen discurso.

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No, no soy una bruja aunque trago tantos sapos y culebras que puedo lanzar bocanadas de azufre

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abril 2013
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