El lunes, aprovechando que era fiesta nacional -el Memorial Day, el día en el que se rinde homenaje a los soldados norteamericanos caídos en combate- y el Científico -como siempre- tenía que alimentar a sus células madre, me decidí a probar algo que llevaba tiempo queriendo hacer: Bikram Yoga. ¿Y eso qué es? Pues consiste en hacer 26 asanas (posturas) de yoga en hora y media, en una habitación a más de 40 grados y con un 40% de humedad. ¿Y por qué? Pues porque me va la marcha.
Me inscribí para una clase de prueba en uno de los estudios más populares de Palo Alto. Creí que, al ser un día de fiesta y teniendo en cuenta que la ciudad estaba desierta, la gente tendría cosas mejores que hacer que meterse en una sauna gigante. Error. Conté cerca de setenta personas con sus respectivas esterillas y cantimploras de agua, deseosas de sufrir. El instructor me advirtió de que las primeras veces cuesta adaptarse a la temperatura, así que no debía sentir presión por seguir la clase completa. Si me mareaba, podía tumbarme y esperar a encontrarme mejor. Pero claro, el hombre no me conocía de nada y no podía saber que yo, antes muerta que sencilla. Que en estos casos me sale la vena vasca y ya puedo estar viendo estrellas y luces blancas que yo sigo en la postura del arbolito hasta caerme redonda. No hay dolor.
Y empezó la clase. El calor era difícilmente soportable, y los asistentes íbamos tomando un tono brillante de lo más favorecedor, del estilo anuncio de Dolce & Gabbana. Para cuando me quise dar cuenta, aquello parecía Sodoma y Gomorra. Hombres y mujeres semidesnudos y sudorosos en posturas inverosímiles, con una distancia de milímetros entre sus cuerpos y respirando tan fuerte que a veces parecía que gimieran. En algún momento me sentí turbada, para qué lo voy a negar. Eso sí, como siempre pasa, no es lo mismo vivirlo en primera persona que verlo desde fuera. Imagino que la imagen, desde la perspectiva de alguien que entrase en la sala en ese momento, tendría más que ver con una piara de cerdos rosas rebozándose en el lodo. Porque lo de eliminar toxinas implica también un olor interesante, no nos engañemos. Y a cuarenta graditos no hay forma de escapar. El profesor me recomendó beber mucha agua durante la práctica. Lo que no me dijo fue que mi eco-cantimplora-paloaltense llegaría a hervir a los tres cuartos de hora. Y no, cuando estás asada como un pavo de Acción de Gracias y el aire que respiras se parece al de una estación de metro, un trago de agua calentorra no es el mejor remedio. Pero es lo que hay. Es parte de la limpieza, supongo. Porque al sudor se le añaden las náuseas.
El Bikram Yoga es una disciplina relativamente nueva, basada en el tradicional Hatha Yoga y popularizada en los años 70. Su creador, Bikram Choudhury, habla de innumerables efectos beneficiosos si se practica de forma regular; pero también hay voces que alertan de sus riesgos, especialmente en personas con tensión alta o problemas de corazón. Eso sí, es indiscutible que se ha convertido en una de las actividades preferidas de las estrellas de Hollywood y de montones de snobs. Eso explica que en Palo Alto paguen cantidades desproporcionadas de dinero por sudar en clases repletas en las que poner los brazos en cruz es más colocado que ordenar las piezas del Tetris.
A pesar del overbooking, tengo que decir que el instructor estuvo muy pendiente de mí; incluso tuvo tiempo de hacerme un masaje de pies y de cervicales con una crema mentolada. Raro. Un hombre desconocido, en calzoncillos y con una mata de pelo en la espalda, magreando mis sudorosos pies con unas manos igual de mojadas. Insisto. Raro. Y espero que se tratara de alguna especie de rito de iniciación y no tengamos que repetirlo.
Pero lo curioso de todo esto es que la experiencia del Bikram Yoga me encantó. Descubrí que el calor hace maravillas con la flexibilidad y que mi equilibrio estaba mejor que nunca. Y salí del estudio casi flotando, con el pelo de un pollito mojado y oliendo a una mezcla entre chicle de menta y diversos aromas derivados de la profunda eliminación de toxinas. Porque, por supuesto, aquí tampoco había duchas. Namasté.