¡Qué mal nos lo está haciendo pasar España! Y es que nos tenían muy mal acostumbrados, salvo el lapsus de la final ante Rusia y la paliza encaja frente a EE.UU. en los Juegos Olímpicos -en el grupo, no en la final, donde a pesar de perder España jugó un partidazo-, desde el Mundial de Japón la selección de baloncesto nos habituó a la excelencia y ahora se la exigimos.
Desde el primer día de este Eurobasket los aficionados al basket vivimos en continuo estado de shock. Sufriendo en cada partido, en cada ataque y, sobre todo, en cada defensa de la selección. Preguntándonos por qué Pepu dejó de ser el seleccionador, echando de menos a José Calderón y, por encima de todo, a Carlos Jiménez. Y lo que es peor, rodeados de advenedizos que miran con sorna nuestra preocupación mientras nosotros, taciturnos, aguantamos estoicamente sus comentarios del tipo “Rudy es un chulo, ¿no?”, “Pues el Ricky ése no es tan bueno…” o “¿por qué Gasol no mete 30 puntos… y éste ha ganado un anillo?” y todo eso sin haberles visto jugar más de tres o cuatro veces en su vida…
Lo dicho, una penitencia. Al españolito medio le encanta subirse al carro de los exitos -sea cual fuere la disciplina en la que se gana- y después cuando vienen mal dadas despelleja a los que antes eran heroes convirtiéndolos en villanos. Bueno, al españolito medio y a la amarillenta prensa deportiva… Pero eso es lo de menos. Lo que de verdad nos duele a los sufridos aficionados al basket es darnos cuenta que vemos jugar al equipo y ni de lejos nos transmite esas sensaciones de los últimos veranos. Es como si el grupo hubiera perdido su alma.
Y, ojo, que mientras queden opciones vamos a seguir creyendo, esperando despertar de esta pesadilla y que llegue el partido en el que España se quite el impoluto traje de campeona y decida mancharse de una vez trabajando. A nadie se le escapa que la gran diferencia con la versión exitosa de este equipo reside en la defensa. No hay intensidad, no hay agresividad. Parece que las medallas ganadas pesan demasiado en el cuello como para bajar el culo y defender. Y donde antes se controlaban los partidos ahora estamos a merced de los rivales y la idea de correr contraataques habitualmente se ha convertido una utopía.
Ése es un grave problema, pero como pasa siempre, no valoras las cosas buenas hasta que las pierdes. Hablo de Carlos Jiménez. Esta claro la baja de Calderón se está notando, pero lo que es evidente es que Jiménez es un jugador irremplazable. Mumbrú jamás podrá llenar ese hueco y Claver, que está verde, no cuenta con la confianza de Scariolo ni puede hacer lo que hacía Carlos. Con Jiménez no sólo hemos perdido a uno de los mejores aleros puros de la historia del baloncesto español sino también al tipo dispuesto a hacer el trabajo sucio, a no brillar para que lo hagan otros, a pegarse con su padre si es necesario o a bailar siempre con la más fea. Ahí es cuando los aficionados de pandereta decían “¿cómo puede ser éste titular, si no mete ni un punto?” y ahora le necesitamos como el comer. Carlos Jiménez es la baja más sensible porque para que los virtuosos puedan tocar tiene que haber alguién que se preocupe por ellos de que el sonido es el correcto o que el escenario no va se va a caer. Porque la música que toca esta selección no suena nada bien y el escenario está a punto de caérsenos encima…
Por eso Felipe a pasado de ser el cuarto pívot a titular. El cordobés otra cosa no hará, pero luchar… Pero está solo en esa causa. El resto tienen bastante con protestar a los árbitros porque les pegan y pedir respeto. Parece que se nos ha olvidado que el respeto no ha que pedirlo, hay que ganárselo. Y eso no se hace sólo con el nombre.
Y a pesar de todo seguiremos creyendo hasta el final. Y lo haremos pensando que nos vamos a despertar de este mal sueño y nos vamos a colar en cuartos. Y que las medallas aún son posibles, aunque por ahora me conformo con ver jugar un buen partido entero a esta selección.
En fin, seguir creyendo y confiando, ilusionándote aunque se agoten los argumentos te lleva a darte golpes contra muchos muros. Te convierte en un iluso. Pero luego te viene a la cabeza lo que sentiste aquel día en el que ganamos a Grecia en Japón. Cuando fuimos reyes. Y te das cuenta que vale la pena. Y te das cuenta de cuánto adoras este maravilloso deporte llamado baloncesto. Y llegara el próximo partido y te sentarás nervioso ante la tele y te saldrá de las entrañas un grito de ¡Vamos! Como si fuera el primer día. Pero también recordarás que para presumir primero hay que sufrir…
Michael Jordan dijo hace pocos días, en la ceremonia en la que era incluido en el salón de la fama: “Nunca te rindas, porque las propias limitaciones, como los miedos, a menudo son meras ilusiones“.