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Carlos Elorza

Sesión Continua

Una de Bergman


“No es muy noble el motivo por el que vi mi primera película de Ingmar Bergman. Éstos son los hechos: yo era un adolescente que vivía en Brooklyn, y corrió la voz de que en un cine local se iba a estrenar una película sueca en la que una joven nadaba completamente desnuda. Raramente he dormido toda la noche en la acera para ser el primero de la cola en una película, pero cuando se estrenó “Un verano con Mónica” en el Jewel de Flatbush, se pudo ver a un chico joven, pelirrojo y con gafas de montura negra, empujando a señores mayores en un esfuerzo por asegurarse la mejor butaca.”


Por supuesto que estas frases no son mías. Porque yo no soy de Brooklyn, ni pude ver “Un verano con Mónica” en un cine de Flatbush en mi adolescencia, ni soy pelirrojo y nunca he llevado gafas. Estas palabras (o algo similar, disculpad por mi traducción) las escribió Woody Allen en su crítica al libro autobiográfico de Bergman “La linterna mágica”. Para entonces, Woody Allen se había convertido ya en el fan más radical del cineasta sueco, homenajeándolo (o copiándolo, según versiones) en varias de sus películas, y declarando que según él ha sido el mejor director de cine de la historia.



Así que cualquier excusa puede ser buena para acercarse a ver una peli de Bergman. Aunque uno corre el peligro de aburrirse soberanamente si no está debidamente preparado. Era uno de los mayores exponentes del cine de filmoteca, del cine para minorías. Para el resto, para la mayoría, sus películas encajaban en la categoría de peli lenta, ese calificativo que les cae a ciertos filmes casi como si de un género se tratara: están los musicales, las del oeste, las comedias, las de época, los documentales, las española(da)s, las románticas, las de gángsters… y las lentas, normalmente europeas, llenas (o no) de personajes que supuestamente no hacen nada, que a veces se miran y que en el mejor de los casos pronuncian unas palabras. Y sin embargo, ¿por qué hay otros a los que las pelis de Bergman nos parece que están llenas de emociones, de inteligencia y de vida y necesitamos verlas más de una vez para disfrutarlas plenamente?



Seguramente porque de la misma manera que a veces una imagen vale más que mil palabras (y viceversa), a veces una mirada vale más que mil explosiones, persecuciones y viajes interestelares. Porque cuando uno ve una peli de Bergman, le da la impresión de que el objetivo del director no es la simple visión del film, sino que uno lo sienta, que el espectador reflexione sobre lo que está viendo, exigiéndole más de lo que está acostumbrado a ofrecer cuando se sienta en una butaca a ver una película.  


La muerte de Bergman ha llenado en las últimas horas  un montón de minutos de los informativos de todo el mundo. Pero de todas formas, ¿qué pintaba hoy “el tomate” informando acerca de la muerte de Bergman entre las declaraciones de la ex-amante portada de Interviú de Cayetano Rivera y los fracasos de los conciertos de la Pantoja? La mera mención de Bergman en tal programa debería ser considerada automáticamente como una falta de respeto. ¿Qué especie de coartada intelectual completamente ausente durante el resto del programa les ha llevado a dar esa noticia? Porque quizá la vida de Bergman habría podido dar juego a ciertos programas del corazón, pero me temo que su discreta muerte debería quedar reservada a programas más serios y respetables. (Me reservo el derecho a responder si lo he visto con mis propios ojos o me lo han contado)


P.D. Me había propuesto escribir este artículo sobre la muerte de Bergman sin mencionar el título de ninguna de sus películas. Quien busque su filmografía, aquí la tiene.


julio 2007
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