Freaks (1932), dirigida por Tod Browning, es una de las películas que, después de luchar contra rechazos y prohibiciones en el momento de su estreno, se ha convertido con los años en una obra de culto. La película, traducida en España como La parada de los monstruos, relata la vida en el circo de un hombre enano llamado Hans, y del resto de miembros del espectáculo que comparten su vida de pueblo en pueblo, dejándose ver como ‘fenómenos’ (la mujer barbuda, el hombre de goma, el hombre torso, etc.) Podríamos llevarnos las manos a la cabeza por semejante exhibición de personas con malformaciones y/o con enfermedades mentales como si se tratara de objetos de exposición, colocados en sus jaulas para fomentar el espectáculo de lo grotesco. Y sin embargo, lo que hace especial a la película es la victoria del enano frente a la bella trapecista que quiere aprovecharse de él, y a la parte que juegan los compañeros de Hans en su éxito. Los freaks son en este caso los héroes, y se muestran por primera vez como personas con sentimientos, con ilusiones, con problemas, con corazón.
Pues bien. Más de ochenta años después, el canal de televisión norteamericano TLC se ha propuesto hacer su particular parada de los monstruos. Lo malo es que, en su caso, siguen ‘enjaulados’ para que los espectadores nos riamos de ellos, lloremos por ellos o nos asustemos por ellos. No tengo televisor, pero por aquí eso no es óbice para enterarse de la programación, porque siempre hay una tele cerca (o diez). Ayer, mientras hacía ejercicio en el gimnasio, me encontré con un programa que me dejó con la boca abierta. Se titula The little couple (en castellano, La pequeña pareja), y sí, trata de un matrimonio de enanos. La careta del programa es en sí misma deleznable: un muñequito de la chica con su altura destacada en grandes números, y lo mismo con el chico. Pero a continuación, tranquilos, que aun siendo tan pequeños pueden tener ‘trabajos de persona de tamaño normal’: ella con un fonendoscopio (¡médico!) y él con unas carpetas y unos sobres (algo relacionado con los negocios, intuyo…). Los muñequitos se dan la mano y con sus figuras se construye el título del programa. Ya vemos por dónde van.
En el capítulo de ayer, la pareja iniciaba un proceso de adopción mientras seguía trabajando, ella en el hospital, él no sé dónde. Y luego se juntaban por la noche en su casa para preparar juntos la cena y hacerse arrumacos en el sofá. Lo sorprendente es que son ellos mismos los que, en diversas entrevistas, han manifestado estar muy felices con su ‘show’, porque creen que puede ayudar a combatir la discriminación hacia la gente pequeña. Permitidme que discrepe. ¿Exactamente en qué me ayuda ver a dos personas preparando una ensalada o tumbadas en la cama? ¡Ah!¡Sí! ¡Que son enanos! ¿Y acaso no sabíamos a estas alturas que las personas más bajitas que la media también pueden VIVIR? Lo que realmente favorecería la no discriminación sería, digo yo, crear series o películas en las que haya personajes enanos junto con otros que no lo son. Y no darle mayor relieve. ‘Naturalizarlo’, si se me permite la expresión. Lo que hace este programa es mostrarlos como si se tratara de ‘fenómenos’. “Mira cómo comen”, “Mira cómo trabaja en el hospital, con lo pequeñita que es”, “Mira, quieren adoptar un niño siendo enanos”. Obsceno.
Pero es que ese mismo canal tiene más ‘freak-shows’. Hay uno sobre una familia de personas obesas de clase baja. El leitmotiv es la niña menor (la protagonista es una madre soltera de 31 años con cinco hijas, dos de ellas adolescentes), que participa en concursos infantiles de belleza. Pero no nos engañemos, lo que realmente nos muestran es su total descontrol con la alimentación (es repugnante ver a la madre preparar su plato estrella: espaguetis con un tarro entero de mantequilla y todo el bote de Ketchup) y sus malos modales (su juego favorito es cerrar los ojos y acertar, por turnos, qué miembro de la familia les echa el aliento a la cara). No es un programa educativo, ni siquiera de entretenimiento. Es pornografía de la mala.
Y más cosas: programas sobre adicciones extrañas, como la mujer que come detergente o la que no puede dormir si no es con un secador de pelo encendido a su lado. Incluso otro que lleva por título Strange Sex (Sexo extraño), y que ni siquiera me he atrevido a mirar.
Toda esta exhibición de lo que se consideran miserias humanas no tiene nada que ver con la divulgación, con la erradicación de prejuicios y estigmas o con la comprensión de la diversidad de la sociedad americana. Se trata, como en esas paradas de monstruos de siglos pasados, de separar lo que se considera normal de lo que no lo es. Y de exponer a los ‘fenómenos’ en la plaza pública, con la única diferencia de que ahora su jaula es la televisión.