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Antonio Machado. Hombre bueno y poeta comprometido

Sabemos que no es patria el suelo que se pisa, sino el suelo que se labra;
que no basta vivir sobre él, sino para él;
que alli donde no existe huella del esfuerzo humano no hay patria…
                                                      (Nuestro patriotismo y la Marcha de Cádiz)

Esa patria a la que se refiere Machado (1875-1939) —presente siempre en su pensamiento y en el de todos los escritores de la Generación del 98—, esa Castilla que todos elevaron a mito de la España de aquella época no fue su última morada, porque un 22 de enero de 1939 tuvo que salir huyendo de Barcelona, ya que el bando sublevado iba a ocupar la ciudad de forma inminente.

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje… 

                                                                      (Retrato)

Y ligero de equipaje llegó a Collioure, el pueblecito costero francés que le acogió durante su corto exilio; allí murió al mes siguiente, el 22 de febrero, guardando en el bolsillo de su chaqueta un papelucho arrugado que contenía el último verso que escribió:

Estos días azules y este sol de la infancia…
                                (El álbum de la memoria)

Ante lo inevitable, su alma se sentía luminosa, como queriendo volver al origen, a esa luz, a ese calorcito sevillano y al aroma del patio del Palacio de las Dueñas que le vio nacer una madrugada de julio de 1875.

Nacimiento de su poesía

Machado es el más joven de una generación de escritores que, nacidos entre 1864 y 1875, compartieron una formación intelectual muy parecida; un estilo que intentó romper con la literatura anterior; un acontecimiento histórico: el desastre del 98 —al que más adelante nos referiremos— y un guía espiritual reconocido por todos: Miguel de Unamuno.

A finales del siglo XIX, el Modernismo (de 1880 a 1917) regía la vida cultural española; un movimiento cuyo referente, en el área de la literatura, era el nicaragüense Rubén Darío. Su estilo literario supuso una renovación total de medios expresivos, léxico e imágenes, por lo que era del gusto de los noventayochistas, que buscaban un cambio de rumbo en la escritura. Pero Machado también tuvo un escritor peninsular en quien mirarse, Juan Ramón Jiménez (11881-1958), y varios autores, de épocas anteriores, que le inspiraron: Bécquer, Lope de Vega o Jorge Manrique. Absorbió de ellos todo lo que pudo y el resultado fue una forma auténtica de hacer poesía.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética 
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; 
mas no amo los afeites de la actual cosmética, 
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
                                                                    (Retrato)

Amaba la estética de lo bello, influencia del Modernismo y de las corrientes literarias francesas como el Simbolismo y el Parnasianismo; gustaba de autores como Verlaine y Mallarmé, pero no comulgaba con los estetas que alababan la sonoridad vacía y se olvidaban de lo esencial, de la voz interior del poeta a la cual él prefería mirar. En definitiva, abogaba por un modernismo intimista y no grandilocuente con el que pretendía transmitir y conmover al lector, herirle más que deslumbrarle:

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera 
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera
no por el docto oficio del forjador preciada.
                                                                         (Retrato)

En un intento por definir la Poesía, él hablaba de palabra en el tiempo, de diálogo del hombre, de un hombre con su tiempo descubriéndonos así las claves de su escritura: la esencialidad, entendida como sencillez desde el punto de vista formal, lo que poco a poco le llevará a alejarse del Modernismo ortodoxo; el compromiso, ya que es un poeta preocupado por los problemas de su tiempo (existenciales, amorosos, sociales, religiosos) y, por último, el diálogo, mediante el cual el poeta conversa con otras “personas poéticas” (él mismo, Castilla y sus gentes, Leonor…)

Se pueden distinguir cuatro fases en su trayectoria literaria:

  • Una primera en la que muestra simplicidad de forma a partir del tratamiento de temas infantiles, donde el recuerdo es el elemento que más posibilidades le ofrece (Soledades, 1902); se caracteriza por su lirismo intimista, la abundancia de símbolos y su tono sugerente y evocador.
  • Una segunda, la más prolífica, que corresponde a su estancia en Soria (Campos de Castilla, 1912). Es probablemente la época más feliz y más triste de su vida. Allí trabajó como profesor de instituto y conoció el amor, pero también su irremediable pérdida. Su poesía se vuelve historicista y el paisaje cobra protagonismo; abundan las descripciones con intención reflexiva y se da la identificación entre Soria-Castilla-España. Es cuando descubrirá que la poesía puede dejar de ser deliberadamente bella para ser genuinamente popular; de hecho, ya no se va a dirigir a ese “yo” personaje poético de Soledades, sino a un “nosotros”.
  • La tercera etapa coincide con su vuelta al Sur; nos va a ofrecer una visión de Andalucía diferente a la de su recuerdo, va a ser más popular, basada en lo que dicen y cantan los andaluces, olvidándose así de su sufrimiento y dejándose contagiar por el folclore (Nuevas canciones, 1924).
  • Y en la última etapa, su obra adquiere un matiz más filosófico; es cuando Machado se desdobla en dos personajes ficticios: Abel Martín y Juan de Mairena.

Temas y símbolos de su poesía

Los escritores que pertenecen al grupo del 98 se sienten atraídos por la realidad histórica de España y muestran en toda su obra una gran preocupación por el destino nacional. En la visión concreta de Machado, tenemos una Castilla adusta trazada con tintes oscuros y figuras dramáticas, en un principio. Es su forma de lamentarse por la decadencia de España:

Son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.
                                            (Por tierras de España)

Sin embargo, se vislumbra una evolución en el modo de acercarnos ese paisaje castellano: sus poemas comienzan a adquirir un tono agridulce que desemboca más tarde en un sentimiento de esperanza y comprensión de la tierra que pisa. Esto sucede cuando Machado recrea personal e históricamente el paisaje, humanizándolo; en cierto modo se da una identificación del paisaje con el alma del poeta.

Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,
y una redonda loma cual recamado escudo,
y cárdenos alcores sobre la parda tierra
-harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra-,
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero
para formar la corva ballesta de un arquero
en torno a Soria.
                                                      (A orillas del Duero)

Machado plasma así una descripción exacta, fiel al modelo, precisa en sus formas, pero fundida con una realidad socio-histórica con la que convierte a Castilla en un escenario humano dotado de un ahora y un ayer, por tanto, con historia, que enriquece sabiamente insertando nombres geográficos reales y alusiones literarias.

El ciego sol, la sed y la fatiga…
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga.
(Castilla)

Y además el poeta no solo lo contempla, al modo en que lo hacía Azorín, sino que lo vive, lo siente bajo sus pies, lo disfruta con los cinco sentidos y al fin lo conquista para siempre.

Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
buscando los recodos de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para enjugar mi frente
y dar algún respiro al pecho jadeante;
o bien, ahincado el paso, cuerpo hacia adelante…
                                                      (A orillas del Duero)

Ese amor que parece mostrar hacia Soria y hacia el paisaje castellano va a cambiar drásticamente después de la muerte de su esposa Leonor (1912), con la que se había casado tres años antes. Aquí hay que hacer un paréntesis para decir que el tema del amor no es central en su poesía, no al menos al estilo de Bécquer o de Salinas. En Machado parece haber un enamoramiento de lo que ve, y ese tremendo golpe que le da la vida trastoca su forma de mostrarlo.

Si en un principio es totalmente apasionado y explícito:

Arde en tus ojos un misterio, virgen
esquiva y compañera.

Con la llegada del dolor, Machado vive su soledad y la grita con versos contenidos y tensos:

Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía Señor,
ya estamos solos mi corazón y el mar.

Y con el paso de tiempo, un día, se da cuenta de que no recuerda el tono de los ojos de su amada; el tiempo ha desgastado el recuerdo y paseando descubre otros, los de la poeta Pilar Valderrama —más conocida como Guiomar—, su amor en plena madurez:

Salió a la calle un día
de primavera y paseó en silencio
su doble luto, el corazón cerrado…
De una ventana en el sombrío hueco
vio unos ojos brillar. Bajó los suyos
y siguió su camino… ¡Como esos!
                                             (Parergon)

También reflexiona sobre el paso del tiempo y el presentimiento de la muerte:

….Ya soy más viejo que tú, padre mío,
 cuando me besabas.
Pero en el recuerdo soy también el niño que tú
 llevabas de la mano.
¡Muchos años han pasado sin que yo te recordara, padre mío!
¿Dónde estabas tú en esos años?
                                                                       (Mi padre en el tiempo)

Y para hablarnos de todos estos temas se sirve de una técnica heredada de los simbolistas: aludir a todas las realidades que le interesan evocando objetos, ideas y sensaciones, es decir utilizando símbolos. Son abundantes en toda su obra: el reloj, la tarde, la infancia, la noria, las campanas, el agua, los ríos, el sueño, los caminos…

Su pensamiento

Converso con el hombre que siempre va conmigo.

Callado, discreto y muy reflexivo; El hombre más descuidado de cuerpo y más limpio de alma de cuantos conozco, que diría Unamuno. La relación de estos dos escritores surgió cuando Machado envió a Unamuno su primer libro de versos: Soledades. A partir de entonces se cartearon y, gracias a que se ha conservado parte de esa correspondencia privada, sabemos de su admiración mutua y de su coincidencia de pensamiento con respecto a muchos temas, empezando por el que les une a toda su generación literaria: el problema de España.

Para salvar la nueva epifanía
Hay que acudir, ya es hora,
con el hacha y el fuego al nuevo día.
                                 (Desde mi rincón)

Tras la pérdida, en 1898, de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, las últimas colonias de ultramar del imperio español, España se sume en un enorme pesimismo y una gran frustración. En todas las tertulias de intelectuales se habla del desprestigio militar como consecuencia de la derrota; del crecimiento demográfico negativo debido a la muerte de muchos soldados; de la crisis económica a causa de la pérdida de las ganancias de la industria azucarera… Para todos los escritores de entonces la patria era el problema y, como tal, había que buscarle una solución, y esta estaba en sus gentes y en la tierra en que vivían y morían.

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago 
el traje que me cubre y la mansión que habito, 
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
(
Retrato)

En esta mentalidad de Antonio Machado jugó un papel importante su contexto familiar y educativo. Liberal de cuna —abuelo Krausista e íntimo amigo de Giner de los Ríos— y de formación —estudió en la Institución Libre de Enseñanza—, soñaba con que España renaciera de sus cenizas, cual ave fénix, a través de su historia, de su arte, de sus pueblos… De aquí nace ese amor al paisaje, a esos campos de Castilla, en los que verso a verso hunde el dedo en los problemas. Y Machado y el resto de los noventayochistas conocen profundamente el suelo, la tierra que pisan; la recorren y la descubren y, mientras, la van llenando de sentido hasta convertirla en un símbolo, como lo es Don Quijote —luchador, impávido ante el ridículo, voluntarioso, más espiritual que racional—, un modelo a seguir para salir vencedores de ese lance.

Machado fue un hombre comprometido que entendía que detrás de la poética había unos principios, una filosofía, y había que contarla, y así lo llevó a cabo, pero como hacía siempre él las cosas, de forma honesta y sobre todo humilde. Esta última fue una de las características más notorias de su forma de ser, tanto que para mostrar su pensamiento no lo hizo personalmente sino a través de dos personajes apócrifos: Abel Martín y Juan de Mairena (este, alumno del primero).

En Juan de Mairena (sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo), publicada en 1936, encontró la voz para mostrarse al mundo. Esta idea de enseñar “su verdad” — la verdad, diría él— mediante un maestro, heterónimo suyo, no es gratuita. Recordad que hemos dicho que Machado fue el más joven de la generación, así que perfectamente podemos entender que viera en Unamuno, el mayor de ellos, a su maestro. Pues bien, al igual que Unamuno le planteaba problemas y él les intentaba dar solución a través de sus escritos, así Machado se sirve de Mairena-profesor para hacer pensar a sus alumnos. Es como si intentara explicarnos que el conocimiento se expande de generación en generación hasta el infinito y que cada uno de nosotros contamos la verdad desde el papel que nos toca vivir en cada momento de la vida.

Ahora bien, aunque la filosofía unamuniana sobrevuela todo el libro, no pasa lo mismo con el tono en que se cuenta: en contraposición al pesimismo de aquél, Machado dota al mensaje de Mairena de un tono inteligentemente humorístico e irónico a la hora de dialogar con sus alumnos sobre la sociedad, el arte, la cultura, la literatura, la política, la filosofía…, y lo hace de múltiples formas: desde el más clásico aforismo, hasta la sentencia, el diálogo, la introspección, el comentario erudito o el refrán popular.

Queremos terminar este acercamiento a la poesía de Antonio Machado con un verso que nos va a servir para subrayar su perfil de poeta firmemente comprometido con su tiempo. Y es que su poesía tiene vocación de lucha; intenta despertar conciencias proponiéndonos a nosotros, sus lectores, una reflexión sobre las cosas que realmente importan y alertándonos de lo fácil que es dejarse arrastrar por los tiempos rápidos y las modas. Es como si nos gritara:

[¡Eh, señores!],
tras el vivir y el soñar está lo que más importa: despertar.
                                                                  (Proverbios y cantares)

El blog del escritor diletante

Sobre el autor

Manu de Ordoñana: Es el seudónimo que utiliza Manuel Vázquez Martínez de Ordoñana (Donostia-San Sebastián, 1940). Es ingeniero industrial y ha ejercido su profesión en el mundo de la empresa hasta su jubilación. A partir de ese momento, se dedica a escribir. Ha publicado dos novelas: Árbol de sinople (2009) y Vivir de rodillas (2103). Ana Merino y Ana Mayoz: Licenciadas en Filología Hispánica por la Universidad de Deusto. Creadoras de AFAL, la Asociación a favor de las Artes y las Letras (en el año 1994) con la que llevan a cabo un proyecto propio: Talleres de Escritura. Imparten, desde entonces, este tipo de talleres para adultos donde trabajan tanto la lectura como la escritura de textos narrativos en distintos organismos: Club Catalina de Erauso, Universidad de Deusto, Aulas de la Experiencia y Aulas Kutxa (Tabakalera). Dinamizan Tertulias Literarias en diversas casas de cultura y bibliotecas tanto de Donostia como de otros municipios guipuzcoanos y dan Conferencias sobre temas relacionados con la Literatura. Ofrecen, también, servicios profesionales de corrección exhaustiva de libros, sobre todo literarios.


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