Queda un vacío complicado de definir. Porque no los conoces, pero son parte de tu vida.
Lo primero que pensé cuando supe que Lou Reed se había marchado fue que nunca tendré la oportunidad de verlo en concierto. Era una de mis tantas ilusiones, después de aquella esperada actuación en la playa cancelada hace ya unos cuantos años. Su muerte me pilla abducida por la biografía de Patti Smith y su vida junto al artista Robert Mapplethorpe. En Palo Alto, rodeada de grandes directores de marketing, ingenieros, CEO-s de compañías internacionalmente conocidas… abro la edición de bolsillo de Éramos unos niños y viajo al Hotel Chelsea de Nueva York en 1970. Y, al igual que Patti, es allí donde me siento como en casa. En un lugar en el que las ideas, la creatividad, la pasión y las miserias humanas inundaban cada estancia. donde podías tomarte un café con Allen Ginsberg, admirar la melancólica belleza de Eddie Sedgwick o encontrarte con el mismísimo Salvador Dalí en el recibidor. Puede que dentro de treinta años alguien mire atrás y descubra algo tan potente en un momento y en un lugar concreto que todavía no alcanzamos a comprender. Pero no las tengo todas conmigo. Creo que hemos perdido la valentía. O la inocencia.
Horas después de saber que Reed había fallecido, decidí volver con Patti a Nueva York acurrucada en mi cama y, casualmente, en una de las páginas que devoré, ella conoció a la Velvet Underground en uno de los conciertos del grupo. (“Nunca había prestado atención a las letras de Lou Reed y reconocí, sobre todo a través de los oídos de Donald [Lyons], qué poesía tan potente contenían. […] Era la mejor banda de Nueva York”). Y el poeta marcó a la poeta. Quise tomarlo como una señal, porque ambos me han marcado en mi forma de ver el mundo y en mi forma de escribirlo. Queda el vacío, pero también el agradecimiento por haber compartido tanto talento. Creo que esta noche recuperaré Blue in the face (Wayne Wang y Paul Auster, 1995), donde quedé fascinada por primera vez con ese hombre de gafas oscuras y gesto huraño que, para entonces, ya se había dado unas cuantas vueltas por el lado salvaje de la vida.