¿Estuvieron en el Gasca el 23 de mayo de 2006?
No sé si alguna vez han sentido en una pista de Baloncesto, ya sea dentro de ella, en la banda o en grada, esa sensación de que algo grande está a punto de sudecer. Está en el ambiente, se huele en el aire y se ve en las caras de todos… Las veces que me ha sucedido a mí se pueden contar con los dedos de una mano, pero como espectador, jamás he sentido algo parecido a lo que sentí aquel 23 de mayo de 2006 en el Gasca.
Esa temporada comenzó con la grada de Gasca medio vacía, mil personas acudimos a las primeras citas del año, mil siendo generosos… Pero, de alguna manera, Gipuzkoa se reconcilió con el Baloncesto (¿o al revés?) y poco a poco el desangelado aspecto del viejo pabellón fue mejorando hasta que en los partidos previos a los playoffs ya ni se veían las escaleras. Aparecieron las gradas supletorias, pero cuando vino el Inca quedó claro que se habían quedado pequeñas…
Entonces llegó El Día. Recuerdo que llegué temprano al polideportivo para recoger mi acreditación de prensa y accedí por la entrada de servicio; cuando pasé por el túnel de vestuarios y miré a la pista se me cortó la respiración por primera vez. Con la iluminación a todo trapo, los pupitres de prensa a pie de pista y la grada vacía, la cancha en la que hemos jugado tantas veces parecía otra, el Gasca con sus mejores galas y ese aire añejo te transporta a otra época… Esa pista en la que tantas veces hemos estado parecía otro lugar, así que por si acaso levanté la vista y, sí, los cubos seguían allí, no me había equivocado.
Sólo había una persona sobre el parqué en ese momento, a dos horas del inicio, David Doblas. Tranquilamente, el gigante cántabro dejaba ganchos mientras hablaba para sí mismo. No era el momento de molestar. Regresé al vestíbulo y mientras hablaba con uno de los mejores periodístas que escriben de basket en Gipuzkoa, Néstor Rodríguez (que además, seguramente sea el más divertido), nos dedicamos a ver llegar a los jugadores. Devin Smith, Esmorís, Uriz… y después Wyatte, con su media en la cabeza y sus enormes cascos, todos con esa mirada baja de saber a lo que habían venido. También llegó el autobús del León y sólo me acuerdo de la cara Aranzana. Preocupado, enfadado, no supe descifrarlo, pero contento no estaba. Todo lo contrario que cualquier miembro de Bruesa.
La hora de inicio parecía no llegar y la impaciencia hizo presa de mí, fui a ver qué se cocía en la entrada para el público. Nunca hubiera esperado ver aquéllo. Un gentío se agolpaba en los aledaños, algo fuera de lo normal. Nadie se lo quería perder.
En cuanto me reuní con mis amigos pusimos rumbo a la grada, más tarde nos enteramos que la Ertzaintza impidió que todos los que estaban ahí fuera entraran, el aforo se había superado.
Cuando nos sentamos en nuestros asientos y comenzó la presentación del equipo, sucedió, todos los presentes fuimos transportados a otro mundo. Durante las horas que estuvimos ahí dentro fue como si habitáramos en un universo pararelo. No es fácil de explicar, es como si el tiempo se hubiera parado. Con Europe y The Final Countdown el nivel de fervor del público superó barreras insospechadas, pero no iba a tardar en darme cuenta que ese ambiente y ese ruido se iban a superar de largo.
Entonces, comenzó el partido. El mejor partido de la historia del Bruesa GBC. Si pienso en él ahora creo que se pasó en un momento, pero la verdad es que fue eterno. Eterno por el dominio del León, dominio que provocó la ansiedad de todo el público, nervios, tensión… Cuando el León se fue en el marcador escuché el mismo número de veces “No pasa nada, hay otra oportunidad” que “No, no, esto se gana hoy”.
Cada tiempo muerto era una fiesta, todo el pabellón en pie, bailando, cantando, animando… Calderón estaba en la grada pero durante el partido, ni un autógrafo, ni una foto; se hizo todas antes de empezar y en el descanso…
El tercer cuarto acabó con mi garganta así que durante dos o tres ataques de los leoneses decidí atender al ruido de la gente. No tengo una palabra para definir aquel sonido ensordecedor, era imposible hablar con la persona que tenías al lado, ni siquiera gritando; así que para qué molestarse, seguí animando.
En esos momentos, si cualquiera dirigía la mirada justo detrás del banquillo del Bruesa, justo debajo el palco, se podía ver a Urko Ituarte, uno de los miembros del organigrama del GBC, totalmente desencajado, gritando como un poseso, se había vuelto completamente loco e increpaba al público para que subiera la voz, un espectáculo y una imagen que nunca olvidaré…
Los minutos de la remontada pertenecen al territorio de la imaginación, estabamos todos flotando. Entre que pitabas a los árbitros, cantabas “Bruesa, Bruesa” y zarandeabas al de al lado, le abrazabas y te echabas las manos a la cabeza con cada canasta de Lewis, cada triple de Nacho Martín o penetración de Uriz, se llegó al último minuto.
Cuando Dumas robó aquel balón todo estaba perdido. No quedaba suficiente tiempo para remotar. Pero el base francés se quiso adornar, y buscó el mate… que acabó en fallo. Todos nuestros lamentos se convirtieron en un grito histérico unámine. Se podía ganar.
Unos instantes después… Esteban Martínez agarró el balón y en unos cuatro segundos recorrió toda la pista y dejó aquella bandeja imposible, eterna, salvadora, decisiva. Todos la vivimos con la boca abierta y explotamos cuando ocurrió el milagro de que acabara dentro.
La prórroga fue un trámite, con la bandeja de Estaban dentro hasta Ray Charles podría ver que ese partido era del Bruesa. Y con la bocina final se sucedieron los acontencimientos. En la grada abrazos a diestro y siniestro, lágrimas de alegría y tres letras: A–C–B. En la pista, Doblas fundido con su amigo de toda la vida, José Manuel Calderón; en la banda, Porfi Fisac, como un resorte se giró en busca de Rubén Méndez y sus pantalones…
Un segundo después, la vuelta olímpica de Miguel Santos. Y seguidamente, la invasión. Ni un alfiler cabía sobre la pista. Los yankees, montando su show; David Doblas rodeado por una jauría de jovencitas; Galis siendo felicitado por todos, así como el resto de jugadores… La felicidad se podía palpar.
Dirigí mis pasos a la sala de prensa (bueno, a ese agujero que llamaban sala de prensa). En un partido normal acudiamos unos tres periodistas, entonces había veinte o treinta. Tras un pequeño compás de espera, los gritos anunciaban la llegada de Fisac, un Fisac calado hasta los huesos y con un pañuelo rojo atado al cuello. “Somos ACB” gritaba el entrenador cuando pasaba por el quicio de la puerta y uno por uno, fue saludando efusivamente a todos los periodistas que estabamos allí. Logró calmarse, aunque no mucho, y con la sonrisa perenne atendió a las preguntas aunque su mente estaba muy lejos de allí.
La noche ni mucho menos acabó allí. Mientras dentro del Gasca seguía la fiesta, los periodistas mandamos nuestras piezas y nos fuimos a cenar todos juntos. Melero, Badallo, Lolo Encinas (por entonces comentarista de TD), Néstor Rodríguez, Álvaro Vicente, todos en la misma hamburguesería en la que no te ponen patatas fritas. De ahí, a un garito cercano antes de ir a la discoteca donde nos había citado el club, y cuando ibamos hacia la playa, los siete u ocho que caminábamos vimos llegar el coche de Porfi, que bajó la ventanilla y fue chocando su mano con cada uno de nosotros, hasta que al llegar al último, Mikel Casteruiz le agarró de la mano y le solto a grito pelao una pequeña broma de mal gusto, pero ni eso le quitó la sonrisa a Porfi.
Para rematar, cuando entramos en la discoteca y nos apoyamos en una de las barandillas, llegó el momento del día que más me marcó y que más grabado se nos quedó a todos los que estabamos allí: La pista de baile desierta. La música que comienza a sonar y Miguel Santos y su show que entran a escena. Miguel y su pañuelo o bufanda, entre vítores y aplausos nos regalaron unos minutos de baile dignos de John Travolta y su fiebre, justo antes de que sonara Europe y se realizara una improvisada presentación de los jugadores. Algunos trataron de competir con Miguel, pero nada se pudo igualar a la performance del presi. La ocasión bien lo merecía…
Ese 23 de mayo del que el sábado se cumplen tres años, Gipuzkoa se hizo del Bruesa. Y el Gasca vivió su última gran noche. Precisamente, no puede ser más adecuado que todo esto se produjera en una pista que lleva el nombre del apóstol del Baloncesto en nuestra tierra y de la persona que, entre otras, ideó hace ya muchos años algo que hoy se llama ACB. Gipuzkoa pertenece a la ACB por derecho, desde que era sólo una idea. El 23 de mayo de 2006 volvimos al lugar que nos corresponde. Esperemos no dejarlo nunca más.