La más indiscutible virtud de Kafka es la invención de situaciones intolerables (Prólogo de J. L. Borges a La metamorfosis).
“Kafkiano” es el adjetivo que cada vez utilizamos más para describir nuestra realidad cuando esta se nos muestra intolerable, pero al igual que los personajes de Kafka seguimos adelante como si nada. Ahí está Gregor Samsa protagonista de La Metamorfosis cuando tras despertarse transformado en escarabajo lo que más le preocupa, ante la imposibilidad de levantarse de la cama, es lo dura que resulta la profesión de viajante que ha elegido. Y también es kafkiana la situación de Josef K. ―personaje principal de El proceso― cuando al presentarse un hombre extraño en su habitación lo único que le interesa es por qué no le han traído el desayuno que con exactitud británica llega todos los días a las ocho de la mañana.
Vamos a conocer un poco más sobre la vida de Kafka (Praga, 1883 – Kierling, Austria, 1924), su desarrollo intelectual y su entorno social para entender mejor su obra.
La situación sociopolítica de finales del XIX y principios del XX marcan la vida cultural de Europa. La industrialización domina todo; los objetos que hasta entonces rodeaban la vida cotidiana comienzan a fabricarse en serie, con lo que esto conlleva de pérdida de individualidad. Ante una sociedad industrializada, con grandes avances científicos y técnicos, los artistas se refugian en su mundo interior. Sienten la amenaza de una apuesta excesiva por la industria moderna, por la burocracia.
Ante eso se revelan mediante la protesta, las críticas, la ironía, la representación de lo grotesco… Los artistas buscan lenguajes nuevos, formas diferentes de expresarse. Nacen los -ismos en el arte: una ruptura con todo que los lleva a crear obras en apariencia carentes de sentido y con un carácter claramente experimental. Así en literatura, el campo que a nosotros nos interesa, hay una tendencia a la fragmentación; gran parte de la obra de Kafka es un buen ejemplo de ello: sus tres novelas El desaparecido, El castillo y, en cierta medida, también El proceso no son otra cosa que fragmentos.
A su vez, tres son las claves que marcan su trayectoria como escritor: su condición de judío, la lengua alemana y la vida cultural de Praga. En esta ciudad transcurrió su vida entera por eso la conocía a la perfección y por eso aparece descrita minuciosamente en sus obras. Los intelectuales de la época se caracterizaron por su intensa actividad en todos los campos del arte, lo que dio lugar a lo que llamaron el Círculo de Praga (Rilke, Max Brod, Franz Werfel…); fue la época de El buen soldado Schweick de Jaroslav Hasek, de El hombre sin atributos de Musil y el Premio Nobel de Thomas Mann.
Respecto a la lengua, Kafka escribía en un alemán perfecto, limpio y claro, puro, donde las palabras no quieren decir más que lo que dicen, pero hablaba la lengua de los judíos mezclada con la lengua alemana. La diferencia entre una lengua oral mezclada y la lengua escrita sin mezcla enfrentaba a los escritores praguenses. Esto además se une al tema de la religión judía: los partidarios de mantener la tradición y los partidarios de la asimilación con el resto de la sociedad alemana.
La familia de Kafka estaba a favor de lo segundo ―por el tipo de negocio que tenían les interesaba esta posición― y Kafka se mantenía al margen, hasta que conoció a un grupo de teatro judío. Entonces empezó a interesarse por la religión y las tradiciones judías y se le planteó el problema de su propia actitud ante el judaísmo. Comenzó a estudiar hebreo y a interesarse por el futuro estado judío que el movimiento sionista, dirigido por Theodor Herzel (1860-1904), había planeado en Palestina. Incluso soñó con viajar hasta allí, pero su salud nunca se lo permitió.
Infancia y familia
Nació en Praga en 1883 dentro de una familia de marcado carácter patriarcal, como era habitual en la tradición judía. Fue el mayor de seis hermanos; los dos que vinieron detrás de él murieron muy pronto, así que prácticamente se crio solo hasta que en 1889 nació su primera hermana. Además, los padres estaban siempre ocupados ―regentaban una tienda que vendía de todo un poco―, así que su crianza estuvo en manos de una niñera o incluso de una institutriz francesa.
Del único varón y además el mayor de una familia como la suya se espera mucho, y su padre nunca lo disimuló. Era muy habitual que intentara corregir sus, para él, malos modales y comportamiento lo que acrecentó la inseguridad de carácter que siempre mostró Kafka. Deseaba un hijo fuerte como él y que siguiera con el negocio familiar, pero su gran sensibilidad, introversión y timidez ―rasgos heredados de la familia de su madre― le llevó por otros derroteros muy diferentes. Sobre esta relación tenemos un testimonio estupendo: Carta al padre. Comienza así:
Querido padre:
No hace mucho me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe qué contestarte; en parte, precisamente, por el miedo que te tengo; en parte porque en la explicación de dicho miedo intervienen demasiados pormenores para poder exponerlos con mediana consistencia. Y si con esta carta intento contestarte por escrito, lo haré sin duda de un modo incompleto porque, aun escribiendo, el miedo y sus consecuencias me atenazan al pensar en ti…
Esta carta fue escrita en una pequeña ciudad al norte de Praga, Schelesen, en 1919 durante una de las frecuentes huidas de Kafka para estar solo y que, en este caso, venía impuesta por los médicos debido a que dos años antes le habían diagnosticado una tuberculosis pulmonar. Así que ahora, a esa debilidad de carácter que su padre detestaba, había que añadir la de enfermizo.
Se puede decir que esta situación paterno filial influye en su relación con el resto de la familia ya que no hablaba mucho con ellos: El motivo es simplemente que no tengo una sola palabra que decirles. Todo lo que no sea literatura me aburre y lo odio, porque me demora o me estorba…
En el análisis de la carta que hace Richard Torrents en la edición de 1984 de Bruguera, afirma que nunca llegó a las manos de su padre, que utilizó a su madre de intermediaria pero que al final le fue devuelta. Sorprende que Kafka la escribiera a los treinta y seis años, cinco antes de morir, acabada ya la parte más importante de su obra, y que aparcara todo para terminar esta despiadada carta, de una extensión nada habitual. Pero lo hace, según Torrents, porque quiere ponerle pleito a su padre, implicarlo en el terrible proceso en que él, desde los primeros años oscuros de la infancia, se debate y se defiende, pero sobre todo se siente acusado y condenado precisamente por el padre.
Estudios y trabajo
El niño Kafka fue creciendo y después de su paso por el instituto, donde ya tenía bastante clara su decisión de dedicarse a escribir, se matriculó en la universidad para estudiar una carrera que le diera independencia económica. Comenzó en la universidad alemana de Praga, primero en la facultad de Química, aunque luego se decantó por el Derecho, al tiempo que hacía un curso de Historia del Arte que abarcaba historia de la arquitectura, pintura neerlandesa y escultura cristiana.
Después de doctorarse en 1906 hizo las primeras prácticas y enseguida empezó a trabajar, pero se dio cuenta de que la jornada laboral de mañana y tarde y las horas extras le quitaban mucho tiempo para escribir. Cambió de trabajo y encontró una empresa de seguros en la que estuvo hasta 1922 y a la que le vio dos ventajas: el horario, solo de mañana, y el acercamiento a los problemas sociales de muchos trabajadores. Se preocupó por crear medidas de protección contra los accidentes de trabajo y esto además le llevó a interesarse en cierta manera por la política relacionada con ese campo.
Aparte de eso, según Torrents, Kafka no participó activamente en ninguna de las transformaciones sociales que hubo en su época. Fue hijo de ella, sí, pero por acumulación de cultura. Su tiempo estaba tan lleno de contradicciones como su interior: fue súbdito del moribundo imperio austrohúngaro, nacido en la capital checa del reino de Bohemia, en una familia de ascendencia judía y alemana de adopción. Sin embargo, Kafka no fue ni judío, ni alemán, ni checo, ni austríaco, sino el conglomerado de todo ello. Por lo único que ciertamente sintió interés al final de su vida, como ya hemos comentado, fue por el movimiento yíddish al cual dedicó un ensayo con el título Sobre la literatura de las naciones pequeñas.
Relaciones amorosas
Estas influyeron mucho en la evolución de su obra. Varias son las mujeres importantes en la vida de Kafka. Conoce a la primera, Felice, en 1912 en casa de Max Brod, amigo y albacea de su obra. Después de cartearse durante un largo periodo de tiempo le pide matrimonio, a lo que ella se niega. Posteriormente volverán a retomar la relación, pero será Kafka quien se eche para atrás en esta ocasión porque ve en el proyecto de familia un fenomenal escollo para la vida aislada que le exige su dedicación a escribir. Tras una segunda ruptura, vuelven a reanudar su relación en 1915 por tercera vez ―la inseguridad de carácter que mencionábamos antes es notoria― y en 1917 se comprometen de forma oficial.
Toda esta montaña rusa de emociones, unida a la gran carga de trabajo, debilitan su salud y empeora notablemente; le diagnostican tuberculosis de pulmón y esto deriva en la ruptura definitiva con Felice. La enfermedad le obliga a pedir la jubilación y, aunque no se la conceden, consigue tres meses de descanso que pasa en la granja de su hermana Ottla, con la que siempre se llevó muy bien. Su negativa a dejarse ayudar por la medicina tradicional, que su amigo Brod le recomendaba constantemente, hizo que su estado se agravara y por fin en 1920 decidió internarse en un sanatorio, aunque ya era muy tarde.
Durante el tiempo que pasa con su hermana, está en contacto con la naturaleza y gusta de hacer trabajos de jardinería, lo que a su vuelta a Praga le lleva incluso a buscar trabajo por las tardes dentro de ese gremio, antes de que le concedan la jubilación en 1922. Es entonces cuando conoce a Julie Wohryzek; siente de nuevo la necesidad de encauzar su vida amorosa e insiste en contraer matrimonio con ella, pero su falta de indecisión unida a la negativa de su padre ―el nivel social de la familia de Julie era muy bajo― terminan por echarle para atrás.
Comienza de nuevo un periodo creativo del autor que coincide con el encuentro con Milena Jesenská periodista y traductora al checo de alguno de sus cuentos y depositaria de sus diarios y de alguna de sus novelas. Es una infeliz mujer casada, lo que anima a Kafka a proponerle que abandone a su marido. Al final todo queda en nada.
Después de una nueva recaída, en 1922 vuelve con su hermana y disfruta de unos meses de tranquilidad que se traducen en otro gran periodo creativo. Pero la enfermedad que lo acecha le lleva a empeorar y decide trasladarse en julio de 1923 a casa de su otra hermana, Elli. Allí conoce a Dora Diamant, su última compañera hasta su muerte en junio de 1924.
La obra de Kafka
Es una de las más interpretadas y estudiadas, lo que resulta llamativo si tenemos en cuenta que estuvo en peligro porque el autor mismo pidió que no publicaran su obra; es más, dijo que se destruyera. Menos mal que ahí estaba su buen amigo, Max Brod: Casi todo lo que Kafka publicó se lo arranqué yo con astucia y con mi capacidad de persuasión. Estas palabras aparecen en el posfacio de la edición de Bruguera (1984) de la novela El proceso. Brod nos saca de dudas y habla claramente de lo que pasó. Aunque Kafka tuvo periodos de su vida en los que se sintió contento con sus escritos, la inseguridad de su carácter no le permitía disfrutarlos y quizá ciertas tristes experiencias le condujeron a sabotearse a sí mismo y consiguientemente también al nihilismo de su propia obra. Nos cuenta que entre los textos póstumos del autor praguense encontró un papel doblado escrito con tinta y con su dirección:
Querido Max, mi última petición:
Todo lo que se encuentre entre mis cosas (en estantes, armario, escritorio, en casa, en la oficina, o en cualquier otra parte y que llegue a tu conocimiento) sean diarios, manuscritos, cartas, dibujos…debe ser quemado sin dejar nada y sin leerlo; lo mismo harás con todos los escritos o dibujos que poseas o que tengan otros, a quien se los pedirás en mi nombre…
Y una hoja amarillenta escrita a lápiz y al parecer más antigua:
Querido Max:
Puede que esta vez no vaya a levantarme porque la aparición de la neumonía, después de un mes de fiebre pulmonar, es bastante probable. […] De todo lo que he escrito solo valen “La condena”, “El fogonero”, “La metamorfosis”, “En la colonia penitenciaria, “Un médico rural” y “Un artista del hambre” […] El resto de lo escrito por mí (impreso en periódicos, conservado en originales o en cartas) en la medida en que se pueda obtener o pedir a los destinatarios […] todo esto, sin excepción, debe ser quemado y te ruego hacerlo cuanto antes.
Max Brod decidió hacer caso omiso a las peticiones de su amigo por un motivo principal: porque tras una conversación que tuvo con Kafka en la que le mostró ese papel escrito con tinta que hemos mencionado le dijo: Mi testamento será muy sencillo, pedirte que lo quemes todo, a lo que Brod le contestó: Si supones en serio que voy a hacer algo parecido, te digo ya desde ahora que no pienso cumplir lo que me pides. Añade Brod que Franz habría tenido que designar otro ejecutor testamentario si su propia disposición hubiese sido algo incondicional y completamente serio.
En cuanto a la evolución de su obra, todos coinciden en que está en función de sus estados de ánimo Así Ludwig Dietz diferencia cuatro etapas:
1) Los inicios y sus primeras obras (1911). Aquí englobamos lo que fue creando mientras estudiaba y que el propio autor destruyó, lo sabemos por lo que cuenta en sus diarios. Gracias a Brod se conservaron: Descripción de una lucha, Preparativos para una boda en el campo, el conjunto de relatos breves Contemplación, además de varios cuentos que se publicaron en diferentes revistas literarias.
2) A raíz de su relación con Felice (1912), una de las épocas de mayor actividad, escribe La condena dentro del sistema de trabajo que él mismo llamó “vida de maniobras”: de ocho de la mañana a tres de la tarde trabajaba en la oficina, de tres a siete y media dormía, de siete y media a ocho y media se reunía con sus amigos o iba a dar un paseo, cenaba después en casa y tras la cena comenzaba a escribir hasta las dos o tres de la madrugada, a veces incluso la noche entera.
Empieza la novela El desaparecido ―Max Brod la publicaría póstumamente como Ámerica― y la abandonaría después de escribir seis capítulos para comenzar La metamorfosis, que la terminaría en menos de un mes.
3) Las que escribió después de romper con Felice la primera vez (1914). Se dedica en cuerpo y alma a El proceso. Son también de esta época: Recuerdo de Kaldabahn, En la colonia penitenciaria y El maestro de escuela.
Las que siguieron a su segunda ruptura con ella (1916 y 1917): un libro de catorce relatos titulado: Un médico rural. Relatos breves; Carta al padre (1919), única obra autobiográfica; una colección de aforismos, Él, y un buen número de relatos breves sueltos.
4) Su obra a raíz de su relación con Milena y Dora (1922-1924): la novela El castillo y Las investigaciones de un perro, las cuales debido a unos vaivenes emocionales quedan convertidas en fragmentos. A la muerte de Kafka estaba en imprenta el libro: Un artista del hambre. Cuatro historias.
A todo este material, habría que añadir la producción de Kafka en forma de cartas o diarios, pues supera con mucho la propiamente narrativa. Los diarios escritos a lo largo de quince años y la correspondencia personal llenan más de tres mil páginas.
La metamorfosis y El proceso
Tras la relectura de estas dos obras ―no hay mejor forma de homenajear a un autor―, podemos afirmar que en ellas se encuentran los motivos literarios más frecuentes y la problemática más característica de toda la obra de un autor con un estilo de escritura, claro y preciso, lleno de detalles en las descripciones de los espacios y meticuloso en los matices de la psicología de los personajes.
Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Con este inicio in medias res de La metamorfosis, Kafka nos sitúa en la perspectiva del protagonista, del hombre convertido en escarabajo concretamente, porque así el lector puede experimentar su estado anímico. No sabe el porqué de “la transformación” ―título preferido por varias editoriales y traductores en los últimos años debido a que se ajusta más a la voz alemana de la cual proviene―, pero al lector igual que a Samsa no le queda otra que aceptarlo.
Todo resulta absurdo e inexplicable porque lo terrible de la situación en la que se encuentra el protagonista son los sentimientos, los procesos anímicos que todo eso le genera y que el lector asume con verdadero horror. Nos podemos imaginar al lector, cual pez ―fantástica metáfora del escritor Kjell Askildsen cuando hablaba de la intención de su escritura― mordiendo el anzuelo ―ese inicio sorprendente―, pero que se queda enganchado a la historia y coleando con la reacción del personaje ante situación tan inconcebible.
Al final nos damos cuenta de que la transformación de Samsa no representa más que una profunda crisis de identidad, cuyos síntomas son el alejamiento con respecto a su entorno social, los conflictos familiares, su oficio que no le motiva nada y un gran sentimiento de culpa. Con todos estos datos es inevitable pensar en la biografía de Kafka, aunque la crítica nos recomienda no limitarnos a identificar protagonista y autor.
Antes de continuar, queremos señalar una curiosidad. Cuando en 1915 el editor, Kurt Wolf, le muestra unos dibujos con diferentes formas de representar al insecto para la portada del libro, Kafka, tajante, le contesta: No, por favor, ¡eso no! El insecto no se debe dibujar. Ni siquiera puede vérsele desde lejos. Y le propone una posible escena con los padres delante de la puerta cerrada de la habitación u otra con su familia en el comedor y con la puerta abierta mostrando una completa oscuridad en su interior. ¿No se puede entender esto como una interpretación hecha por el mismo autor de la obra? Si lo entendemos así, ¿no podríamos pensar en esa oscuridad como la descripción perfecta de la existencia humana?
Respecto a la novela El proceso ―escrita en 1914 pero publicada en 1925― cuenta la historia de un bancario que un día es arrestado en su propia casa sin saber los cargos. Aunque le ponen en libertad enseguida, vive pendiente del juicio que nunca llega, lo que genera en él y en el lector una atmósfera asfixiante por el laberinto burocrático al que se ve abocado el protagonista. Muestra el gran tema del individuo en lucha contra una sociedad incomprensible y alienante.
El espacio en que sucede la acción es fundamental en esta obra; los edificios son impersonales, laberínticos, edificios que parecen todos iguales, centros enmarañados llenos de pasillos idénticos y salas oscuras abarrotadas de gente vestida también de forma idéntica. Interesante es el punto de vista desde el que está contado porque a pesar de ser omnisciente no nos aclara ninguna de las dudas que la novela nos va generando. Utiliza esa visión totalizadora para transmitirnos la psicología del personaje con el fin de que entendamos sus sentimientos de frustración, miedo y angustia ante lo que no tiene razón de ser.
Para terminar, recordemos que la obra de Franz Kafka ha sufrido muchos altibajos en cuanto a su recepción: a partir del 45 en las zonas de influencia estaliniana fue ignorado descaradamente ―hasta prohibido en ocasiones―, sin embargo, los existencialistas europeos lo celebraron y lo reinterpretaron; en 1963 vuelve a tenerse en cuenta en el Este gracias a los intelectuales socialistas de la universidad de Praga y es el momento en que comienza el resurgir de estudios y reimpresiones de toda su obra.
Hoy en este 2024 se cumplen cien años de su muerte. Está considerado un clásico dentro de la literatura moderna y su influencia va hacia delante y hacia atrás como ya dijo Borges tras analizar un montón de textos en busca de los precedentes kafkianos: Cada escritor crea sus precursores. Su obra modifica nuestra concepción del pasado, como modificará el futuro. Y es que la idiosincrasia de Kafka estaba en mayor o menor medida en todos ellos, pero sin su obra narrativa no lo habríamos percibido. O dicho de otra manera, desde que tenemos la obra de Kafka leemos los escritos de sus predecesores con otra mirada.
Y hasta aquí nuestro homenaje a este, en palabras de Ricard Torrents, “genial solitario” que siguió su camino cruzándose con todos los caminos de su tiempo y más allá de él.