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Carlos Elorza

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Almodóvar: la peli rota

Ya lo he dicho alguna vez en este blog. Hace unos días lo comentaba. En general, me gustan las pelis de Almodóvar. Casi todas. Y en las que no me hacen mucha gracia, hay elementos que hacen que me merezcan la pena. Por eso espero siempre ansioso el estreno de sus películas, a pesar de que sus machaconas campañas promocionales despierten en mí deseos de ir contracorriente y pasar de ellas.


Y ‘Los abrazos rotos’ está en ese grupo de películas de Almodóvar que no me gustan demasiado. Como ‘Carne Trémula’, como ‘Kika’ o como ‘Hable con ella’. Pero también tiene cosas que me parecen notables. Me gusta la interpretación de Penélope Cruz, la escena de la confesión/doblaje, la imagen de decenas de fotos rotas, el plano del último beso pixelado en la pantalla de la televisión con las manos de Harry Caine en primer término o la música de Alberto Iglesias.


Pero mientras veo ‘Los abrazos rotos’, me siento desconcertado. Como si Almodóvar no lo hubiera tenido muy claro esta vez. Porque aunque decide contar una historia aparentemente muy personal, la historia de un director de cine que debe enfrentarse a dos de sus mayores miedos, parece empeñado en poner distancia entre lo que cuenta la película y él mismo. Recurriendo a una estructura narrativa innecesariamente compleja y a toda una serie de desconcertantes citas, homenajes y referencias a otras películas, libros o músicas que alejan la historia del espectador. Pero a su vez, combina esta estructura narrativa tan retorcida con una presentación de los personajes bastante rudimentaria a base de llamadas al timbre que interrumpen la conversación entre dos de los protagonistas o con la revelación de uno de los misterios de la película con la confesión / monólogo final de Blanca Portillo. Aún recuerdo cuando en una entrevista durante la promoción de ‘Tacones Lejanos’, Almodóvar afirmó que no le gustaban nada los flash-backs.


Esta vez, más que serio, se pone grave y grandilocuente. Cada palabra, cada gesto, cada encuadre, cada decorado, cada pieza de atrezzo parece demasiado importante por sí mismo, pero no se acaba de integrar en el conjunto. Sé que todo lo que veo y todo lo que oigo, esta ahí porque él ha querido que sea así. El problema es que mientras veo la película, soy demasiado consciente de ello. Me da la impresión de que Almodóvar quiere que me dé cuenta de que el cuadro elegido para el comedor es ése y no otro, me da la impresión de que quiere que me dé cuenta de que cada palabra de cada diálogo está pensada para ese momento preciso, pero el resultado es que todo lo que veo y todo lo que oigo me parece artificial. No me creo que esos personajes vivan en esas casas. No me creo que esos personajes mantengan esas conversaciones. No me creo las relaciones entre ellos. De hecho, llego a plantearme si ‘El Juguete del Viento’ de César Manrique existe en realidad o es un recurso más que utiliza Almodóvar para intentar armar ‘Los abrazos rotos’.


 


marzo 2009
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