El viernes di mi primera charla en Stanford (y puede que la última, pero hay que ser optimista!). Dentro de los actos por el Día Internacional de la(s) Mujer(es), el Centro Comunitario de las Mujeres de Stanford decidió organizar unas conferencias bajo el lema ‘Global Voices’, en las que mujeres de distintas nacionalidades compartieran sus visiones feministas. En cuanto vi la convocatoria, me lancé. Así soy yo, un poco ‘arrojada’ a veces. Esto fue hace cosa de un mes. Parece que mi propuesta les gustó y ahí estaba mi nombre, junto con el de otras cuatro mujeres, en el cartel de presentación. ¡Quién me hubiera dicho a mí que alguna vez en la vida me encontraría en semejante situación! Para cuando quise darme cuenta, quedaba una semana. Y ahí empezaron los temores. ¿Voy a ser capaz de dar una charla en inglés, a pelo? Porque, sinceramente, no es lo mismo usar el inglés en el día a día que ponerse en esa tesitura.
Fui asustada al ensayo (sí, había ensayo dos días antes, como en los Oscars) y la cosa fue bien. Pero no era lo mismo. Así que evitaba practicar en casa, me ponía siempre a otra cosa, aunque la incertidumbre estaba siempre ahí. Hasta que la misma mañana del evento, en la ducha, me puse a hablar. Hay gente que canta en la ducha. Yo hablo. Seguí un sabio consejo: no pienses en el idioma en el que estás hablando. Así que me relajé, y hablé sobre un tema que conozco bien y que me apasiona, sin temor a meter la pata con esas palabras tan técnicas que a veces se me resisten.
Y en el momento de la charla, mis miedos no tenían nada que ver con lo que iba a decir, sino con el mando del power-point. ¿Seré capaz de encontrar la tecla para pasar las diapositivas? Porque, igual que suelo tener mucho arrojo -como os he dicho antes-, tiendo a ahogarme en un vaso de agua con esas nimiedades. Pero encontré la tecla y todo fue como la seda. Tenía frente a mí a unas treinta personas en la audiencia, que a ratos asentían, sonreían, se sorprendían con mis palabras.
Ofrecí esta misma charla hace unos años en un congreso de Estudios Feministas de la Universidad de Sevilla, y no estaba segura de que en países tan distintos como los nuestros la respuesta de la gente pudiera ser similar. Pero ocurrió. Muchas veces las mujeres no tenemos tiempo de pararnos a pensar sobre las pequeñas cosas que nos oprimen en el día a día. Estamos demasiado ocupadas en tratar de hacernos un hueco en la esfera pública, hasta hace poco reservada sólo para los hombres. Pero en un mundo globalizado, esos pequeños (pero tan dañinos) elementos de control son comunes para la mayoría. Y creo firmemente que hablar de ello puede ayudarnos a cambiar conciencias. Al terminar mi exposición, varias estudiantes de Stanford -chicas muy jóvenes- se me acercaron para decirme que les había gustado mucho y que les había hecho pensar. Ellas son el futuro. ¿Haberles hecho reflexionar siquiera por un minuto? No podría estar más orgullosa.