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Ana Vozmediano

No soy una bruja

El día que todos fuimos Abidal

Eric Abidal, entre vítores babosotes a su valor, dijo que tenía cáncer. Volvió rápido a su equipo en lo más alto de la élite  a darle al balón, lo hizo con el aura de vencedor y todos fuimos Abidal.  Compañeros, entrenadores, colegas, periodistas, aficionados… ¡Qué tío! Limpio, palabra mágica, Abidal estaba limpio de su mal que la afectaba al hígado, a un órgano vital. El futbolista del Barca quería dos cosas, ver crecer a sus hijas junto a su mujer y sentirse futbolista una vez más. ¡Como no se lo iban a dar! El mejor, el más fuerte, el más reconocido entre todos los pacientes de cáncer del mundo, con un entrenador que también padecía un mal que, por favor, no estigmatiza, qué va,  hace más fuerte. Debe ser a quienes babosean alrededor de los afectados siempre que éstos sean famosos.

Todos fuimos Abidal, faltaba más. Pero solo él tenía cáncer. Y recayó y volvió a ser pasto de reconocimientos tan artificiales y jabonosos como las que experimentan casi todos. Ayer se despedía de quienes tanto habian estado en su piel porque no le dejan ser futbolista, porque a la hora de la verdad, y tiene suerte por ello, le han ofrecido un trabajo que no cumplía con sus expectativas al verse curado. Se va a buscar su sueño de sentirse futbolista una vez más, tal vez harto de tanta palmadita en la espalda. Es afortunado porque tiene la vida solucionada, pero el ejemplo vale para tantos que después de superar la enfermedad entre algodones de un peloteo tan poco sólido como la solidaridad santurrona que se expresa los días contra el sida o el maltrato, se encuentran con que, limpios o no, ya no sirven.

Y todo esto pasa mientras Rubén Castro, la estrella del Betis, supuesto boxeador en cara ajena, es aplaudido a la salida del juzgado. Será una novia o una ex novia, pero el caso es que el tío es un machón de mando en plaza, de los que valen por los goles y no deslucen por los golpes. El deporte como ejemplo lleva también a un Pistorius que tenía tanto mérito por correr en sus condiciones que hasta se le podía admitir que matara a su pareja sin tener que pagar lo más mínimo por ello.

Son ejemplos del deporte y de cómo funcionan quienes se sienten piadosos, se acobardan ante la enfermedad y piden al que la padece que sea valiente. Quienes instan  a animarse a un deprimido, quienes piden que no tosa a un tísico y, después de todo, se sacuden algo del hombro para firmar testimonios de solidaridad.

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No, no soy una bruja aunque trago tantos sapos y culebras que puedo lanzar bocanadas de azufre

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mayo 2013
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