Asombra que algunos dirigentes aseguren que la Ley Wert para la reforma de la edu
cación devuelve a las aulas a los años 80. Tal vez se acercan más aquellos que le
ponen peinados y atuendos de Cuentamé. A mí me trae a la memoria las palabras
de mi padre, que siempre nos recordaba que él, para hacer la reválida
(nos quejábamos de la selectividad), se había tenido que ir a Valladolid.
Y sí, me imagino la escena de un vagón de niñas y otro de niños de doce años para ese primer examen global con el que Wert dice querer paliar el abandono escolar. Tiene razón…
La falta de convivencia entre unas y otros va a eliminar mucha tontería en
ese despertar de preadolescencia que es tan antinatural. Además, qué mejor para
fomentar el amor al estudio y a la vida académica que un examen hecho fuera
del centro escolar cuando el alumno acaba la Primaria. Para estar seguro que el niño
tiene los suficientes conocimientos, Wert debería controlar no sólo el decoro de
las chicas, (en serio, algunas hasta llevan pantalones cortos), sino que el examen (que
lo llamen reválida en homenaje a los viejos tiempos) se haga en Valladolid.
La Ley Wert sería cómica hasta en las palabras que utiliza (competitividad o
instrucción se repiten más veces que educación), si solo afectara a esa parte de
la sociedad comprometida con el fanatismo religioso más extremo y con las FAES.
Pero no es así. El documento reparte el menguado dinero que se va a dedicar a una
de las patas fundamentales de cualquier país que es la Educación entre la enseñanza
pública y la privada, colocando todos los límites y cotos en la primera, y dando
beneficios a la segunda, incluyendo en esta no ya colegios religiosos que funcionan
como privados en todos sus ámbitos, sino incluso a aquellos que quiebran la norma
elemental de igualdad entre los sexos.
El adocrinamiento campa también a sus anchas por el texto legal aprobado ya por
el gobierno y eso de “y además la Religión contará para la media” suena más a si no
quieren caldo, taza y media, que a una decisión meditada. Seguro que se le ha
dedicado tan poco tiempo a esto de la religión como a apuntar a toda prisa eso de
que a los niños en peor situación económica se les deberá inculcar desde pequeños
que tienen que sacar muy buenas notas, porque cariño, las becas cada vez serán más
escasas.
En un país que expulsa a los mejores preparados se habla ahora de la
excelencia. Pero ni es en educación ni en conocimientos. No. Se quiere mantener una
separación de clases sociales y devolver a la educación pública a un escalón inferior, a
a ese lugar del que, a juicio de tipos como Wert, nunca debió salir.