Y no precisamente en flor, aunque sea primavera. Tanto llenarse la boca con que son los amos y señores del mundo, los más preparados, los que más dinero ganan, los que mejor viven… y la mala educación está a la orden del día. Este fin de semana he vivido la que ha sido, sin duda, una de las situaciones más desagradables desde que llegué a este bendito Palo Alto. Nuestro nuevo vecino, una abogado treintañero, descubrió su faceta de psicópata cuando aparcamos nuestro coche en una parcela que resultó que tenía en alquiler. Cuando él llegó, puso su coche detrás del nuestro obstruyéndonos la salida, así que cuando teníamos que salir para llevar a una amiga al aeropuerto, fuimos a pedirle que lo moviera. Y entonces empezó la locura. Ante nuestra mirada atónita, el tipo dijo que no pensaba moverlo y que había llamado a la grúa porque estábamos en su parcela de parking. ¿Cómo? Le explicamos que no teníamos ni idea de que ese espacio estuviera reservado, que no aparcaríamos allí nunca más pero que nos dejase salir porque teníamos que ir al aeropuerto. Ni por esas. Incluso, en medio de la discusión, cuando el Científico metió, sin querer, el pie dentro de su apartamento, este indeseable puso el grito en el cielo diciendo que esa era una propiedad privada y que no podía pisarla. Así estuvimos durante más de media hora, incluida una llamada de este vecino a nuestro casero en la que hablaba de nosotros con un desprecio inusitado. Y en nuestra cara. Al final, al ver que el casero no le respondía, cedió, no sin antes tratar de sacar fotos a nuestro coche y advertirnos de que nosotros pagaríamos los costes de la grúa. Grúa que, por cierto, seguimos esperando a día de hoy. Sin comerlo ni beberlo, nos vimos envueltos en una situación tan desagradable que nos impidió incluso despedir a nuestra amiga como ella se hubiera merecido. He tardado varios días en escribir sobre ello y todavía me enciendo al pensar en ese pequeño y despreciable ser mundano que se reía de nuestras caras de espanto. El casero, como era de esperar, se puso de nuestro lado y nos dijo que en el poco tiempo que el vecino lleva en el apartamento también ha demostrado sus malos modales con los encargados de obra.
Y aunque pueda parecerlo, esto no es un hecho aislado. Quiero decir que, aunque no todos están cortados por el mismo patrón, la de este tipejo es una manera de actuar habitual en esta sociedad, probablemente en una confusión entre la libertad individual y la falta absoluta de respeto por los demás. Varios elementos actúan en conjunto y pueden llevar a estas situaciones. Primero, la propiedad privada. Que si el parking es MÍO, que si no entres en MI casa… Luego, el estatus. El tú no sabes quién soy YO. En este caso, un abogado con poco pelo. Y el más importante de todos: la desconfianza. Llamar a una grúa cuando los vecinos, que están tranquilamente sentados en el jardín, han aparcado en tu espacio en lugar de dirigirte a ellos y pedirles que muevan el coche es, a todas luces, desproporcionado. Pero no lo es tanto si tienes la paranoia de que lo han hecho a propósito, para joderte la vida, porque son más malos que Caín. Y aquí encontramos otro elemento destacable: el complejo. En una ciudad tan competitiva como esta, parece que tengas que pasarte el día demostrando que a ti nadie te toma el pelo, que tú te las sabes todas. Se percibe un constante temor a ser motivo de burla, a ser un looser (perdedor). Y hay que hacerse un hueco aunque sea a empujones.
Por eso, trato de seguir las enseñanzas de Toshiro Kanamori y ser empática. Y comprender a este pobre hombre, que por lo poco que he visto tiene una vida harto aburrida basada sólo en trabajar, trabajar y trabajar para permitirse esa plaza de aparcamiento que tanto reivindica y ocuparla con un deportivo de lujo. Y cuando llega por las noches a su pequeño piso -porque, aunque él se muere por tener una casa con jardín enterita para él, pobrecito, vive en un apartamento igual que el nuestro-, saca su caja de cartón con comida preparada y la engulle sentado frente al televisor, esperando a que algo emocionante le ocurra a su triste y solitaria existencia. Y en ese caso, ¿no es suficientemente emocionante que esos vecinos a los que ves charlar y reír en el jardín aparquen el coche en TU parcela privada?