Es uno de los lugares más mágicos de esta ciudad. Justo al lado de la librería City Lights, donde el poeta Ferlinghetti reunió a la Generación Beat en los años 50 y 60, y donde algunos de mis héroes literarios, como Charles Bukowski, ofrecieron recitales ante centenares de personas. Este bar respira historia. He venido a buscar inspiración y un poco de oxígeno entre sus techos bajos de madera y las lámparas de Tiffany’s. En los últimos tiempos, vivo una crisis existencial, o más bien residencial. ¿Qué puede hacer una persona que pretende dedicarsse a la escritura si vive en Silicon Valley? La cuna de un tipo de creatividad que poco tiene que ver con lo que yo busco. Hogar de emprendedores, sede de compañías punteras, paraíso de los negocios rápidos. Poco tiene que ver con la poesía.
Mientras admiraba en el escaparate de City Lights las primeras ediciones de On the Road, Howl o The Naked Truth, se me ha acercado un señor mayor con una carpeta en las manos. “¿Eres cantante?” No. “¿Escritora?” Con un hilillo de voz, me he atrevido por primera vez a decir que sí. Le he confesado mi mayor deseo a un extraño. “Lo sabía”. Me ha invitado a un recital de varios poetas, músicos y otros artistas que se celebrará en un par de semanas y donde habrá “comida gratis, bebida gratis y… marihuana gratis”. ¿Por qué no? Puede ser lo más parecido a volver a la década de los 70, aunque con cuarenta años más sobre la chepa, y todo lo que ello conlleva. La belleza de la decadencia.
He salido a fumar un cigarrillo a la entrada del Vesuvio, y el hombre que estaba arreglando los marcos de las puertas me ha empezado a hablar. Decía que adoraba el viento. Curioso; es lo que a mí menos me gusta de esta ciudad. “Cuando llegué a vivir a San Francisco, recuerdo que hacía tanto viento que la gente en la calle Van Ness no conseguía caminar sin caerse. Así que un autobús aminoró la marcha y permitió que toda esa gente se pusiera tras él, para poder atravesar la calle. Eso fue lo que me enamoró de esta ciudad. La bondad de la gente. Ahora la gente ya no es tan buena”. ¿Cuándo llegaste? “En el año 74. Tú ni siquiera habías nacido”. Es cierto. Pero siento que aquellos hubieran sido años felices para mí en esta ciudad. ¡Qué le voy a hacer si soy una romántica!
En una mesa al lado de la entrada, bebo una cerveza y escribo ideas en mi cuaderno con la esperanza de que todas las personalidades que han pasado por aquí me ayuden con su magia a afrontar la falta de trabajo y la dificultad de compartir mi talento, si es que lo tengo. La suerte ha querido que fuera a parar a un lugar en el que los sentimientos, las pasiones, no parecen valorarse tanto como la ambición y la racionalidad. Pero de alguna manera me siento agradecida. Porque a veces, ver lo que no te gusta te ayuda a comprender con claridad lo que deseas. Y ahora yo ya lo sé.