Después de todas las idas y venidas en mi búsqueda desesperada de un médico en Palo Alto, que os ‘resumí’ en el post anterior, por fin conseguí una cita con una MIR de medicina interna. Antes de verla, me atendió una enfermera muy simpática. “¿Eres de España? Entonces hablarás portugués”. Entre otras cosas, me pesó sentada en la camilla, que se levantaba con un mando e iba descendiendo lentamente hasta dar el peso exacto. Me sentí como una mortadela en una charcutería.
La doctora Go, encantadora, me hizo todas las preguntas pertinentes, me auscultó y llamó a su jefe para que hiciera lo mismo (pero más rápido). Concluyeron que, en lugar de pedirme la dichosa prueba, era mejor que volviera pasadas un par de semanas para ver cómo evolucionaba. Para entonces mi preocupación inicial había subido, bajado, vuelto a subir y ya estaba por los suelos. Sólo quería terminar con toda esa odisea.
La agencia aseguradora, con la que había estado en contacto constantemente, me informó de que ellos ya no se harían cargo del 100% de los costes de la visita de seguimiento. Normal, teniendo en cuenta que ellos cubren las urgencias médicas y no los casos que se eternizan sin recibir ni un solo diagnóstico. Así que esperé y volví a visitar a la doctora Go dos semanas después. “¿Qué tal va el dolor?” Pues ya casi ni lo siento. No sé si es que estoy muerta o que no era nada importante.
Y entonces llegó la temida charla. “Lo que realmente me preocupa, Ane, es tu condición de fumadora. ¿No crees que deberías dejarlo? Tienes a un hombre apuesto a tu lado [al que ella, por cierto, no conocía] y lo más probable es que quieras ser ‘mamá’ en algún momento. No querrás exponerte, o exponer a tu bebé, a ningún riesgo”. Mmmmmmmm… Y llegó el jefe, con la misma cantinela. “Tenemos muy buenos programas para dejar de fumar. Podemos hacerte un seguimiento exhaustivo. Tienes que tomártelo en serio. Lo primero que tienes que hacer para cuidar tu salud es dejar de fumar; lo segundo, dejar de fumar; lo tercero, dejar de fumar; y lo cuarto, dejar de fumar”.
Y así fue como, después de casi un mes de espera, recibí finalmente mi diagnóstico, escrito en letra bien negra en el informe médico: Trastorno fumador. Ahora sólo falta que me envíen la factura.