Era una estancia nada grande con una mesa redonda al centro y diez o doce personas sentadas a ella. Digital todo ello, es decir algo así o poco más que imaginario. Toqué a la puerta y entré sin más. Me habían invitado y allí estaba. Me senté. No hubo lo que se dice una presentación. Sin más, brotaron preguntas de todos los asientos y fui respondiendo a todas. A mi manera. A ratos en lenguaje directo, otras veces en lenguaje metafórico o también en lenguaje de suspenso, de puntos suspensivos. Vasco, sí, de nacimiento y de sentimiento, de Oñati concretamente. Casi toda la vida adulta la he hecho en América. No siempre elige uno sus caminos, nos consideramos y decimos libres, pero somos como robots de … Sí, me refiero a eso que unos llaman destino, otros divina providencia y otros los mil demonios que andan sueltos y no nos dejan vivir en paz. Hombre, pues mi educación fue religiosa, carrera sacerdotal en la Orden Franciscana con sus estudios generales básicos, su filosofía y su teología, trece años de almacenar ideas, experiencias y preguntas, muchas preguntas, en el coco. Un buen día colgué los hábitos, como vulgarmente se dice, pero conste que sigo siendo cristiano de raíces profundas, diría yo, y sigo preocupándome todo lo que se refiera a religión e iglesia. ¿Por dónde anduve y qué hice como sacerdote? Vamos por partes. Llegué a Cuba con 23 años. Lo primero que me mandaron hacer, a las pocas horas de pisar tierra en La Habana, no se rían, por favor, que no tuvo ni mucha ni poca gracia, fue enseñar a jóvenes de la Academia Nacional de Balet de Alicia y Alberto Alonso a bailar la “espatadantza”. Al mismo tiempo me destinaron al seminario franciscano a enseñar latín y español y solfeo y piano. Sí, los detalles, muchos, interesantes, pero considero preferible dejarlos pata ir aclarándolos otro día, ¿no creen?. Después de cuatro años de profesor, me mandaron de párroco a Casa Blanca, un barrio habanero, al otro lado de la bahía, al pie de las murallas de La Cabaña, una fortaleza militar. Al tercer año de párroco, 1959, triunfó la famosa revolución cubana y comenzó la era, triunfal para unos y desastrosa para otros, de Fidel Castro, el Ché Guevara y compañía. La Cabaña se convirtió en cárcel, tribunal revolucionario y paredón de fusilamiento, el Ché Guevara en su comandante y yo en su capellán. Aquí sí que hay tela para cortar. A finales de ese año fui nombrado Consiliario Nacional de la Juventud Masculina de Acción Católica Cubana. En junio del año siguiente regresé a Oñati por razones familiares y ya nunca más pude volver a Cuba. Sí que lo deseé y mucho. Un año más tarde me enviaron a Colombia a que me agregara al Equipo Misionero para América (EMA), idea de un jesuita andaluz, el padre Enrique María Huelin. Religiosos de unas diez órdenes y congregaciones masculinas y un puñado de curas vascos, españoles casi todos y unos pocos nativos, entre 80 y 100 misioneros. Habían recorrido ya Bolivia, Ecuador y gran parte de Centro América, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y El Salvador, y se encontraban misionando Colombia. Yo llegué para la “Gran Misión de Medellín”, ¡qué campaneo de Iglesia triunfalista! Me quedé siete años con el EMA con un año de intervalo en Miami. Contra mi voluntad, así de cierto como que me llamo Javier, fui elegido por los compañeros y nombrado por la CONFER (Confederación de Religiosos Españoles), Director del Equipo. Se van arrepentir, les advertí, no les extrañe que estén nombrando al enterrador del Equipo. Y así fue porque así tenía que ser. Sucedió en Perú. Había llegado la hora de cambiar muchas cosas en la Iglesia. Yo viviría desde fuera la hora y los cambios. Por muchas razones que si les pica la curiosidad y me lo piden, les hago otro día el cuento, encontrándome en Puerto Rico, abandoné el sacerdocio y me casé con Stella Andino, una gran mujer y no porque lo diga yo. Tuvimos tres hijos, Xabier, Madalen y Maite. Mi trabajo durante una veintena de años estuvo relacionado con servicios a drogadictos. Xabi terminó sus estudios de biología y toxicología, se casó, encontró trabajo y se estableció en Estados Unidos. Le siguieron Madalen, optómetra, y Maite, maestra, casadas ambas. ¿Qué hacíamos Stella y yo, solitos en Puerto Rico? Pues nos vinimos también a Yankilandia y aquí estamos, en Atlanta, desde hace cuatro años. ¿Que cuántos tengo? Los que tú me eches. ¿82? No, quisiera yo, 87. ¿Si hablo inglés? Cuando llegamos, traté de estudiarlo, pero lo que aprendía de día se me esfumaba de noche, entre sueños. Sólo hablo castellano, y a ratos a trompicones. Ah, se me olvidaba decirles que me llamo Javier Arzuaga.
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