Efectivamente da mucha pereza a estas alturas una nueva historia de postguerra civil española. Un megadramón que cuenta cómo sufrieron los perdedores. Aunque te cuenten que la novela de Dulce Chacón es excelente. Si no la has leído todavía, precisamente es por eso. Porque uno tiene la impresión de que ya sabe lo que le van a contar. Pero ya que nos programan ‘La voz dormida’ en el Zinemaldi, entras en la sala. Y efectivamente te encuentras con la historia de las desgracias de Tensi y Pepita a principios de la década de los 40. Pero qué bien nos la cuenta Benito Zambrano. Con aires de cine clásico, sin moderneces, ni aspavientos. Yendo directo al grano. Con rigor narrativo y estilo. Lógicamente maniquea. No en vano, está contada desde el punto de vista de uno de sus personajes y tampoco nos importa mucho esto en muchas películas bélicas (los nazis casi siempre son malos muy malos) y muchos westerns (los indios casi siempre son unos salvajes arranca cabelleras). Con una excelente fotografía tenebrosa y apoyándose en una inmensa interpretación de María León, desde ya candidata a la Concha de Plata y al Goya. Lástima que en su parte final la película se descompense. Que al bascular el centro de atención de de una hermana a la otra, se vuelva literaria, los diálogos y las situaciones pierdan naturalidad y opte por subrayar el dramatismo de los hechos en busca de la lágrima fácil. Y sobre todo, lástima por esa postdata tan innecesaria.
Nada que ver con la pedofilia, pero me gustan los niños de Kore-eda. Me gusta cómo los retrata en ‘Kiseki’. Ingenuos, con capacidad de ilusionarse por todo, con arranque para embarcarse en aventuras imposibles, y sobre todo no tontos. Como los niños de verdad. Y me gusta cómo lo cuenta. De forma elegante, con clase y sin dramatismos, ni énfasis innecesarios. Pero hay algo en ‘Kiseki’ que impide que llegue a llenar. Me cuesta entrar en su premisa argumental (dos hermanos que viven separados por cientos de kilómetros, uno con su padre, otro con su madre) y me parecen excesivas más de dos horas para contar esa historia lo que le hace perder pegada. El resultado es como uno de los pasteles que prepara el abuelo de los niños: suave y delicado, pero blandito y sosote.
Para compensar, nos pasamos a la sordidez y la falsa intensidad de la sueca ‘Happy End’, una de tantas películas nórdicas que hemos visto los últimos años en el Zinemaldi, cuyo principal objetivo parece ser convencernos de que no nos vayamos a vivir a Escandinavia. Que aunque allí la crisis económica no les esté afectando tanto como a nosotros, a la hora de plantear sus problemas personales y buscar las formas de resolverlos les da por lo sórdido y por lo intenso. Y ya son tantas, que ni deja huella. Por mucho happy end que le pongan. Si ya lo sabíamos, como aquí en ningún sitio.
‘Extraterrestre’ de Vigalondo es una comedia romántica con un puntazo en forma de platillo volante. Es original, ocurrente, entretenida, divertida. Entretiene con su rocambolesca historia. Viene bien una película directa y sin mayores complicaciones a estas alturas de Zinemaldi. Vigalondo es un tío listo y se empeña en demostrarlo. Lástima que su planteamiento visual sea tan televisivo. Aunque sea de una televisión de lujo.