Por muchos de vosotros es sabido que el entrenador de Aritz Aranburu, Aitor Francesena, ha decidido seguir practicando surf pese a haber perdido la visión de los dos ojos en el último año. Ha conseguido sentir las olas, surfearlas. Este post es un reconocimiento a las personas invidentes que deciden tirar para adelante y adentrarse en lo desconocido. Porque los surfistas ciegos también pueden surfear. Aquí van dos ejemplos.
Mi compañera Bego del Teso le ha hecho una entrevista a Aitor Francesena aprovechando que hoy ha presentado su libro Las Olas Contadas.
Hablamos en un banco frente a la estación de Zarautz. En compañía de Izar. A gusto. Sol y sombra
– El surf te hace perder la cabeza. Y en tu caso, la vista ¿Qué pasó?.
– Yo solo veía de un ojo. Un glaucoma congénito. Los médicos…
– ¡Sabía que nos olvidaríamos de alguien en la lista de inolvidables! Son Javier y Fabiola, ¿no?
– Sí, Javier Mendicute y Fabiola Eder. Llevamos años juntos. Años intentando conservar, mejorar, salvar mi ojo izquierdo, con el que veía. Años en una batalla que según ellos era como subir el Everest: o trabajas en equipo o no haces cumbre.
– ¿Qué pasó?
– Me habían hecho trasplante de córnea. Iba a pillar cuatro olas entre clase y clase. Una me golpeó. Caigo con el ojo abierto, el agua me entra a chorros y me lo rompe.
– Horror.
– Absoluto. Creo que todo ha acabado. A los tres meses no aguanto la nostalgia, la tristeza. Me hundo.
– No sabes cuánto engancha la heroína pero sí cuánto el mar, el surf.
– Hasta perder la cabeza e irte al otro extremo del mundo para pillar una ola desconocida. Sin surf, me ahogaba. Después de esos tres meses, con mucho miedo, miedo por todo por esa inmensidad que sabía que estaba allí, que me rodeaba como siempre lo había hecho pero que yo ya no veía; miedo a que se me infectaran los puntos, miedo… Tomo tres olas. Tres olitas. ¡Y me siento bien! Llamo a Javier y a Fabiola y ellos me notan feliz de nuevo. Y me apoyan. Como siempre. Empiezo a revivir.
– ¿Cómo surfeas ahora?
– Con un guía. Con “un guía”, no: con “Koala”. Él me manda a la ola: “¡Izquierda! “¡Derecha!”, “Cuatro paladas!” “¡Cinco!”, “”Va!” “¡Va!”. Siento las ondulaciones del mar cerca de mi cuerpo, debajo, encima, rodeándome. El oído, que he desarrollado al máximo, me indica por dónde y cómo viene la ola, cuánto de hecha está. Me pongo de pie y hacia la orilla. Para entonces “Koala” ya ha tomado la siguiente ola y viene detrás.
– ¿Eres o vas a ser tan buen surfer como cuando aún veías?
– Todavía estoy verde, bastante verde. Necesito ponerme en una forma perfecta. Recuperar fondo físico. Sin vista, he de ser mucho más rápido. Remar más y mejor. Piensa que para cuando “Koala” me dice izquierda o derecha yo ya he de estar situado ahí. No puedo recurrir a mi vista para saber si tengo, tal vez, una palada más o si puedo cambiar de dirección en un último giro.
– Hemos quedado para hablar, también, de tu libro. Me gusta.
– ¿En serio?
– Mucho. Por fin alguien me explica qué es surfear. Más allá de la pasión de la libertad, la sensación de inmensidad. Téc-ni-ca-men-te.
– Cuando nosotros empezamos…
– Con trajes de neopreno compartidos, meados, ásperos cual lijas…
– Y con tablas caseras, hechas de materiales pesadísimos. Como además les dábamos capas y más capas de polyester para sacarles brillo acababan siendo auténticos submarinos. A lo que íbamos: aprendimos a golpes. A muchos golpes. Lo hacíamos todo sin saber por qué. Y piensa que aún hoy, cuando empiezas surfear es un deporte muy ingrato.
– ¿Sí?
– Los comienzos son muy duros. Todo consiste en mucho(s) sacrificio(s) y pocas satisfacciones. Te pasas la vida cayéndote. Luego llega un momento en que, sin darte cuenta cómo, ya estás encima de la ola. Progresas. Bastante. Mucho.
– Me imagino lo que viene luego.
– ¿Sí?
– Te estancas.
– Efectivamente.
– Por eso mucha gente te reclamaba otra clase de libro, uno que te enseñara a perseguir marejadas o entender los fondos de lava del mar de Hawai.
– Escribiré, escribiremos, ese libro para los que quieren seguir la senda de los campeones que han hecho evolucionar nuestro surf: Aritz, Muniain, Amatriain… pero primero era imprescindible el que presento hoy. Porque si no sabes de meteorología, si no eres capaz de interpretar el mar y la playa; si nadie te ha explicado por dónde salir de un tubo te pasará como a mí la primera vez que surfeé aquí mismo. O en Mundaka.
– Cuenta.
– Aquí la primera vez que me metí en el mar, cuando iba a salir la playa había,literalmente, desaparecido. En Mundaka creo que llegué a pedir socorro porque no encontraba la salida. Y es que no sabía nada de esa ola. Ignoraba que estuviera en una salida de ría, que lograra su curva porque había poco fondo… Ahora sé que hay que saberlo. Y por eso he escrito, hemos escrito, este libro.
– Has descubierto que escribir es….
– No pensé que fuera tan complejo. ¡Qué difícil encontrar el orden,el equilibrio, la limpieza CON las palabras y las ideas a transmitir!
PD1 Cuelgo aquí también un reportaje que hizo un compañero, Ignacio Ituarte, sobre la visita de Cisco Araña a San Sebastián.
Todo comenzó con Valdemir Pereira Correia, un joven de 20 años de la ciudad brasileña de Santos que perdió el 100% de su visión tras una operación quirúrgica. Desmotivado y sin ningún plan de futuro, acudió a la escuela de surf del surfista brasileño Cisco Araña. Tras diez años de trabajo y una infinidad de horas en el mar, Cisco Araña logró diseñar una tabla con la que Valdemir pudo convertirse en el primer surfero invidente del mundo. Con el surf Valdemir recuperó la confianza en sí mismo y, a día de hoy, es licenciado en Educación Física y cursa primero de Derecho. «Valdemir volvió a nacer gracias al surf. Ahora queremos cambiar la vida de muchas personas como él». Con esta misión, Cisco Araña y su proyecto “Soñar sobre las olas” llegó a San Sebastián para presentar su iniciativa y sus tablas adaptadas para invidentes.
Araña llegó a San Sebastián con la intención de pasar unos días en Gipuzkoa y el objetivo de dar visibilidad a su proyecto. La idea es diseminar “Soñar sobre las olas” con la donación de tablas de surf adaptadas y una explicación de la metodología utilizada para transmitir conocimientos y, sobre todo, formar a monitores que sean capaces de enseñar a surfear a personas invidente. Durante su estancia, Araña se reunió con Groseko Indarra Surf Eskola, con Pukas y con Zurriola Surf Eskola, al tiempo que visitará Mundaka para seguir difundiendo su proyecto por los principales puntos surferos de Euskadi.
La tabla que trajo a Gipuzkoa cuenta con una superficie llena de surcos, antideslizante, lo que hace innecesaria la cera convencional. Asimismo, tiene a los costados unos surcos que, mediante el tacto, ayudan a saber dónde y cómo colocar las manos al tumbarse sobre la tabla y al ponerse de pie sobre ella. Los dos extremos de la tabla cuentan con un dispositivo que, con el movimiento, emite un sonido, y una fina lámina indica dónde colocar los pies. Además, las puntas y la quilla pasan de ser puntiagudas a ser redondeadas y recubiertas de goma, para así evitar lesiones causadas por golpes.
No obstante, Araña considera que lo más importante es la formación de los monitores. Para ello, elaboró un pequeño manual con las claves de su metodología, en el que se recogen «diez años de trabajo con Valdemir». «Hay que dejar muy claro a los profesores que un ciego tiene que saber orientase sin una referencia visual, por lo que hay que coger información de otros lados. Por ejemplo, un invidente puede saber dónde está el sol según el calor que sienta en la piel, y así saber dónde están el Norte y el Sur. Escuchando el ruido de las olas y de los coches una persona que no ve es capaz de localizarse en el agua», afirma Cisco. «Se trata de que el profesor enseñe al alumno a moverse con cada vez más autonomía», añade.
Una escuela para todos
Cisco Araña, de 56 años y surfista desde los diez, abrió en 1992 en Santos la primera escuela de surf pública de Brasil. A ella acuden niños y niñas sin recursos a aprender un deporte que les supone una motivación para sacar adelante su vida y salir de la marginalidad. Tras la experiencia que vivió con Valdemir, Araña se fijó como objetivo dar a conocer su metodología de enseñanza del surf a invidentes, «para que todos podamos entrar al agua a por olas». Asimismo, a su centro acuden muchas personas discapacitadas que tienen la ilusión de aprender a montar las olas.
«Si viene una persona que no camina a mi escuela, no puedo decirle que se marche. Es mi responsabilidad, así que tengo que meterle en el agua y trabajar con él. Poco a poco. No importa el tiempo. Puede que nos lleve diez años hasta que esa persona aprenda a surfear, pero si lo consigue su vida puede cambiar para siempre», señala. Afirma que en su escuela hay infinidad de casos de transformación, «tanto física como emocional», en personas con problemas. «Ciegos, gente en silla de ruedas, discapacitados mentales, gente de la tercera edad, chiquillos sin recursos… En el mar somos todos iguales. Nos metemos todos juntos para surfear. Se trata de entrar en el mar para curarse de los problemas», indica.
«Decidí ponerme en su piel»
Cisco Araña se sincera al hablar de su experiencia con Valdemir: «Si Valdemir no hubiera entrado en la escuela no sé que sería de él. Estaría sin hacer nada, aburrido y triste en su casa. Ahora tiene confianza, tiene amigos, tiene novia, está en la universidad por segunda vez… ¡Ahora vive la vida!».
Del mismo modo, reconoce que tuvieron que recorrer un largo camino juntos hasta que Valdemir aprendió a surfear. «Él vino a mi escuela porque sabía que había enseñado a gente sorda, pero yo nunca había tenido a un alumno invidente. Decidí ponerme en su piel y me metí a surfear con una venda en los ojos. En seguida me di cuenta de la importancia de los sentidos para poder localizar en el agua sin ver nada y descubrí que la tabla necesitaba unas modificaciones». La prensa local pronto se hizo eco de la hazaña de Valdemir. «Gracias a eso, la administración nos concedió una beca para pagar el 100% de los estudios de Valdemir en la universidad. Ahora que estudia Derecho, Valdemir puede convertirse en juez. Imagínate un juez que haya venido de un proyecto social gratuito y que ha vivido un cambio estupendo en su vida gracias a la práctica del surf. Es una historia preciosa», señala Cisco Araña.
Cinco años después de que Valdemir «volviera a nacer», Cisco Araña sale de su ciudad con su proyecto bajo el brazo, para dar a conocer esta tabla en todo el mundo a través de la “Red Internacional de Ciudades de Surf”, una red mundial de municipios dedicados a este deporte, impulsada por San Sebastián. La constituyen localidades como Hossegor, Durban, Santos en Brasil y Las Palmas de Gran Canaria.
«Queremos compartir esta iniciativa sin esperar nada a cambio. No venimos aquí a vender tablas. Queremos que una persona vea esto y lo aproveche. Puede que haya un padre con un chiquillo ciego que se entere de esta iniciativa y que eso le anime a venir a la playa a hacer surf. Estamos aquí para que una persona con problemas vea esto y lo aproveche», señala Cisco, para después recalcar que «con que una persona ciega de aquí que aprenda a hacer surf con esta tabla, el viaje a San Sebastián habrá merecido la pena». Tan solo unas horas después de llegar a Gipuzkoa, Cisco Araña asegura haber elegido un buen lugar donde comenzar a expandir su proyecto: «En Gipuzkoa tienen buenas escuelas. Los profesores son muy buenos, cariñosos con los chicos, éticos… Buena gente. Seguro que la semilla que plantemos aquí crecerá fuerte».
PD2 Os dejo también un vídeo simpático que transmite buen rollo.
PD3 Y un tercero de una nueva colaboración entre Nixon y Pukas.
Nos vemos en el agua, en @AlvaroVicenteSS y en avicente@diariovasco.com