Nadie quiere desvelar el secreto por el que el rejol de la iglesia de Murieta no se ha adelantado como todos los demás. A la 1 de las localidades colindantes, los feligreses de este pueblecito de Tierra Estella acudían a la misa dominical llamados por las campanas de las 12. ¿La decisión ha sido del cura? ¿Será que el alcalde es firme partidario de no modificar los husos horarios para enfrentarse a lo que nos depara el sol? Puede que solo sea que las viejas agujas no se pueden mover, que no hay aceite para engrasarlas en estos tiempos de crisis, pero las mentes mal pensadas creen que hay algo más.
¿Por qué no va a hacer el alcalde de Murieta lo que quiera? Hay una alcaldesa que heredó el sillón y el despacho de un tipo con el que, además, se lleva mal, que un día se levantó de la cama, se pasó el rizador por su renovada melena y, tras una presentación de la caduca candidatura olímpica de Madrid a los Juegos Olímpicos 2020 decidió bautizar una calle de la ciudad que dirige con el nombre de Margaret Thatcher. En uno de sus botellazos, calificativo que tiene toda la pinta de sustituir a alcaldada, doña Ana sonrió tan bien colocada sobre su mayoría absoluta y tomó esta decisión. No se sabe de dónde le surge esa loca admiración por la Dama de Hierro, si de su ideología o, simplemente, de esas ganas de epatar que le van tanto.
En el Boulevard, la acampada diaria como protesta a la condena a ocho jóvenes de Segi tiene permiso del Ayuntamiento. Eso sí, las carpas colocadas poco tienen que ver con lo que está autorizado, se utiliza el quiosco no solo para cantar o lanzar discursos sino para exhibir y guardar parcantería y no estaba previsto cobrar un solo euro en una de las zonas en las que la ocupación de suelo público resulta más caro.
La mayoría de quienes participan son jóvenes, muy jóvenes y campan por sus respetos sin que nadie se acerque a recordarles que no se pueden colgar elementos de las farolas y mucho menos de los árboles. El juicio sobre la causa que les ha llevado al Boulevard dependerá de las opiniones, pero lo que está claro es que es su argumentario es el mismo que el del alcalde de la ciudad, Juan Karlos Izagirre. Y eso puede provocar la sensación de que, para hacer lo que a uno le dé la gana, solo hace falta ser amigo del alcalde. De este o de otro. Y eso es malo.