No había cumplido los cinco años cuando el fútbol británico se cruzó por primera vez en mi camino. Fue en 1982, cuando miles de ingleses colapsaron Bilbao para arropar a su selección en el estreno del Mundial. Eran, por entonces, los dominadores del fútbol europeo. Todo equipo inglés que jugaba la Copa de Europa ganaba la competición, aún siendo su estreno en la misma (como el histórico Nottingham Forest que tiene más Copas de Europa que Ligas).
Iban cantando, con sus camisetas blancas y con unas rayas rojas y azules en la zona pectoral (a mí me parecía lo más aquello de tener camisetas como la que realmente llevaba la selección), pero tuvieron tiempo de beberse todo lo que servían los taberneros bilbaínos. Llegaron tan hidratados al estadio que destrozaron la nueva tienda del, por entonces, recien remodelado San Mamés, que sobrevivió intacta apenas unos minutos. Muchos de ellos no llegaron a ver el primer tanto de Bryan Robson, que durante muchos años fue el más rápido de los mundiales a los 27 segundos, de los dos que hizo ante Francia (de blanco y liderada por Platini) aquel día en el triunfo por 3-1.
A los aficionados ingleses no parecíó importarles que Keegan, estrella mundial en aquel momento, iniciara en el banquillo. Impresionaban tanto, que mi padre nos mandó a casa y se marchó con mi tio al fútbol… los tres partidos del grupo. Ese año el campeón de Europa era el Aston Villa. En Bilbao vi muchos aficionados con el león villano en sus camisetas y sudaderas. Mi curiosa retentiva fotografíca (a veces sí es una virtud) hizo que ese equipo pasara a formar parte del grueso de mis preferidos, uno de esos al que siendo adulto uno le profesa algo más que simpatía. El primer partido de competición europea entre clubes que recuerdo por televisión también tuvo acento británico: fue un empate sin goles entre Liverpool y Athletic, de la Copa de Europa de 1983, con un marcador de neón en Anfield que destacaba los ceros de aquel 0-0 . Unos vecinos tuvieron la suerte de viajar allí y me relataron lo distinto que era aquello. ¡Vaya sonidos! ¡Qué ambientazo! En la vuelta, ganaron los ‘reds’ con un gol de Ian Rush y meses después levantaron el título tras tumbar a la Roma en los penaltis, un año antes del mal recuerdo de Heysel.
Uno, que es tan curioso como hablador, soñó que algún día acudiría a comprobar si aquellos sonidos eran tan distintos a los de San Mamés. Yo pensaba que si José María García decía que La Catedral era el campo más inglés de la Liga, la cosa tampoco variaría mucho. Recuerdo que a medida que fui conociendo gente en el fútbol preguntaba: “¿Tanto cambia el ambiente?”, La respuesta siempre era “sí, pero tú has ido mucho a San Mamés. Es parecido”. Tenía la mosca detrás de la oreja, porque no recuerdo una persona más entusiasta con el Athletic que Howard Kendall. Muchos no recordarán a este entrenador, que llegó tras triunfar en el Everton y se fue con lagrimones diciendo que su carrera iba a ir a peor al salir del Athletic. Kendall vivía en Lezama, tomaba vinos con los vecinos del pueblo y hasta consiguió que un combinado llevase su apellido. Eso sí, recuerdo que en una entrevista habló de las pequeñas diferencias entre ambas ligas (no en cuanto al juego ya que optaba por el estilo más clásico del ‘kick and rush’) y citó… ¡los sonidos! Años después pude comprobar que el afable Howard y, aquellos vecinos que envidié, tenía razón.
Siempre pensé que sería Villa Park el escenario elegido, pero me quedé sin ir al duelo de vuelta de segunda ronda de la UEFA entre leones villanos y rojiblancos con la radio vizcaína en la que hacía mi estreno como periodista en 1997. Un azar del destino quiso que mi bautizo fuese en Ibrox Park, aunque no he visitado ningún otro estadio británico tantas veces como el coliseo villano de Birmingham. Me alucinó la emoción con la que se vive cada córner, con ruido creciente hasta que el hombre con más clase del equipo golpea la bola al área desde el banderín; el ‘uuuuuuh’ con el que gritan una acción antideportiva, que puede ser o no amarilla; el redondo y prolongado ‘oooooooooooooooooooh’ con el que se celebra una buena parada del portero, el mítico ‘shoot’ que suena como un castizo ‘sut’ cuando un centrocampista estilo Lampard se acerca a la media luna, la ovación cerrada a un tackle de un defensa para cortar un acción peligrosa rival pero sobre todo la celebración de los goles. Son los inventores del fútbol, pero no gritan la palabra ‘goal’ cuando su equipo logra marcar. No, y eso es lo que más llama la atención de todo.
Recuerdo que la primera vez que mi santa y paciente novia me acompañó a un campo inglés -a Villa Park para variar- se lo expliqué. Llegó emocionada y atenta, recordándome que su Deportivo de La Coruña había vencido en su única visita a ese estadio, pero en la jugada del único gol local (los villanos por entonces jugaban competición europea y habitaban lejos del descenso) hubo tres rebotes previos al tanto. Cuando sucedió Marta cantó ‘gol’ y no reparó en cómo la hinchada local se desgañitaba con un prolongado ‘yeeeeeeeeeeeeees’. El Villa no marcó más aquel día. La cosa no podía quedar así y lo solucioné con una nueva visita; esta vez al nuevo Wembley. Hubo tres goles en aquella final de la Copa de la Liga, el primero nada más empezar y de penalti. Antes de que lo lanzara, Marta me guiñó un ojo y soltó un ‘yeeeees’ a la vez que los animados aficionados del Villa que nos rodeaban. El duelo acabó con decepción para ellos, pero pudimos comprobar el respeto por la competición y sus tradiciones, por el adversario y su triunfo. Después de aquella han llegado muchas más visitas y de todos los campos que he visitado, ya fueran nuevos como el City of Manchester, céntricos como Stamford Bridge o legendarios como Old Trafford he vuelto enamorado. Me gustan sus normas, sus tradiciones y sus sonidos. Y su trepidante ritmo. Ya tengo ganas de coger un vuelvo y volver. Y hace apenas unas semanas que estuve allí.
Artículo original en Lineker Magazine