Un antiguo proverbio inglés dice que “no se aprecia el valor del agua hasta que se seca el pozo”. Y tiene toda la razón. No hay ciudad que no se haya fundado paralela a un río ni aldea junto a un pozo. Paris bebe del Sena, Roma del Tiber, El Cairo del Nilo y Donostia de Ulia. Durante años las fuentes de Morlans y Ulia surtieron de agua a los habitantes donostiarras, hasta que el crecimiento de la ciudad obligó a invertir en la construcción de unos pozos de agua capaces de abastecer a la ciudad, función que completaron con éxito hasta 1982. Olvidados durante años, los vecinos de Ulia han recuperado este pequeño tesoro que se esconde en las faldas del monte donostiarra. Llevan ya un año realizando visitas guiadas con el objetivo de dar a conocer este rincón, y que sean muchos más.
Desde hace 4 meses, el proyecto cuenta con el apoyo y la colaboración de Atari Cultura Arquitectónica. De este modo, las visitas son realizadas por arquitectos y hace que estas adquieren una contextualización mucho más enriquecedora.
Pero antes un poco de historia. Los franceses ya son leyenda y Donostia ha resurgido de sus cenizas. La ciudad no ha parado de crecer desde entonces y en 1872 ya cuenta con 20.000 habitantes. Son 20.000 sedientas bocas a las que el pequeño arroyo de Ulia no consigue abastecer. En ese momento se decide construir un depósito capaz de almacenar agua suficiente para todos los habitantes. Años más tarde se construirá un segundo pozo que, gracias a la labor de La Asociación de Vecinos de Ulía, puede ser visitado.
“Me ha encantado, no me esperaba encontrarme con esto aquí, tan cerca de mi casa”. Es la típica reacción de uno de los visitantes que nos acompaño en nuestra visita. Me sorprende el comentario de una señora que llega a comparar el lugar con un rincón que es Patrimonio de la Humanidad. “Me recuerda a la Mezquita de Cordoba”. Y es que cuando los ojos se adecuan a la falta de luz uno puede encontrarle cierto parecido. Acorraladas entre lo que parece una eterna oscuridad van surgiendo las filas de columnas, las escaleras de entrada o los arcos del techo. El ambiente se impregna de una magia especial, ya que la oscuridad no permite divisar el fondo de la estancia, haciendo que esta parezca infinita.
Pero regresemos a 1872 en busca de nuestro primer protagonista, año en el que se inaugura el depósito de “Soroborda”, capaz de almacenar 4.200m3 de agua. Son años de bonanza económica para Donostia. En 1897 la torre de la Catedral del Buen Pastor ha quedado inaugurada. Los primeros turistas comienzan a pasearse por las calles de Donostia gracias al impulso de la Reina María Cristina, que en breves inaugurará su palacio en Miramar. La ciudad crece y crece y en los albores de 1900 ya son 38.000 los habitantes en la ciudad. Por lo que las necesidades apremian y se proyecta la construcción de un segundo pozo.
“Buskando”, el segundo depósito que empezó a funcionar en 1894, cuenta con 6 metros de altura coronados por bóvedas de cañón que recorren la anchura total de la estancia. Este será capaz de albergar el doble de agua que su hermano pequeño. Unas pequeñas escaleras desgastadas por el tiempo y cubiertas por una fina capa de musgo dan paso a la entrada del depósito. Dotados de casco y linterna, el estrecho pasillo nos abre paso a dos puertas con unas empinadas y resbaladizas escaleras. El gran depósito se divide en dos con un tanque a cada lado. El acceso se realiza a oscuras y uno tiene que andar con cuidado tanteando el terreno. Ante nosotros una estancia en la que apenas conseguimos advertir el perfil de las columnas que sostienen el techo. El goteo de agua que producen las filtraciones le da un aura misteriosa al lugar. Por el rabillo de unas pequeñas ventanas entra un hilo de luz que intenta abrirse paso entre la oscuridad sin apenas conseguirlo. Lleva rato que nuestros ojos se adecuen a la falta de luz, pero cuando lo hacen a nadie deja indiferente. Un auténtico regalo para la vista.
Visitas
Se realizan previa reserva en uliakoauzoelkartea@gmail.com o en info@atari-ka.org , la próxima se hará el 29 de junio. ¡No faltéis!
Fotografías de: Jon Reyes