Todo está de moda. La moda está de moda. Una frase que imagino se habrá repetido montones de veces. Pero en Silicon Valley tiene más sentido que nunca. Aquí se lleva lo de ir al monte. “Hiking”, lo llaman. En castellano, senderismo. La gente dedica varias horas de su fin de semana a caminar por senderos delimitados para sentirse en comunión con la naturaleza. Pero a veces da la sensación de que la naturaleza es lo menos importante. Lo que de verdad importa es estar ahí. O mejor, poder decir que has estado ahí. Y eso un poco con todo. Con el monte o con lo que les echen. En el café de moda, en clase de yoga. En el mercado de verduras orgánicas. En el reservado de la fiesta de una start-up. Y si fuera suficiente con estar ahí… pero no. Hay que estar allí con todo lo “necesario” para estar allí. Y entonces empieza la diversión. Por aquí son un poco como los de Bilbao, que cuanto más gastan más se divierten. Aquí no se puede ir al monte con ropa cómoda y vieja, esa ropa que no te importa ensuciar, incluso romper. No llevan botellas de agua, por supuesto no beben de una fuente. Compran mochilas de 40 dólares con una bolsa y una pajita dentro para beber sin tener que utilizar sus manos. Se ponen las gafas de Google para sacar fotos de las flores que se encuentran por el camino. Es mucho esfuerzo sacar el iPhone 6 para eso. ¿Cámara de fotos? ¿Y eso qué es?
Entre semana disfrutan de sus clases de yoga, llenas hasta los topes de ingenieros que sueñan con conseguir la comunión de cuerpo y mente entre código y código. Pero hay que tener un buen equipamiento para respirar: alfombrilla de yoga: 90 dólares, toalla para poner encima de la alfombrilla: 30 dólares, espray para limpiar la alfombrilla: 15 dólares, pantalones de yoga que consigan que tu culo siga viéndose firme en posturas imposibles: 85 dólares, camiseta de tirantes con mensaje espiritual: 70 dólares, pack oferta de 10 clases de yoga: 140 dólares. Namasté.
Los domingos toca relajarse en casa haciendo cerveza. Por supuesto, necesitaremos un kit completo (que, con un poco de suerte, utilizaremos más de una vez y no se quedará olvidado en la balda de la cocina detrás de la máquina de hacer zumos). Y por la tarde, un café en cualquier cafetería en la que los camareros tengan bigote y lleven gorro de lana a 27 grados. La larga espera merece la pena cuando llega el latte con leche de almendra y una flor de loto dibujada con la espuma. Son 4 dólares (escoge en el iPad el porcentaje de propina que quieres dejarles. No seas rácano, han estudiado mucho para ponerte ese café). En ese mismo lugar tienes una zona reservada en la que puedes pagar 3 dólares la hora para sentarte con tu Mac y tus cascos gigantes con tecnología Bluetooth para poder trabajar un poco en la nueva app que estás preparando y que sueñas con vender por varios millones en unos pocos meses. Hay que generar ingresos para pagar al paseador de perros.
Son los dramas de Silicon Valley, donde las modas están de moda y todo vale con tal de sentirse parte de algo. Aunque muchas veces no sepamos ni lo que es. Y yo lo critico, y lo denuncio. Pero no me libro. Porque es verdad que mi esterilla de yoga me costó 10 dólares y que cada vez que la extiendo al empezar la clase el olor a plástico se carga todo el ambiente zen. Pero también tengo que admitir que me he comprado la toalla especial para ponerle encima, y el otro día en Whole Foods estuve mirando con cierta curiosidad la estantería de esprays para esterillas… A estas alturas de la vida, cuando pido un café, SIEMPRE espero que tenga una flor dibujada con la espuma de la leche. Y me decepciono si el trazo no es bueno. El kit de cerveza no me lo planteo porque yo soy más de vino, pero lo del paseador de perros lo he estado pensando seriamente. Y eso que yo no tengo perro.