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Ane Arruabarrena

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Esos días en los que todo apesta

No es martes y 13, pero el viernes 17 no anda tan lejos del día maldito para los norteamericanos. Es una de esas jornadas en las que querrías quedarte en la cama tapadita hasta las orejas. Y levantarte sólo para ir al baño y hacer tímidas incursiones a la despensa para coger puñaditos de frutos secos (al final resulta que haces el viaje tantas veces que te saldría mejor coger el paquete entero a la primera, pero eso te haría sentir culpable). Y no me ha pasado nada especial. Nadie hubiera dicho ayer, cuando me acosté, que me levantaría con este estado  de ánimo. Trato de convencerme de que mi actitud no tiene ningún sentido, pero no consigo cambiar el gesto. Abro las aletas de la nariz y frunzo el ceño, como si todo a mi alrededor oliera mal.

Me he montado en la bicicleta y de repente la seguridad que había ido logrando en estas últimas semanas se ha evaporado. También me he comprado un casco, por si acaso, y al ponérmelo me he sentido todavía peor. Es tan ridículo como todos los cascos de bici, me sienta tan mal como al resto de mundo y además no he sido capaz de ajustarlo bien, así que ni siquiera servía para protegerme. Parecía un pollito asustado al salir de la cáscara.

Incluso el clima californiano me molesta hoy. Han salido algunas nubes y la brisa está más fresquita que en las últimas semanas. Y me indigno mientras acaricio los pelillos erizados de mis brazos desnudos, como diría alguna novela de Corín Tellado. Hay estudios que afirman que el mal tiempo puede deprimirnos de verdad, quiero decir que puede afectarnos biológicamente. Pero dudo que sea mi caso, porque siendo oriunda de la verde Euskal Herria, a estas alturas ya me habría tirado por la ventana varias veces a lo largo de mi vida. ¿Qué? ¿Que os parece un post triste? Pues acabo de quemarme la lengua con el café. Algo que creía dominado después de casi diez meses en California. Y todo por no haberme pedido una cerveza. Dichosa operación bikini…

Y lo malo es que estoy bloqueada incluso en la escritura. Aunque parezca mentira, todavía no tengo nada que decir sobre la doble mastectomía de Angelina Jolie. Ni siquiera tengo la energía suficiente para hablaros de la normativa que acaba de entrar en vigor en Palo Alto y por la cual queda prohibido fumar en plazas y parques de la ciudad. Cualquier otro día estaría encendida con el  asunto, pero hoy sólo tengo este gesto de que todo me huele mal.

Y aunque me cueste aceptarlo -y podéis decirme si me equivoco o si vosotros tenéis mejores soluciones-, la clave para sobrevivir en días como estos es precisamente la terapia de choque. ¿Que no quieres ver a nadie? Pues toma dos tazas (o algo por el estilo). Así que trataré de ir a mi clase con la más falsa de mis sonrisas, hasta que mis queridos alumnos me hagan reir de verdad. Y al salir tendré que ver a algunos amigos para tomar la enésima cerveza de la semana, hablar en inglés y arovechar este clima que, aunque hoy me parezca una basura, es en realidad una auténtica maravilla para una donostiarra. Y me iré a la cama feliz y tranquila, pensando -como siempre me pasa en estos casos- que he sido una tonta por no saber darle la vuelta antes. Que estoy bien, que estoy sana, que la vida marcha. Que en realidad por aquí no huele tan mal como en otras partes. Y si no, que se lo pregunten a Maruja Torres.

 

 

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Historias, ideas, curiosidades y reflexiones de una donostiarra en la Bahía de San Francisco

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mayo 2013
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