A siete días del paso de los Reyes Magos montados en sus camellos, las campanas de la Navidad han ido perdiendo timbre y eco. Suenan ya lejos, cada vez más lejos, perdidos en un paisaje de nieve. La Navidad se identifica con el invierno más que el invierno con la Navidad. Es porque hay dos inviernos. El primero está hecho de un frío agradable acompañado de músicas y de un fuego más rosado que rojo en la chimenea. Coincide siempre con la última semana de diciembre y la primera de enero, es decir, el tiempo de la Navidad. Luego viene el segundo invierno o la segunda parte del invierno. Este está de hecho de frío, silencio y oscuridad. Va de la segunda semana de enero hasta la tercera de marzo. Con los últimos días de la cuaresma y la Semana Santa, en el cielo va madurando la luz, ésta se hace más dorada y viene acompañada de un calorcillo pregonero del verano. No debemos olvidar que sin buen invierno no cabe esperar buen verano. La explanada entre las rocas labradas y las rocas al natural en Arantzazu debe encontrase vacía. La debe estar barriendo el viento que baja por la hospedería, cortante como una navaja fría. Pronto llegará la nieve que este año se ha retrasado. Me encuentro a ocho mil kilómetros. Me encantaría encontrarme allá despidiendo la Navidad en la octava de la Epifanía.
Otros años, al desmontar la Navidad, tanto en la casa como en el armazón románico del costillaje propio, solía sentirme acompañado y como vestido de una serena cadencia gregoriana seguida de una polifonía para voces blancas. El Oi Bethleen de Aita Donosti cantado por el coro Easo, por ejemplo. Este año más que música se escuchan presagios lastimeros aullados por una jauría de lobos desde el fondo del bosque. El nuevo año, 2017, echa a andar con paso inseguro. Los que padecemos de neuropatía sabemos qué significa paso inseguro y sensación de desequilibrio, sensación he dicho, no, realidad. Las señales que la red nerviosa envía de los pies al cerebro son débiles y confusas. La respuesta no puede ser clara, es oscura. Nos mentimos hace quince días cuando nos decíamos que ¡Feliz Año Nuevo!, ¡Happy new year! o ¡Urteberri on!. El Año Nuevo vino al mundo envuelto en una sucia capa de miedos. No por lo que vaya a suceder, que nadie sabe, sino por lo que pueda suceder, que sin saber se teme.
Políticos, sociólogos o economistas preguntados sobre las señales que trae escritas en su frente el 2017, no las ven claras. No quieren pasar como portavoces del No, negativos y pesimistas, pero tampoco se atreven a dejarse ver como abanderados del Sí, positivos y optimistas. Acaso leves impulsos de crecimiento económico en algún que otro país, dicen unos. Probablemente, un parón, vuelta a la crisis, anuncian otros. Mucho más conflictivo panorama político, con persistencia de humaredas bélicas, vaticinan todos. El hemisferio norte, definitivamente más alborotado que el sur. Los más alejados en la Oceanía nebulosa, los que mejor respiran.
Siria nunca volverá a ser lo que fue. Sigue oliendo a pólvora. Todos gritan sus razones. Todos están en lo cierto y todos cargan culpas. Y el pueblo que ni quita ni pone rey, tiene el corazón más herido que la piel. Los que vinieron de fuera a resolver problemas, los han multiplicado en lugar de resolverlos. Igual sucede en Irak y en Afganistán y en Yemén y en Somalía y en Sudán y toda la Africa subsahariana. Los pueblos huyen de sí mismos con los ojos cerrados, hinchados de llorar. No saben a dónde se dirigen. Huyen. Pero las puertas están cerradas para ti, pobre refugiado sin nombre, si lo que llevas contigo es sólo tu dolor y tu miseria.
El Estado Islámico ha declarado guerra a Occidente. La acusa de ladrona y mentirosa, de explotadora y cruel, de asesina. Y a lo que de aberrante tienen todas las guerras, han involucrado a Dios en ellas. Horror de horrores, matan en nombre de Dios. Europa tiembla ante la saña terrorista, tan rico que se vivía sin esa peste de los yihadistas, ¿pero qué les hemos hecho nosotros?, su memoria es corta. ¿Qué será de la democracia como sistema de gobierno y de vida? La amenaza le llega de fuera y germina al mismo tiempo en su entraña. Una derecha de signo proteccionista, neonazi, exige su turno, pretende gobernar. La justicia social brilla por su ausencia, gritan desde la otra acera los izquierdistas y tienen razón, aunque las cosas siguen y seguirán siendo como son. Pastizales en los que las vacas gordas engordan hasta reventar y las flacas crecen en número de día en día y son cada vez más flacas. ¿Le estará a punto de suceder a Europa este año lo que el año pasado se sucedió a Estados Unidos? ¿Quién estará al frente de Alemania y de Francia y de Holanda cuando en las iglesias se vuelvan a escuchar las notas ilusionadas de la “noche de paz”?
Aquende las aguas grandes, el Océano Atlántico quiero decir, las cerezas han caído antes de madurar. La cosechas todas se presienten inseguras. Un torbellino llamado Trump impone ley de imprevisibilidad a cuanto se mueva, en la dirección y con la fuerza que quieran soplar los vientos. Nepotismo y conflicto de intereses de puertas adentro en su casa. Leyes migratorias amenazadas, leyes de sanidad amenazadas, libertad de pensamiento y de expresión hablada o escrita prensa amenazadas en política interior. Volatilidad que nadie entiende en política exterior, en las relaciones con países cercanos, Cuba y Venezuela en concreto, y con América Latina en general. Igualmente con Europa, con Rusia, con China. Lo mismo en pactos comerciales que en militares entre naciones. Y una capa de proteccionismo absurdo, sobrepasado en el tiempo, de cuando las trece colonias exigían independencia y soberanía a la madre patria, la Gran Bretaña.
Cuando se escriba la vera historia de lo acaecido el 2016 y 2017 en los Estados Unidos de América, no será Barak Obama el que cargue a sus espaldas la mayor porción de las responsabilidades. Ni mucho menos. El pecado de Obama consiste mayormente en haber nacido con Africa presente en su piel. El Congreso, dominado por los republicanos, puso trabas a cuanto intentaba hacer el intruso, el que nunca, ni como invitado, debió dormir ni una siesta en la Casa Blanca, espacio reservado a los “blanquitos”, los pura sangre y raza llegados del Este. Trump va hacer historia, negativa posiblemente. Es lo nunca visto en política norteamericana, que los asesores y colaboradores tengan que controlar a su jefe en lugar de estar trabajando en la línea dictada por él.
Fruto más del deseo que de una expectativa racional, presagiaba alguien que Trump no llega al verano, que antes se habrá metido en arenas movedizas de las que no pueda salir y que será removido de la oficina oval. Quién lo viera salir humillado a quien a tantos humilló con su lengua descontrolada y aplastó bajo el bulldozer de su yo, descomunal e incomprensiblemente sensitivo. Dios nos coja confesados, como se decía ante un peligro grave cuando todavía se creía en Dios y en la otra vida.
Los senderos del 2017 pintan difíciles y peligrosos.