Es cuanto menos curioso que, no habiendo tenido nunca interés en la cocina, me haya convertido en una fan absoluta de Masterchef. Y cuando digo fan, es en realidad FAN. He visto todos los programas por internet desde USA, y seguí la final casi sin aliento y con lágrimas de emoción por ver ganar al, para mí, más justo vencedor. ¿Y por qué todo esto?¿Un concurso de cocina? Pues yo tampoco lo sé. Supongo que porque, frente a mi absoluta ignorancia, me impresiona la capacidad de esas personas de crear algo de aspecto gustoso con una patata y un par de huevos. Si a mí me hicieran abrir una de esas cajas misteriosas con cinco ingredientes con los que elaborar un plato de alta cocina, directamente saldría corriendo. ¡Si hasta hace poco nunca había utilizado más de una cazuela al mismo tiempo!¡Creía que era imposible! Así que ahora tengo que agradecer al programa que me haya animado a intentar hacer nouvelle cuisine con las pocas cosas que tengo en la nevera. Y cada día lo intento, y a veces sale sorprendentemente bien, y otras menos. Pero de eso se trata, no? De ponerle cariño y de intentarlo.
En Estados Unidos también tienen su Masterchef, que de hecho ya está en su sexta edición y a punto de estrenar la versión para niños. Una vez terminado el programa en TVE, me sentía abandonada. ¿No más “sí,chef”? ¿No más esferificaciones? Así que decidí darle una oportunidad a la versión americana. A simple vista, todo es exactamente igual. El decorado, las cajas misteriosas, los tres jueces… En este caso quien lleva la batuta es el omnipresente Gordon Ramsey (también equivalente a Chicote en Pesadilla en la Cocina). Un hombre con mucho carácter, sin duda, pero al que debo admitir que nunca he visto presentar platos que me apeteciera probar. Junto a él, el chef malo con cara de pocos amigos y el gordito que ejerce, como era de esperar, de juez bueno y enrollado. Hasta aquí, más o menos lo mismo. Mi sorpresa llega al conocer a los concursantes y ver que su actitud es radicalmente opuesta a la que veía en la versión española. “Estoy aquí para hacer negocios”, “voy a patear el culo a todos los demás”, “soy la mejor”, “odio a toda esta gente” y demás perlas salen de sus boquitas. Ningún comentario amable, cero compañerismo. Sólo competición individual y a cuchillo. Llamadme sentimental, pero lo que más me gustaba del programa era ver cómo los concursantes se ayudaban entre ellos, cómo les alegraban los buenos resultados de los demás (a pesar de querer ganar, por supuesto), y cuánto les apenaba la marcha de aquellos con los que más habían congeniado. Pero esto es como la vida real y aquí, antes de ayudar a un compañero que tiene problemas, le pondrán la zancadilla y cuando esté en el suelo le pisarán la cabeza para asegurarse de que no se mueve. Y todo eso lo harán sonriendo. Miedito me dan.
Y lo de la comida también clama al cielo. Que sí, que cada país tienen sus ingredientes y sus platos tradicionales. Pero hasta ahora sólo he visto una sucesión de pruebas con hamburguesas, macarrones con queso, cupcakes (pequeñas tartas individuales similares a las magdalenas) y burritos. Una vez les propusieron cocinar langostinos y, para mi sorpresa, la mayoría de ellos no había visto uno en su vida. Al fin y al cabo, lo que comemos también nos define. Y definitivamente, programas aparentemente tan ‘insustanciales’ como estos pueden darnos muchas pistas sobre cómo es una sociedad (o al menos parte de ella). Siempre lo digo: hay que ver la tele con mucho cuidado y con ojo crítico. Es de lo más interesante si se hace así. ¡Ah! Y por si os interesa, yo, por el momento, apoyo a la concursante vegetariana. Tampoco me cae bien, pero la pobre ha sufrido más que nadie al abrir la caja misteriosa y encontrarse dentro la cabeza de un cerdo gigante.