Este fin de semana, aprovechando una visita al IKEA y las ventajas de disponer de un coche (de alquiler), fui por primera vez al supermercado Mi Pueblo de East Palo Alto (como ya he comentado en alguna ocasión, uno de los municipios con más delincuencia de USA, separado de nuestra ciudad de cuento sólo por la autopista).
El caso es que tenía ganas de entrar en Mi Pueblo Food Center, y no me defraudó. Sillas y mesas de colores chillones, puestos de burritos y rancheras a todo trapo. La historia empezó en 1991 en San José, cuando el inmigrante mexicano Juvenal Chávez, junto con su familia, abrió una pequeña tienda de productos alimenticios procedentes de Latinoamérica. Hoy, Juvenal tiene más de 3.000 empleados y su negocio crece a velocidad de vértigo en el norte y centro de California.
Y ahí estaba yo, cantando y bailando mientras recorría los pasillos (“Si nos dejaaan, nos vamos a querer, toooooda la vidaaaaa…”), alucinada con productos que nunca antes había visto, registrando olores y colores… Y con precios muy razonables. Todo perfecto. Estaba dispuesta a escribir un post colorista y ‘folclórico’, sin más pretensiones que la de compartir mi experiencia dominguera.
Pero me gusta informarme un mínimo antes de escribir, aunque no se trate de una pieza informativa. Así que busqué noticias sobre Mi Pueblo y resulta que hay algunos problemas. En 2012, la cadena de supermercados se sometió voluntariamente a utilizar un programa para confirmar la elegibilidad de empleo para sus futuros trabajadores. La empresa trató de salir al paso de las protestas de los sindicatos: “Ha sido una decisión muy difícil para nosotros. Sabemos que el Programa E-Verify no es un sistema perfecto, sin embargo Mi Pueblo ha sentido mucha presión del Departamento de Seguridad Nacional y del Gobierno Federal y se nos ha hecho esa recomendación. Es algo que hemos visto a través del país y sabemos que no somos la única cadena de supermercados latinos que ha tomado esta decisión. Quiero aclarar que esto se aplicará sólo para futuros empleados que desean trabajar en nuestra compañía, y no afecta a actuales empleados en lo absoluto”, afirmaba entonces su vicepresidenta de Relaciones Públicas, Perla Rodríguez. Poco después, la empresa tuvo una auditoría de los servicios de inmigración, y teniendo en cuenta que la organización sindical estimaba en ese momenrto que el 80% del personal de Mi Pueblo era ‘indocumentado’, podemos imaginar la repercusión del asunto. Hubo importantes quejas contra el dueño por haberse puesto ‘al servicio’ de inmigración cuando él mismo había llegado a Estados Unidos sin papeles y con el agravante de que su negocio subsistía gracias a los inmigrantes (bien como trabajadores, bien como consumidores).
La cuestión de Mi Pueblo me ha hecho pensar en Walmart. No pretendo comparar las dos empresas, pero sí quiero llegar a un punto común. Los supermercados de la cadena Walmart (una de las empresas más rentables de Estados Unidos) son muy baratos comparados con otras cadenas presentes en esta zona (Whole Foods, Trader Joe’s, etc.) ¿Pero a costa de qué? Pues parece que a costa de unas pésimas condiciones laborales para sus empleados, entre otras artimañas. Podemos conocer datos tan escandalosos como estos gracias a la página Making Change at Walmart:
Así que, con esta información, lo correcto sería no comprarles. Pero en una zona como esta, en la que los supermercados ‘responsables’ tienen unos precios pensados para el nivel de vida de una población privilegiada, ¿dónde podemos comprar los demás? ¿Dónde van a poder comprar los inmigrantes sin papeles, los desempleados, los sin techo, los pobres? ¿Están contribuyendo a un sistema basado en la explotación de los menos favorecidos, precisamente por ser los menos favorecidos? Es la pescadilla que se muerde la cola. Y sí, comprar barato sale muy caro. Pero si no lo hicieran así, no podrían comprar. Y de eso va el sistema capitalista.