Cuando el día 26 del pasado mes de septiembre, ante ilustres personajes venidos de todo el mundo, firmaron en Cartagena de Indias un Acuerdo de Paz el Presidente de Colombia Juan Manuel Santos y el Jefe de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) Timoleón Jiménez, alias “Timochenko”, se dijo que tocaba a su fin una guerra de guerrillas que había durado 52 años. Esto no era del todo cierto. En el 1964 se constituyeron oficialmente las FARC, es cierto, pero la “Violencia” venía de lejos, de principios del siglo, enfrentando a conservadores y liberales. El enfrentamiento se producía principalmente en pueblos y veredas (barrios) rurales, los liberales azuzados por caciques políticos y los conservadores por curas con más ciego fervor patriótico que teología en la cabeza. Unos y otros eran responsables de que se multiplicaran con fuerza de hierba mala las cruces de los cementerios.
En 1948 tuvo lugar la revuelta política-social conocida como “El Bogotazo”. (Participó en ella Fidel Castro, estudiante de Derecho por aquel entonces en la Universidad de La Habana, haciendo sus primeros pinitos de revoltoso internacional). La revuelta produjo muertes por encima de los tres mil e incendios de edificios públicos, iglesias y residencias privadas. Produjo también grupos guerrilleros que se fueron asentando en zonas montañosas de distintos Departamentos, Boyacá, Tolima, Antioquia, Caldas y otros, con sus respectivos cabecillas. Entre éstos destacó, por la zona del Quindío, Pedro Antonio Marín Marín, Alias Manuel Marulanda, más conocido como “Tirofijo”.
Cuando yo me agregué al Equipo Misionero para América en el 61, la primera Misión en la que participé fue la de Medellín, ¡qué exhibición, Dios santo, de Iglesia triunfalista! Durante año y medio recorrí más de la mitad del país y me di cuenta de que la palabra “Violencia”, vestida de miedo y goteando sangre, era una de las que más ocupaban la interlocución entre misioneros y misionados. Tengan cuidado con la guerrilla, nos advertían cuando éramos enviados a misionar campo y monte adentro. En la Misión de la Diócesis de Armenia, Departamento del Quindío, que me tocó organizar, me vi en la precisión de comunicarme con “Tirofijo” a través de un joven universitario para pedirle ¡por Dios y su Santísima Madre y todos los Santos y Santas del cielo! que se estuviera quieto durante la tres semanas de la Misión, que no molestara a los campesinos que se movieran hacia los centros misionales. Me respondió que estuviera tranquilo. Pero el mismo día que concluía la Misión asaltaron un autobús que bajaba hacia Calarcá, en ruta de Tolima al Valle, y asesinaron a todos sus ocupantes. ¡Bárbaros!, ¡salvajes!
Se han hecho números -se han calculado diría yo- de los muertos, de los desplazados de sus tierras a causa de la guerrilla, de los secuestrados, de las mujeres violadas, de los niños y niñas arrebatados de sus familias para instruirlos en el uso de las armas y agregarlos luego en los escuadrones armados, de las aldeas incendiadas, del bajón de las economías agrarias, del auge en la producción de cocaína y el narcotráfico en maridaje con las guerrillas. El cuento de nunca acabar, como se dice. Se han escrito novelas y libros de estudio y análisis sobre la historia de la “Violencia” colombiana. La verdad verdadera sigue escondida en cuevas de las que nunca saldrá. Y una de la verdades que apenas se destapa es que el mal más malo es el que ha dañado las almas, no el que ha desgarrado la piel de los cuerpos y de la tierra.
Cuatro años de conversaciones en La Habana tratando de establecer caminos y puentes para acortar distancias, abrir entendimientos, y llegar a acuerdos parecen mucho tiempo, pero no sido suficientes para convencer a todos. En el plebiscito del SÍ o NO al Acuerdo, celebrado días después de firmado éste, yo hubiera respondido con el SÍ, consciente cien por cien de que no era perfecto, pero eran corregibles sus fallos, de que irían efectivamente corrigiéndose a medida de que se fueran poniendo en práctica. Quizás el fallo mayor, el imposible de corregir, fuera la no participación de la base en el proceso de gestación del Acuerdo. Habían actuado en forma exclusiva y excluyente los delegados de los mandos gubernamentales y guerrilleros.
Contra todo pronóstico y previsión, Colombia respondió que NO al ser consultado a posteriori, cuando ya era tarde. Un NO que no significó mayoría aplastante ni mucho menos, pero que dejó “colgado” el Acuerdo. ”Colgado” suena y se ve como “ahorcado”. ¿Será verdad? Todo el mundo alza las manos en Colombia pidiendo paz. Y la paz se ve cerca, al alcance de las manos. Pero …
No soy un experto en estas materias. Soy un mero observador, nada más. Y creo que a estas alturas se le presentan tres escollos difíciles al proceso de paz. El primero van a ser el expresidente Alvaro Uribe y su camarilla, los que han voceado el NO hasta salirse con la suya. Uribe quiere la paz y quiere algo más. Las propuestas suyas van más allá que el acuerdo con la guerrilla. Suenan y son electoralistas. Se expresa como si estuviera haciendo campaña preelectoral. Habla de economía, de justicia, de educación, de salud, de familia, de agro, de red viaria y más, mezclado todo con la paz. Todo un programa de gobierno. Sabe que le van a responder que ahora no se trata de eso, que estamos tratando de poner costuras a un Acuerdo, que dejemos para después de lograda la paz esos problemas que deben ser revisados y resueltos, comenzando por la reforma de la Constitución, pero “cada cosa a su tiempo y los nabos en adviento”. Uribe es muy cabezadura. Dudo mucho que se apee del carro al que ha subido. Puede descarrilar el tren de la paz.
El segundo escollo son los guerrilleros. En los cambios al Acuerdo que piden los promotores del NO hay puntos que los guerrilleros no van a aceptar. Argumentarán que lo acordado está acordado, atado, soldado. Tampoco son blandas sus cabezas. Quieren la paz y quieren hacerse sentir en la política del país en atmósfera de sana convivencia. No quieren volver a la selva. Pueden plantarse en el camino y cerrar el paso a la paz.
El otro escollo es la industria de la droga y su mercadeo, el narcotráfico. Colombia sigue siendo hoy el mayor productor de cocaína y lo es porque en su día la guerrilla la protegió. Que desaparezcan los grupos guerrilleros no significa que vayan a desaparecer los productores y traficantes de la droga. Sabemos, lo estamos viendo en México, qué tipo y grado de violencia se gastan los cárteles de la droga. A ellos les importa un comino la paz. Y no se van a dejar avasallar así como así.
Colombia merece la paz. Con o sin premios Nóbel. ¿Qué podríamos hacer entre todos para que la paloma de la paz se posara en las ramas de sus muchas ceibas, coronada de sus mil variedades de orquídeas, que anidara en los corazones de todos los colombianos?
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Documental – A LA MEDIANOCHE ‘Momentos con Javier Arzuaga’
Libro – A LA MEDIANOCHE (Autor: Javier Arzuaga)