Omar abandonó Damasco, la capital de Siria, cuando sus vecinos fueron asesinados. Eran los primeros años de la guerra y se vio obligado a cruzar la frontera oriental del país para refugiarse en Irak.
Allí, desde un campo de refugiados donde recibe atención, ha sobrevivido a la tristeza que le produjo el destierro gracias a su buzuk, el último objeto que logró salvar momentos antes de la huida. “Tocarlo me llena de nostalgia y me recuerda a mi país”, asegura.
El buzuk, un instrumento de cuerda similar al laúd, es el mejor testimonio de aquella zona del mundo que ha sido testigo de permanentes movimientos migratorios. De origen turco, se extendió durante el siglo XIX a Grecia, Siria, Líbano y otros países de la zona que lo incorporaron a sus tradiciones. Se utiliza para acompañar cantos clásicos e interpretaciones de solistas. Solistas como Omar.
Sin embargo, él hubiese preferido no emprender nunca aquella travesía. Dejó toda su vida en la casa de Damasco. Ni siquiera pudo despedirse de su familia ni de los amigos. Y aunque hubiese querido hacerlo, muchos de ellos ya no estaban.
Desde el inicio de la guerra en Siria en 2011, los organismos internacionales calculan que ha habido más de ocho millones de refugiados, los cuales han migrado principalmente a países de la zona como Turquía, Irak, Líbano, Jordania o Egipto. De hecho, en 2015 60 millones de personas tuvieron que dejarlo todo, como Omar, por culpa de la guerras y persecuciones. Si quieres conocer todos los datos del 2015 y entender todos los desplazamientos, te recomendamos esta guía.
También es preocupante el desplazamiento interno, que ya ronda los 6,6 millones de personas, y la atención humanitaria que día a día siguen demandando los ciudadanos sirios que han encontrado algún refugio temporal en el país.
Omar no tuvo esa suerte. Ahora lleva como puede la estancia en aquel campo en el que le proporcionan atención básica. Sin embargo, espera volver algún día a su Damasco natal y recuperar su vida, su identidad. “El buzuk me alivia las penas durante un tiempo breve ”, agrega.
El exilio forzoso no solo exige sobrevivir a la nostalgia. Para encarar la travesía, hace falta además un medio de subsistencia. Cuando son separados a la fuerza de su tierra, muchos refugiados salvan lo único que les garantiza un medio de vida.
Los objetos son el pasado que dejan, pero también el presente y el futuro. Benjamin, víctima del desplazamiento interno de la República Centroafricana, huyó de Bangui con un objeto que, a largo plazo, se ha convertido en su única fuente de ingresos en el exilio: la máquina de coser que tenía en casa.
En Batanga, ciudad que los ha acogido a él y a su familia, se dedica a arreglar la ropa de los refugiados y de la población local. “Es mi vida, mi sangre. La utilizo para poder comprar comida para mi familia”, afirma.
Benjamin es uno de tantos que huyen. Tras el recrudecimiento del conflicto civil en la República Centroafricana, a partir del año 2012 miles de personas han salido del país en busca de un refugio.
De ellos, cerca de 60.000 han atravesado la frontera sur para asentarse en la República Democrática del Congo, en donde operan dos campos de refugiados.
Casi todos llegan con las manos vacías o con ese último objeto que les ha permitido sobrevivir a la dura travesía: las muletas que sostuvieron a un lisiado, las sandalias con las que alguien anduvo durante días por el desierto o la foto del padre fallecido que le da fuerza a su hijo para seguir luchando.
“Son como mis piernas. Si no las hubiera tenido, habría muerto”, exclama Marcelin, refugiado centroafricano, cuando mira a las muletas con las que llegó al campamento de Boyabo junto a su mujer y sus dos hijos pequeños.
De todos los refugiados que llegan a Batanga, quizá Fideline, de apenas 13 años, es la que posee el objeto con mayores esperanzas de futuro. En el último momento, con el ruido de la guerra martilleando en sus oídos, no dudó en elegir algo que le ayudará a seguir adelante en la vida: sus cuadernos del colegio.
Si se tratara de un naufragio y tuviera que liberar peso en el barco, también los habría elegido. “Quiero estudiar para poder ser alguien”, afirma Fideline.
Si quieres conocer los últimos objetos de algunos de los niños refugiados, con nombre y apellido, te recomendamos este post, en el que podrás ponerte en su piel y entender qué supone cada objeto para ellos.