¿Y cuándo se va la morriña? Yo creo que nunca.
Ya llevo aquí más de un año y, en efecto, todo ha cambiado. Ya no me siento como una extraña. Pero como decía El bicho: “yo me mantengo con los pocos sueños que yo sueño”. Eso es lo que me pasa, que a veces no vivo, solo me mantengo. Me mantengo fuerte, en pie, cada vez más firme. Porque es lo que me ha enseñado este país, para mí lo más parecido a una jungla. Que tienes que ser fuerte si no quieres que te pisen. Aquí no vale la debilidad. A más de9.000 kilómetrosde casa, y con toda esa gente que quiere lo mismo que tú quieres –incluso más-. Sólo puedes ser dura. Como una roca.
Aquí echo de menos mi casa. El norte. Pero también me falta el sur. Donde he pasado muchos de mis mejores momentos, donde he sentido que la vida tenía más significados que los que yo tenía aprendidos. Es ya el segundo año que paso sin visitar el sur. Si no recuerdo mal, había ido religiosamente cada año desde que cumplí los dos. Y luego me fui a vivir allí, a mi sur, y pasé un tiempo inmejorable. Porque en mi sur es todo tranquilidad, es todo verdad. Allí no tienes que pretender ser lo que no eres, ni tienes que sufrir si no quieres pretenderlo.
Y no hablo de ese sur de postal, el de la pareja de bailaores con la falda bordada en distintos colores sobre el cartón. Hablo de los ratos en la Plaza Mina en Cádiz, de la calle Rosa –mi callecita-, de los molletes del desayuno, de los largos paseos por las playas más bonitas que he visto nunca. Hablo del ajoblanco en Frigiliana en una cálida noche de verano, de la paella en Ayo después de una mañana de sol. Y también hablo de los días de lluvia, y de las señoras con zapatillas de casa en el supermercado, y los embutidos sobre papel para ahorrarse el platillo. Y los paseos por Vejer, y Rafa, y los helados en el Balcón de Europa de Nerja. Y el buen humor. Quitarme todo eso es quitarme un pedacito de alegría. Pero por ahora me mantengo soñando con el momento de volver.
Por favor, que alguien me mande un poco de sur. Yo me encargo de los gastos de envío.