No está fina la Real. No está ofreciendo todo lo que tiene dentro. Lo intenta por momentos pero enseguida desiste y se afana en achicar. Por eso su juego no seduce porque, además, el recuerdo de las grandes noches está demasiado presente. El otro gran enemigo de esta temporada es el cansancio. Las piernas no responden como deberían y los rivales lo huelen y se crecen. Reconocer las debilidades es el primer paso para superarlas y la Real tiene ante sí un reto mayúsculo: volver a recuperar el nivel de antaño. Si no desfallece, si resiste en su empeño, esta plantilla aún guarda muchos triunfos en el vestuario.
La reacción ante los problemas forja el carácter de un equipo campeón. Esta Real que cambió el viento, que provocó la salida del sol en plena tormenta, no atraviesa un delicado estado de salud. Sus constantes vitales siguen siendo las de una persona saludable, pero la inspiración ha desaparecido y padece un catarro que le hace abusar de un estilo de juego pobre y vulgar. El mérito no consiste en no padecer dichas crisis, sino en la voluntad colectiva de rebasarlas. Dicha voluntad es decisiva en el deporte, donde no hay garantía de triunfo permanente y la salud es un bien siempre frágil.
Es como si a los futbolistas les hubiese cambiado el humor, como si hubiesen perdido la frescura y el descaro necesarios para intentar regatear y marcharse de su oponente. Por supuesto que la Real no es inmune a los baches. Ha tenido que cambiar de neumáticos en plena carrera y sus rivales han aprovechado la parada en boxes (sobre todo el Sevilla) para hacer acopio de puntos. Pero sigo pensando que Europa es una meta lo suficientemente ambiciosa como para calificar la campaña de notable, por mucho que en las trincheras del anonimato nunca se agote la munición.
El horizonte de la Real lo conforman siete partidos. Siete encuentros para rematar. Siete choques para confiar en el talento y el compromiso. Siete enfrentamientos en los que el equipo debe tener claro que si la magia no asoma, es más eficaz explotar el pragmatismo. Si el juego no fluye, es mejor no persistir. No obcecarse. La Real se ha enredado entre la vegetación del bosque, pero no hay una única trocha que te lleve a la cima. Y nadie sabe cuál es la fórmula del éxito, aunque Camilo José Cela no estuvo lejos de la respuesta: “Resistir es vencer”.