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Ane Arruabarrena

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Las amistades 'peligrosas'

 

Sentarse con los amigos a tomar un cerveza en la terraza de un bar puede ser una experiencia ‘religiosa’ por aquí. Como ayer por la tarde, cuando estábamos tan tranquilos hablando de lo divino y de lo humano, y se nos acercó un chica de unos treinta años (sí, yo sigo llamando chicas a las mujeres de mi quinta). Balbuceó unas palabras ininteligibles y se sentó en nuestra mesa. Silencio incómodo. Ella lo notó, así que desplegó toda sus armas de conversación, empezando por la vez en la que adoptó un mapache moribundo y lo crió en su casa con biberones de leche, pasando por el día en el que, en Dallas, su ciudad de origen, respondió con malas maneras a un famoso (e impertinente) empresario de la NBA, y siguiendo con sus libros favoritos y fotos de ella en bikini en Hawaii. También habló, cómo no, de su primer puesto en una competición de toro mecánico el día anterior. Todo esto cambiando de interlocutor cada vez que alguno de nosotros iba al servicio, o a pedir otra cervza. Ella ni se inmutaba. Agotadora.
Yo hablo mucho, no voy a negarlo, pero también me encanta escuchar. Por eso, me cuesta comprender a ese tipo de pesona que enlaza un discurso con otro sin dar opción a la intervención del que tiene enfrente, y que no duda en cortarlo cuando el otro (o la otra, obviamente) consigue encontrar un pequeño resquicio para responder. Me entristece ese afán por ser siempre el centro de atención, porque sugiere grandes carencias. En fin.
La tal R. -vamos a llamarla sólo por la inicial para preservar su privacidad- nos contó que estaba utilizando una buenísima aplicación  de móvil que había ‘inventado’ un amigo suyo. Consistía en hacerte un perfil con tus gustos y poder encontrar a gente que compartiera alguno de ellos en un radio de una milla a la redonda. Según ella, funcionaba de maravilla. Porque lo que a R. más le gusta es conocer gente. Pero lo bueno de una aplicación como esa es que puedes centrarte en las nuevas relaciones con personas que a priori te interesan, porque vuestros gustos son comunes. Admito que le puse alguna pega porque gustos como ‘la música’, ‘los conciertos’, ‘el vino’ o ‘la comida’ me parecen un tanto vagos. Además, quién dice que al Descuartizador de Texas no le apasione, igual que a R., salir a bailar salsa antes de hacer pedacitos a alguien?
Pero ella insistía en demostrarnos la efectividad del ‘invento’, así que escogió a un tipo que tenía un perfil en la aplicación y que vivía en Palo Alto. “Se llama M. Y escribo:’Hola M. ¿qué haces?’ ¿Véis? Es sencillísimo”. Efectivamente, a la media hora el tal M. estaba en nuestra mesa. Así que ahí estábamos, sin comerlo ni beberlo, dando conversación a un completo desconocido que ni siquiera había venido por nosotros. Pero resultó un fichaje excelente.
¿De dónde eres? “Rumanía”. ¿Y a qué te dedicas? “A los ordenadores”. Qué curioso (ironía). ¿Donde? “En Facebook”. ¿Y qué haces concretamente? “Pasarme el día dándole a una tecla. Vamos, un trabajo que incluso un mono podría hacer”. Ahí R. tuvo que intervenir: “¡Oh! ¡Apretar botones! ¡Me encantaría dedicarme a eso! Siempre aprieto todos los botones que veo. Si vais en ascensor conmigo alguna vez, descuidad, ya me encargaré yo de apretar el botón”. Está bien saberlo.
Intentamos no incomodar a M. con preguntas sobre Zuckerberg y el ambiente en la empresa. Eso sí, no pude resistirme a comentarle el tema de las flip-flops. ¿Es verdad que vais siempre con chancletas de las que se meten entre los dedos? “Bueno, la verdad es que la vestimenta es muy informal. Algunos van incluso descalzos. Pero una vez fueron a la cafetería sin zapatos y el camarero no quiso servirles (“No shoes, no coffee”)”. Y así estuvimos, charlando de lo que supone conseguir entrar en una compañía como esa para la carrera profesional, sobre todo viniendo de Europa (y directamente de Rumanía, sin haber trabajado antes en ningún otro país de transición, cosa rara por  aquí). Lo que más me gustó de M. fue su sencillez, también su autenticidad. Al margen de su aspecto de’nerd’ o ‘geek’ o lo que queráis -sobre el que él mismo hacía bromas-, descubrí a una prsona en un momento de encrucijada vital. ¿Qué hacer? ¿Seguir con su vida en el que se supone que es el mejor lugar en el que podría estar? ¿O seguir su pasión y dejarlo todo por aprender a hacer música? No sé lo que decidirá al final, pero sí me dijo que, si bien es cierto que en este momento -viviendo en Estados Unidos y trabajando en esta empresa- está mejor de lo que ha estado nunca, también es verdad que no es tan feliz como había sido. He ahí el dilema.
Total, que al final nos pasamos la noche con él, conociéndonos y cayéndonos bien mutuamente. Y a todo esto, ¿dónde estaba R., la responsable de haber encontrado esta joyita en forma de informático loco? Pues parece que, además de los gustos en común, también la química es importante al conocer  nuevas personas, y para ella no hubo ni un mísero chispazo. A los pocos minutos de presentarse ya estaba tonteando con un tipo que había conocido  en la barra del bar, y nunca la volvimos a ver. No sé qué hareis vosotros, pero yo, definitivamente, no pienso descargarme la aplicación.

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Historias, ideas, curiosidades y reflexiones de una donostiarra en la Bahía de San Francisco

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