He escrito alguna vez que cuando vives en un lugar como este, donde casi todos estamos de paso, te acostumbras a decir adiós sin que te afecte demasiado. Pero no siempre es así. Las relaciones tienden a ser más superficiales y el cariño se puede racionalizar. Pero hay veces, y eso es lo bonito, en los que conoces a alguien y algo hace clic. Y sabes que no estás frente a una de esas personas que pasarán por tu vida rozándote solo en la superficie. Es la amistad verdadera. Algo que adquiere un valor incalculable cuando estás tan lejos de los tuyos.
En el tiempo en el que hemos vivido en Palo Alto hemos sido algo así como los tres mosqueteros. Hemos compartido las dificultades, los momentos de incertidumbre, las noches de risas,… Y también nos hemos sentido ofendidos por malentendidos o incomprensiones derivadas de las diferencias culturales, y lo hemos hablado y nos hemos explicado, y ha sido positivo para todos porque hemos tratado de comprendernos y de apreciarnos también en nuestras diferencias.
Cuando pensaba en eso de que las personas que de verdad te tocan se llevan un pedacito de tu corazón, creía que sería imposible que el mío diera tanto de sí. Demasiada gente querida en demasiadas partes del mundo. Pero lo que he aprendido en estos dos años es que el corazón no se agota; se expande. Y aunque nuestra cotidianidad juntos se termine hoy por la distancia, nuestra unión continúa y evoluciona. Es curiosa la vida. Es curioso cómo sonríes a alguien por primera vez sin ser consciente de que se convertirá en una parte indeleble de ti misma.
Gracias por habernos acompañado en el camino, amigo. Good luck.
“El encuentro de dos personas es como el contacto de dos sustancias químicas: si hay alguna reacción, ambas se transforman.”
C.G. Jung