El primer Clásico de la campaña confirmó que desde está Mourinho los Clásicos son clásicos que nunca. Un equipo apuesta por ganar y otro sale a especular. Normalmente en cualquier deporte y categoría el primero, tiene más opciones de triunfar. No siempre sucede y con un tiro a puerta ganas 0-1. Y hay veces que rematas dos veces a portería y metes dos goles. En ese arte se mueve el técnico luso, que se medía a Vilanova. Ahora ya le conoce. Ya sabe su nombre.
No se notó mucho la ausencia de Guardiola. Cada uno mantuvo su estilo. Si uno pensase que estaba sancionado, nadie creería que se ha producido un cambio. Y eso que me sorprendió de inicio Tito, dejando a su lado a Jordi Alba y Carles Puyol. Sorprendente y algo temerario prescindir de tu mejor central, el hombre que consigue mantener concentrado a Piqué, y a un lateral izquierdo por el que el club lleva meses peleando. Tras diez minutos de bostezos, la hora tampoco ayuda nada, empezó a pedirla Messi. Se encontró con Xavi e Iniesta y la cosa mejoró… para el Barcelona.
Mourinho apostó por salir otra vez a contener en el partido de ida, algo que le costó las dos primeras eliminatorias a doble partido que perdió con el Barcelona. La única que no lo hizo fue en la Supercopa de la campaña, un duelo que empató a dos ante su público.
Esta vez Mourinho se mantuvo en sus trece, en el plan que más le gusta. A veces le dará resultado, pero las últimas le costó caro. Aún debería dolerle lo del Bayern, pero parece que no se siente incómodo vistiendo con el traje de equipo pequeño. Es una opción. Mandó al banquillo a Di María, el mejor ante el Valencia. Raro. Así era complicado ver nada de los blancos. Ya lo decía el gran David Etxeberria durante el partido: 76% y 24 parecía un termómetro sobre la humedad y temperatura aunque era realmente la estadística de la posesión de balón.
Era partido fue lento, sin alternativas, con mil parones… Aburrido. Si no llegan a vestir esos colores y lucir esos escudos, el 90 por ciento de los espectadores hubiesen buscado otra opción con el mando de su televisión. En los ratos buenos del duelo, el Barcelona se mostró impreciso de cara a gol; desaprovechó la oportunidad de matar la eliminatoria y lo pagó en una acción en la que Busquets se durmío ante Cristiano.
Seguro que en ese momento muchos pensaron en defender el gris plan de Mou. El gol era una coartada a la mediocridad. Y fue entonces cuando despertó el equipo local con un gol de Pedro, el que siempre opta por la mejor opción ante el portero. Luego empezó el Barcelona a funcionar. La lógica hacía pensar que tras el 2-1 el duelo podía quedar sentenciado. Tras el 3-1 de Xavi, la cosa pintaba en esa dirección pero los porteros dejaron abierta la vuelta.
Casillas evitó el cuarto ante Messi y en el contragolpe, una decisión absurda de Valdés tras una cesión permitió a Di María, suplente, meter el segundo. El domingo el del borrrón fue Iker, cuatro días después le tocó a Víctor. Así es el fútbol, que permite que un resultado evite que se hable de juego. De táctica, de concepto. Los marcadores tapan los análisis, aunque no debería ser así.
Al Madrid le vale ganar en casa, pero no lo hace ante el Barcelona desde el 4-1 con Schuster en mayo de 2008. Al menos la cosa ha quedado entretenida para la vuelta. Si el Madrid sale a ganar, como hizo en mayo de 2011 en Valencia veremos un gran espectáculo. Y así todavía habrá tiempo a que alguno (al margen de Mourinho, claro) diga que la culpa de la derrota blanca fue del árbitro. O del chá-chá-chá.