Os pediría que cerrarais los ojos, pero sé que es imposible continuar con la lectura de esta forma que tanto nos puede hacer pensar. Quiero que imaginéis que la situación que a continuación os voy a contar es real, que la estáis viviendo en primera persona.
Llegas a un parque de atracciones por primera vez en tu vida y su atracción estrella es la montaña rusa más larga del mundo. Te montas, te abrochas el cinturón, bajas la barra de seguridad y comienzas la aventura; te embarcas en una nueva experiencia jamás vivida. Arranca el viaje. A pesar de los primeros temblores, del miedo que recorre cada una de las partes de tu cuerpo, ya no hay vuelta atrás. Y la aventura continúa hasta que el tren se detiene.
Ahora quiero que os pongáis en la piel de un deportista cuya vida se asemeja a la mejor y más emocionante montaña rusa del mundo. Es un tópico, sí. Pero también es una realidad. Su vida es una montaña rusa porque un día se encuentra a punto de alcanzar la cumbre y su mirada no es capaz de atisbar dónde se sitúa el punto en el que comienza la bajada, el momento exacto en el que los raíles de su vida llegan al punto de inflexión. Ni siquiera se ve la bajada mientras sube y sube sin cesar.
Pero, de pronto, llega un día en el que el tren alcanza la cumbre; la burbuja que no deja de flotar se confunde con las nubes, pero el nubarrón descarga. ¿Y qué es lo que pasa en la cima? La adrenalina comienza a recorrer todo tu cuerpo y contemplas, con los ojos bien abiertos ayudados por el fuerte viento que azota, la caída que se aproxima. Y ya nada puedes hacer. Tú estás arriba y tienes una visión privilegiada de todo lo que está abajo. Pero ¿sabes? Desde la cumbre, desde ese instante en el que parece que el tren se va a detener en la cima, en el punto de inflexión, se ven el resto de rampas que componen el recorrido de la montaña rusa.
La montaña rusa llega a su fin; siempre lo hace. Y curiosamente, ese final se encuentra en el punto más bajo del trayecto. Llega el momento de soltarte el cinturón y, mareado, salir de la atracción. Pero ¿sabes qué? El parque de atracciones cierra tarde, tú eres joven y aún es pronto, por lo que puedes volver a montarte. Por eso, vuelves a hacer cola. No te quieres ir a casa. No quieres abandonar la aventura. Y no lo haces porque has hecho un gran esfuerzo por estar ahí y aún es pronto.
Pero hay veces en las que esa cola parece interminable. Pero nunca lo es. Todo tiene un final, y más si hablamos de tiempo (¿tiene la vida un fin? Sí que la tiene). De pronto, llega el momento de volver a montarte, de abrocharte el cinturón nuevamente y… de volver a comenzar la subida. Y curiosamente, disfrutas más que la anterior vez. ¿Por qué? Porque la añorabas, porque ya no tienes miedo, pues sabes que no hay peligro. Ahora ya sabes que llegará un momento en el que alcances el punto de inflexión; también sabes que llegarás a tocar fondo… Pero ¿y lo que disfrutas por el camino? Esa adrenalina que te acompaña, que se apodera de ti, ese gusanillo que recorre todas y cada una de tus arterias… es superior a cualquier miedo que pueda obstaculizar tu camino. De hecho, tiene tanta fuerza que revienta los obstáculos que surgen en el camino.
Y ahora piensa que eres tú, imagina que tú eres ese ‘deportista’ o esa persona que acaba de salir, mareada y descolocada, de la atracción. Piénsalo, imagínatelo. Te acabas de desabrochar el cinturón… Y estás confuso pues no sabes qué rumbo tomar: el del final de la cola o el que te lleva a casa. Pero recuerda que aún es pronto y si es necesario puedes tomarte un respiro, un tiempo, para tomar la decisión adecuada.
Pero, de pronto, ¿sabes qué es lo que pasa? En la cola hay una persona que te llama, una persona que te quiere acompañar en la aventura (en los trenes de las montañas rusas nunca vas solo). Inexplicablemente, te diriges hacia esa persona y te vuelves a poner en la cola. ¿Y sabes qué? Que ese pesado camino, esa larga cola metafórica que te lleva hacia la aventura, es más ameno si tienes cerca a gente que te acompañe.
Y, rápido, como pasa la vida misma, llega el momento de volver a montarte en la atracción, de volver a empezar. Y, recuerda, cuando el tren emprende su marcha, pronto se encuentra con la primera rampa que sube y sube, lentamente, sin que parezca que hay un final, sin ver nada más alrededor, con la emoción recorriendo, otra vez, todo tu cuerpo. Todo empieza de nuevo, pero ya tienes conocimientos adquiridos. Los tienes y los aprovechas.
Esa es la vida del deportista, sea bueno o sea malo. Es una montaña rusa, con sus altibajos, con sus cumbres, con sus puntos de inflexión y con los momentos en los que tocas fondo. Si el tren se quedara completamente parado en ese instante en el que antes de alcanzar la cumbre avanza lentamente, la aventura no tendría gracia, pues el fuerte viento que azota en la cumbre apagaría la llama de la ilusión.