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Ane Arruabarrena

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Un hombre arde en el desierto

 

Hablábamos sobre los acontecimientos que están por llegar este año (conciertos, festivales, enlaces, eventos varios) y álguien me dijo: “¡¡Este año tienes que venir a ver al hombre en llamas!!” ¿Cómo? “Ya lo verás, nunca has visto algo tan espectacular”. Resulta que varias de mis amistades habían estado en ese evento singular el año pasado, y me contaron un poco en qué consistía, dejándome asombrada y sin acabar de entender la cosa. Así que he hecho una (pequeña) labor de investigación para saber algo más del denominado Burning Man. La historia nació en 1986 en San Francisco, cuando Larry Harvey concibió una figura de madera con forma de persona, y junto con Jerry James la construyó para luego quemarla en la playa. Unas veinte personas se acercaron a ver el espectáculo, creado para celebrar el Solsticio de Verano. En 1990, debido a discusiones con la Sociedad de Cacofonías de San Francisco (!), decidieron trasladarse al Black Rock Desert (Nevada). Para entonces el Hombre ya tenía unos 12 metros y 800 personas asistieron a su ignición. En los últimos años, Black Rock City se ha convertido en una metrópolis temporal, construida en medio del desierto de Nevada, que durante ocho días al año alberga a unas 60.000 personas (algo menos de la población total de Palo Alto). El evento termina siempre prendiéndole fuego a ese gigantesco hombre de madera.

 

“¿Y  de qué va todo esto?”, diréis. Pues el Burning Man es un experimento de Comunidad, basado en diez principios que son la esencia del proyecto: inclusión absoluta, intercambio y regalo, decomodificación (desapego a la comodidad y a la dependencia económica impuesta a través del trabajo y otros medios), radical confianza en uno mismo, auto-expresión radical, trabajo comunitario, responsabilidad cívica, cuidado del medio ambiente, participación e inmediatez.

 

El desierto está a unos 4.000 pies de altura. La atmósfera es muy seca y las temperaturas diurnas rondan los 40 grados centígrados, pero por la noche pueden bajar hasta los 5, así que hay que abrigarse mucho. También hay tormentas. Normalmente no llueve de forma continua, pero desde la organización recomiendan que se vaya “física y mentalmente preparado” por si algo así ocurre. Y no hay que olvidarse de llevar una mascarilla para todo el polvo que se levanta en el desierto. Una climatología idílica, vamos.

 

En el evento NO hay agua, así que cada cual tiene que llevar sus botellas para beber, lavarse y limpiar la ropa durante toda la semana. Tampoco hay luz, así que desde la organización advierten de andar con cuidado por la noche para no tropezarte con “otras personas, instalaciones de arte o bicicletas”. Lo que recomiendan es que cubras tu cuerpo de LEDs. Vale.

 

Entre las cosas que no pueden llevarse a Black Rock City: explosivos, armas, plumas de ave, plantas (vivas o muertas), perros y “vehículos mutantes” que no hayan sido previamente registrados. También hay advertencias legales: el estado de Nevada no reconoce las tarjetas de prescripción de marihuana con fines terapéuticos. Por otro lado, “defecar en las calles de la ‘ciudad’ es, además de asqueroso, una violación de la regulación federal”. Que nadie diga que no se lo habían advertido.

 

Y entre los servicios que se ofrecen: emergencias médicas, los Black Rock Rangers (voluntarios del evento que pueden ayudarte a resolver diversas cuestiones), una emisora de radio que ofrece información continua sobre el evento, un periódico y algo que me ha sorprendido: un Servicio de Salud Mental, porque, según la organización, “Black Rock City puede ser un lugar hiper-estimulante y los asistentes pueden llegar a sentirse sobrepasados”.

 

Hombre, pues me suena un poco a rollo raro, pero podríamos acercarnos a ver de qué va, al menos para escribirlo en el blog… “¡Pues hay que comprar ya las entradas!” ¿Entradas? ¿Comprar? ¿Pero esto no consistía en una experiencia libre, en la que todos y todas tenemos cabida, y que nos hace ver lo mucho que el dinero nos esclaviza? Pues resulta que la entrada cuesta 380 dólares más tasas. Ellos lo justifican comparando su precio con el de otros festivales que se celebrarán este año, como el de Coachella (349 + 85 de camping). Quizá peco de ignorante, pero me sorprende que se comparen con un festival de música que lleva en su cartel a grupos y artistas como Red Hot Chilli Peppers, New Order, Hot Chip, Lou Reed o Sigur Ros, a los que también hay que pagar. Una vez más, os invito a que, si queréis que os de mi opinión bien informada sobre este evento, vayais haciendo donaciones. Podéis tomároslo como una forma de participar, en la distancia, de una experiencia única contra el capital.

 

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Historias, ideas, curiosidades y reflexiones de una donostiarra en la Bahía de San Francisco

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