Tenía que entregar unos papeles antes de ir al gimnasio. Así que, como cada día, me he montado en el Margarita (el autobús gratuito que recorre el campus de la Universidad de Stanford) y he bajado en la parada del hospital. Todo en orden. He vuelto a la parada, dispuesta a continuar con mi viaje. Estaba sentada al sol, concentrada en mi música, cuando he visto que un hombre se acercaba a mí y me decía algo. Fuera cascos. “¡Pero si te acabo de dejar aquí!”. Era el conductor del Margarita que me había llevado al hospital. Sí, bueno, he venido a dejar unos papeles, blablabla… Se ha sentado a mi lado y ha sacado un bocadillo de su mochila. Pausa para comer. A las 11 de la mañana.
“¿De dónde es ese acento?” País Vasco. “…” ¿España? Hay días en los que una no está para explicaciones ideológico-políticas. “¡Oh! ¡Me encanta España! No he estado nunca pero dicen que es un país precioso”. Deberías. “¿Y qué tal por aquí?”Acostumbrándome. “¿Cuánta diferencia horaria?” Nueve horitas. “Vaya. Eso se hace duro. A mí me pasó cuando fui a vivir al este del país durante unos años. Los partidos de fútbol empezaban a horas diferentes a las que estaba habituado, había un partido detrás del otro, durante todo el día… Me costó mucho acostumbrarme”.
“Se está bien por aquí, verdad? Yo me siento más inteligente sólo por el hecho de conducir el autobús en la Universidad de Stanford”. Yo me siento más inteligente sólo por venir al gimnasio en la Universidad de Stanford. -Nos sonreimos-. “Pero yo en realidad soy músico”. Interesante. “Soy organista en la Iglesia. Desde que era muy pequeño supe que era lo que más me gustaba, así que mi madre hizo el esfuerzo para pagarme las clases”. ¿Y tocas en alguna iglesia de Palo Alto? “¡No! Yo vivo en Oakland y vengo cada día desde allí a trabajar. Es un viaje bastante largo”. Además, tienes que conducir por las mañanas para llegar a un trabajo en el que te pasas el día conduciendo. Es curioso. -Nos sonreímos otra vez-. Y en la iglesia, ¿también cantáis? Porque en España las misas son muy aburridas. “Eso es porque no me tienen a mí como director musical”. Creo que, aunque no soy católica, si allí cantaran Gospel y tocasen el piano como lo hacéis vosotros, iría a misa de vez en cuando.
“Lo que yo necesito ahora es poder vivir exclusivamente de la música. Dejar el autobús y centrarme en lo que me apasiona”. -Ya ha terminado el bocadillo y está pelando una naranja, para el postre. “Y seré famoso, ya lo verás”. Y yo podré decir que te conocí un día en la parada del Margarita. “¿Y les dirás a todos que soy sencillo y cercano?”. Bueno, por lo que yo he visto hoy sí, pero quién sabe si no se te subirá la fama a la cabeza. -Más sonrisas-. “Tienes razón. Pero por otro lado tiene que ser muy difícil eso de ser famoso, no crees? Porque piensa, por ejemplo, que tú o yo tenemos un mal día, estamos de mal humor, hemos discutido en casa… y perdemos los nervios en un momento dado y gritamos a alguien en público. Lo más probable es que a las horas ya nadie recuerde lo ocurrido. Sin embargo, si eso le pasase a Jennifer Lopez, o a Brad Pitt, al día siguiente la historia estaría en todos los periódicos”. Y quedaría como una mancha indeleble en su reputación. “Eso es”. Pues tienes que tratar de no enfadarte en público cuando seas un famoso músico. “Y también tendré que aligerar un poco esta tripita. No vayamos a ponérselo fácil a los paparazzi“. -Risas-.
El autobús llega a la parada. Mi amigo se coloca en el asiento del conductor. Yo me acomodo entre la gente, como una usuaria más del transporte público. Cuando llego a mi destino, le saludo con complicidad desde la puerta trasera y él agita la mano sonriendo por el espejo retrovisor. Me bajo y sonrío. Siempre podré decir que tuve una agradable charla con él mientras se manchaba las manos comiendo una naranja al sol.