Es una pena, pero el ministro de las vacas locas, ahora el de los yogures caducados, Miguel Arias Cañete, no se ha enterado de los verdaderos problemas de quienes son de su estirpe y poderío, de quienes tienen todo asegurado, confortable y muy por encima de las posibilidades de los demás. Ser rico debe ser más difícil de lo que el común de los morales piensa, (pensamos) porque no sólo ha decidido que en su casa no se tira nada, que por órdenes de Cospedal no se come sin haber bendecido antes el dinero a entregar al banco por la hipoteca, sino que también confiesa que se ducha con agua fría. Todo para ahorrar, por eficacia alimentaria y energética.
Sin embargo emboban a cualquiera esos anuncios de la ONCE en los que, como cualquier colegial enfadado con las matemáticas, un joven calcula cuándo se encontrará con su novia en su loft de Nueva York si ella sale a no sé que hora de la casa de la Toscana y él del quince estrellas de Dubai. O algo así. El viejo problema de dónde se encontrará un tren que sale de Sabadell y que va a cien por hora con otro que parte de Baracaldo y que circula a noventa también es utilizado por esa mujer que quiere saber el peso de sus diamantes para colocar el de menor valor a Fifí, su adorable perrita. Advertencia, son solo publicidad ingeniosa.
Si la ostentación puede resultar irritante, resulta ofensivo que personajes como Arias Cañete hagan alarde de contención de gasto en algo tan de agradecer como el agua caliente. Puede que este tipo de estupideces no tengan más delito que el de ocultar realidades perversas en las que figuran sobres, muchos sobres, pero pese a ello deberían estar penalizadas. Por ejemplo, a Cañete, habría que condenarle con tres meses de largas duchas de agua fría, régimen estricto de verdura hervida y yogures naturales caducados. Y con el alejamiento de sus fincas y posesiones durante al menos otros tres.